Contemplen los lirios cómo crecen… Así ustedes, no anden buscando qué comer o qué beber, y no estén inquietos. Bien sabe su Padre que están necesitados de ellas. Lc 12, 27-30
La templanza es una palabra que no se escucha muy seguido en nuestros días, pero la templanza es una de las cuatro virtudes cardinales, lo que significa que la templanza tiene un papel fundamental en una vida virtuosa.
En el Antiguo Testamento se nos habla sobre esta virtud: “No vayas tras tus propias concupiscencias, refrena tus apetitos” (Eclo 18, 30). Asimismo, el Nuevo Testamento nos motiva, “educándonos para que renunciemos a la impiedad y a las concupiscencias mundanas, y vivamos con prudencia, justicia y piedad en este mundo” (Tit 2, 12).
La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y proporciona equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos dentro de los límites de lo que es honorable. La persona templada dirige sus actos hacia lo que es bueno, aprecia la belleza presente en el mundo y es más empática con sus hermanos.
Pero hay una serie necesidades humanas que deben ser satisfechas, como comer y beber. Estas necesidades permiten a la vida humana preservarse. Hay bienes que se han de disfrutar dentro de los límites permitidos que Dios ha querido para nosotros, y nuestros deseos se han de ajustar a estas medidas y reglas, como en el caso del deseo sexual. El conocimiento de la verdad es un bien humano inteligible básico que nos perfecciona como personas humanas, por lo que el deseo de conocimiento es un deseo de un bien. Pero el deseo en sí mismo puede volverse inmoderado. La moderación de este deseo pertenece a la virtud de la estudiosidad.
Entonces, la templanza no es simplemente abstinencia o moderación en la comida o bebida. La templanza se está dando cuenta de cuándo es suficiente de cualquiera de los bienes materiales e inmateriales que Dios nos ha dado con su infinita generosidad.
En el caso de la templanza, por lo tanto, las necesidades reales de esta vida constituyen la regla de la razón que hace de la templanza una virtud. Santo Tomás escribe:
Por lo tanto, la templanza toma la necesidad de esta vida, como la regla de los objetos placenteros de los que hace uso, y los usa solo por el tiempo que la necesidad de esta vida requiere. Santo Tomás de Aquino
El enfoque de nuestra sociedad en el consumismo es una contaminación de la templanza. ¿Cuánto de lo que consumimos realmente necesitamos? ¿Nuestras vidas realmente se cambiarán permanentemente para mejor al tener los “elementos imprescindibles” de la temporada?
San Juan Pablo II, en uno de los discursos de su audiencia general, nos explica la belleza de la virtud de la templanza:
Un hombre templado es uno que es dueño de sí mismo. Aquel en quien las pasiones no prevalecen sobre la razón, la voluntad e incluso el ‘corazón’. ¡Un hombre que puede controlarse! … Qué valor fundamental y radical tiene la virtud de la templanza. Incluso es indispensable, para que el hombre sea completamente hombre. Es suficiente mirar a alguien que, arrastrado por sus pasiones, se convierte en una ‘víctima’ de ellos. San Juan Pablo II
Esta enseñanza amplía la definición de templanza aún más para decir que la templanza es equilibrio, igualdad, libertad de los extremos en una dirección u otra en la forma en que nos controlamos.
La templanza es ejercer moderación o restricción al ser demasiado celoso incluso en nuestras comunicaciones con los demás y, en cambio, ser caritativo y equitativo en conversaciones, intercambios y diálogos, especialmente con aquellos de opiniones diferentes. La templanza significa apreciar la belleza de lo que Dios ha puesto para nuestro bienestar, antes que verlo como algo superfluo. La templanza puede significar controlar nuestros apetitos o controlar nuestras lenguas.
La insensibilidad es un vicio opuesto a la templanza. El placer en sí mismo no es malo, pues es parte integrante de las operaciones naturales que son necesarias para la supervivencia del hombre. Por lo tanto, es apropiado y razonable que hagamos uso de estos placeres en la medida en que sean necesarios para nuestro bienestar (el nuestro propio o el de la humanidad).
Porque rechazar el placer hasta el punto de omitir las cosas que son necesarias para nuestra preservación es irracional e inmoderado. Además, el uso de la razón depende de la salud del cuerpo, y el cuerpo se sustenta mediante alimentos, bebidas y satisfaciendo otras necesidades básicas. Se deduce que el bien de la razón humana no puede mantenerse si nos abstenemos de todos los placeres.
Existen muchos otros vicios que atentan contra la templanza, por ejemplo la gula, la lujuria y la intemperancia, que es alejarse del orden de la razón. Todos estos vicios pueden ser combatidos con la oración y la fuerza de voluntad personal. Como con todas las virtudes, el mejor lugar para comenzar a desarrollar la templanza es la oración.
Dios nos llama a vivir vidas de virtud, y nos promete su gracia para lograr esto. Por nuestra parte, podemos pedirle que nos ayude mientras nos esforzamos por crecer en templanza. Pero además de esto, haríamos bien en hacer algunos esfuerzos deliberados. Dios se alegra en nosotros al luchar contra estos vicios.
Dios santifica el desorden de la mente, la actitud y el comportamiento fragmentados y pecaminosos del hombre a través de la virtud de la templanza y hace al hombre completo, más como Cristo.
La templanza generalmente se considera una virtud practicada por aquellos que no saben cómo divertirse. Pero eso no es cierto. Cuando todos nuestros apetitos estén controlados por la razón y trabajen en armonía, encontraremos una nueva paz. Ya no seremos controlados por ansias y deseos inquietos, sino que podremos hacer lo que realmente queremos hacer, como servir a Dios y amarlo, en lugar de lo que las pasiones nos digan que hagamos.
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Abner Xocop Chacach
Publica desde septiembre de 2019
Joven guatemalteco estudiante de Computer Science. Soy mariano de corazón. Me gusta ver la vida de una manera alegre y positiva. Sin duda, Dios ha llenado de bendiciones mi vida.
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