Cuando reflexionamos sobre la Cuaresma, seguramente pensamos que es un tiempo de dolor y de arrepentimiento de nuestros pecados, de sacrificios, ayunos y oración. Y ciertamente lo es, porque nos preparamos para participar del sacrificio de Cristo en la Cruz, el Viernes Santo, y de su Resurrección, el Domingo de Pascua.
He aquí, Jesucristo crucificado, que es el único fundamento de nuestra esperanza; Él es nuestro mediador y abogado; la víctima y el sacrificio por nuestros pecados. Él es la bondad y la paciencia misma; su misericordia es movida por las lágrimas de los pecadores, y nunca niega el perdón y la gracia a quienes lo piden con un corazón verdaderamente contrito y humilde. San Carlos Borromeo
Sabemos que Jesús murió por nosotros en la cruz, para conseguir el perdón de nuestros pecados, y para que pudiéramos participar con Él de la gloria del Cielo. Eso conmemoramos de modo especial cada año y así lo meditamos cada día.
Por eso debemos arrepentirnos de nuestra maldad, pedir la gracia y rechazar nuestras faltas, para así poder corresponder de la mejor manera a este perdón que nos regala Dios.
Tal vez esto lo tengamos bien presente e intentamos llevarlo a la práctica de la mejor manera. Pero hay un detalle que posiblemente hayamos pasado por alto y que puede parecer una paradoja: considerar también la Cuaresma un tiempo de felicidad, consuelo y acción de gracias.
Esto lo entendemos si contemplamos que Dios nos permite vivir este tiempo de conversión simplemente por puro amor hacia nosotros, ya que en sí, tiene todo el derecho a castigarnos en este mismo instante por nuestros pecados y privarnos de la Redención, precipitándonos en el Infierno por siempre.
Pero no obra así, sino que quiere darnos muchas posibilidades para que nos arrepintamos de ofenderle, para que lo busquemos e intentemos ser más parecidos a Él, para que lo encontremos finalmente y participemos de su Gloria Eterna.
Dios no sólo no nos quiere castigar, sino que incluso nos quiere perdonar y que nos sepamos perdonados y amados por Él, que nos reconozcamos hijos suyos mediante el sacrificio de Cristo en la cruz por cada uno, con nombre y apellido. La Belleza quiere transformarnos, hacernos nuevos.
Ahora bien, la Cuaresma es uno de esos momentos especiales que se nos ofrece para nuestra conversión, de forma completamente inmerecida, como un don, un regalo. Si descubrimos esto, no sólo viene a nosotros el impulso de arrepentirnos de nuestra maldad, y de querer cambiar, sino que también aparece un sentimiento de agradecimiento y alegría al sabernos amados por Dios, quien no nos quiere abandonar en nuestro barro, ofreciéndonos permanentemente su mano para podernos levantar y avanzar a la completa felicidad.
Hermanos, ¡Él nos busca una y otra vez!, golpea a nuestra puerta y llama. ¿Qué haremos?, ¿le abriremos esta vez?
¡Ave María y adelante!
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Guadalupe Araya
Publica desde octubre de 2020
"Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa", decía el gran Chesterton. A eso nos llama el Amor, y a prisa: conocer la Verdad, gastarnos haciendo el Bien, y manifestar la Belleza a nuestros hermanos, si primero nos hemos dejado encontrar por esta . ¡No hay tiempo que perder! ¡Ave María y adelante! Argentina, enamorada de la naturaleza (especialmente de las flores), el mate amargo y las guitarreadas. Psicóloga en potencia. La Fe, ser esclava de María, y mi familia, son mis mayores regalos.
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