A todos nos gustan las historias de aventuras. Nos entretiene imaginar al protagonista que se ve tan pequeño ante las adversidades que le esperan.
Nos gusta imaginar los paisajes en su camino, las personas que se convierten en sus amigos, sus batallas, sus aprendizajes y terminar emocionados por ver la persona en la que se ha convertido después de todo ese tiempo, para pelear en la batalla final contra el peor de los villanos.
Nos miramos en el protagonista de la historia: alguien fuerte, con habilidades o con un don especial; o por el contrario, alguien débil, sin algo que lo haga especialmente diferente; alguien tan insignificante que nadie da una esperanza de que logre cumplir su misión, pero que; sin embargo, lo logra.
Y al final, al terminar esa historia, una inspiración queda dentro de nosotros.
40 días y 40 noches, suena a que podría ser un buen título para una historia. Quizá una secuela. Donde primero se hable de la luz de los días de nuestro héroe con un emocionante final, para después continuar con la oscuridad de las noches de su vida, y terminar con la tercera y última parte, la más emocionante y trágica de todas, pero con un final espectacular.
Podríamos inventarnos y hasta imaginarnos a nosotros mismos en esa historia, y ser ese héroe de nuestros pensamientos, o mejor aún; podríamos vivir nuestra vida y escribir nuestra historia de 40 días y 40 noches.
Sí, ya sé que estás pensando que de lo que te quiero hablar es sobre la cuaresma, porque cuaresma comprende esos 40 días, es cierto. Pero la cuaresma también es esa parte del año que tiene un motivo y tiene un fin; y también es un tiempo, y es una historia, que es de cada persona que decide vivirla y que contiene un desenlace propio y único.
La travesía cuaresmal puede no parecerse en nada a las historias a las cuales estamos acostumbrados, no es una historia popular de la cual todos hablan constantemente, tampoco tiene libros o películas que hablen de ella, ni tiene una influencia de tanto impacto en las personas como para que los motive a comportarse de una forma especial.
O tal vez sí …
Lo cierto es, que en nuestra propia historia de cuaresma, tal vez no encontremos en ella seres fantásticos en el camino, si no personas extraordinarias, y quizá no descubramos nuevos paisajes, pero sí encontremos la belleza de los lugares en los que siempre hemos estado; probablemente no hayan entrenamientos que superar, pero sí una voluntad que dominar, y puede que no nos encontremos con un nuevo y tiránico villano, sino que reconozcamos uno viejo y conocido, tanto como el reflejo de nuestro rostro.
Los 40 días y 40 noches de la cuaresma, más que un tiempo terrenal, es un espacio místico dentro de nuestra vida. Es para entrar en nosotros mismos, desempolvar y mirar recuerdos del pasado. Es para cavar profundamente en nuestro interior, y subir y bajar; es tener la inquietud de querer encontrar algo sin saber por qué, pero que es importante hallarlo para por fin entender por qué lo buscaba tanto.
Después de todo, valdría la pena preguntarnos, ¿por qué nos gustan tanto las historias de aventuras? La respuesta, es más simple de lo que podríamos pensar. Es por la esperanza.
Todas las historias que podemos conocer, las que más nos gustan y emocionan, tienen esa característica: la esperanza. Esperamos que el desenlace para nuestro héroe sea bueno, que al final el mal caiga y el bien triunfe. Esa es la esperanza, por la cual hasta la vida se da.
Porque no hay aventura sin esperanza, ni tampoco esperanza sin aventura.
En el viaje de la cuaresma, todo lo que vivimos es bello. No será fácil entender algunas partes, como encontrar la belleza en el dolor, pero cada día, cada noche, ofrece algo: un regalo de sabiduría para nosotros.
La historia se vuelve más fascinante, cuando conocemos a nuestro guía del camino: el mentor, el sabio, El Maestro. Empezamos a entender el porqué de nuestro viaje y por qué soy yo el elegido para alcanzar esa esperanza. Todo se comprende casi en un instante, solo nos hace falta enfrentar la prueba final.
En el camino, tras aprender a usar nuestras armas: el ayuno, la oración y la caridad; nos daremos cuenta que ya no somos los mismos después de eso. Algo en nosotros cambió, nos convertimos en algo diferente, pero que nos hace mejores.
Aprendimos a usar la inteligencia del corazón y a reconocer cuál es el “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino. Dejamos por un momento de ser seres terrenales, y ser ahora seres totalmente espirituales; después ambas partes se fundirán en uno mismo, en un mismo cuerpo con un mismo espíritu, que nos permite conocer y disfrutar de dos mundos.
Qué bello es el viaje de la cuaresma y qué bella es la aventura de la esperanza de Dios. Qué bello es ver la caridad que hace crecer a los demás y qué linda es la sonrisa de paz y de felicidad en las mujeres y hombres afligidos, en los niños y en los ancianos, qué dichoso se siente tener tanto amor en el corazón y en el espíritu, qué dicha es vivir con la esperanza de Dios.
Tal vez siempre has conocido esta parte del año, como un tiempo donde los cristianos solo se vuelven rigurosos y penitentes; intentando verse como unos “santos”. Habrás escuchado o leído cualquier cantidad de mensajes a favor y en contra de la cuaresma; o quizá has intentado comprender su significado pero no lo has logrado y ya hasta te ha parecido aburrido y monótono.
Probablemente has sabido de tantas cosas, pero que solo te han significado ruido. Y después de todo, puede que lo único que siempre has escuchado sobre la cuaresma sea solo eso, ruido.
Ahora, una vez más, en el presente está nuevamente este tiempo, en donde solo quedan tú y el camino. Podrías considerar tomar el viaje, o ignorarlo sin dudar.
Tal vez ahora estés en un buen momento de tu vida, o tal vez no; solo, o acompañado, pero al final solo eres tú el que queda, pequeño ante el mundo. Puedes adentrarte ahora en esta aventura de 40 días si tú lo quieres, y convertirte en el protagonista de la esperanza, tomando contigo la cuaresma como un objeto valiosísimo que tienes que cuidar y llevar a su destino en una gran aventura.
El Papa Francisco nos dice que cada etapa de nuestra vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Cruzar los valles de la alegría y las montañas del dolor, por metafórico que suene, es un viaje que vivimos todos y la cuaresma es el tiempo que nos permite eso: creer, esperar y amar. El camino de todos al terminar estos 40 días continuará, la diferencia será, cómo seremos nosotros. Podemos ser los mismos de siempre o los dichosos de haber encontrado la esperanza de Dios.
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Diego Quijano
Publica desde abril de 2019
Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.
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