En momentos difíciles y en la tribulación sentimos esa necesidad de orar y nos reconocemos necesitados del amor de Dios, de su consuelo y esperanza. Las dificultades nos permiten desapegarnos de lo terrenal, volver a la humildad y concentrarnos en la condición en que Dios nos ha colocado.
La oración es la más bella expresión de fe en Dios. Confiar en Dios en los momentos de aridez y tribulación nos recuerda que es mejor ir con Él que sin Él, y que cuanto permita en nuestra vida, por muy oscuro y tormentoso que se vea el camino, nos enriquecerá con mayores gracias.
Santa Teresa del Niño Jesús decía acerca de la belleza de la oración:
Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría
La oración consiste en elevar nuestra súplica a Dios para pedir lo que nos conviene y en disponer el corazón para hacer su voluntad. La oración no es sólo el impulso de querer orar, es un encuentro vivo con Dios.
Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él. San Agustín
San Bernardo decía que así como nosotros no podemos acercarnos al Padre sino por medio del Hijo, que es mediador de justicia, de igual modo no podemos acercarnos a Jesús si no es por medio de María, que es la mediadora de la Gracia y quien nos obtiene con su intercesión todos los bienes que nos ha concedido Jesucristo.
Nuestra Madre Santísima es la orante perfecta: “Cuando le rezamos nos adherimos con ella al designio del Padre que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos en nuestra intimidad a la Madre de Jesús, que se ha convertido en la Madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y orarle a ella. La oración de la Iglesia está apoyada en la oración de María. Y con ella está unida en la esperanza” (CIC 2679).
Muchas son las gracias que Dios nos concede a través de la intercesión de Nuestra Madre Santísima. El Santo Rosario en una oración contemplativa y fuertemente cristocéntrica, pues a través de los misterios buscamos a Jesús y en Él al Padre. Nos permite acoger con humildad y pobreza la alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser. Contemplando los misterios del Santo Rosario, el Padre nos concede ser fortalecidos por la acción de su Espíritu y que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y nos arraiguemos a Él por amor.
Rezar el Santo Rosario es fijar nuestra mirada en Jesús a través de María, es iluminar nuestro corazón a través de su mirada, es conocer a Jesús para amarle y seguirle, es escuchar al amor silencioso, es alimentar el fuego de su amor en nosotros, es participar en el Sí del Hijo, y el Fiat de su humilde esclava.
Rezar el Santo Rosario en tiempos difíciles nos permite unir en oración nuestra cruz con la de Jesús; la carga se vuelve más liviana, podemos ver con más claridad aquello que nos aflige, nos ayuda a discernir, pero sobre todo nos ayuda a aceptar la voluntad de Dios en lo que sea que estemos pasando.
Cuando mi papá enfermó de Covid, el Santo Rosario fue la más grande consolación que Dios me regaló en ese momento. Todo para mí era incertidumbre, tenía miedo, no podía ver con claridad, ni descubrir la belleza de lo cotidiano. Cada Ave María era un bálsamo a mi corazón, cada misterio era un abrazo de Jesús, cada día de oración era una gracia para sobrellevar la situación. Gracias a Dios mi papá salió adelante y partir de ahí no me solté más de Nuestra Madre ni del Santo Rosario. María siempre lleva nuestras peticiones a los pies de Jesús, así como en las bodas de Caná le dijo “no tienen vino”, así mismo le dice, no tienen trabajo, no tienen salud, no tienen esperanza, no tienen fe.
Pidamos a nuestra Madre Santísima que nos ayude a perseverar en la belleza de la oración y a tener un corazón humilde que espere todo en Jesús y siempre tenga sed de Él. Que cada vez que recemos el Santo Rosario lo hagamos no esperando sólo que nos conceda lo que le pedimos, sino también hacer y a aceptar la voluntad de Dios.
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