Comenzaremos por decir que el hombre es un mendigo de Dios, es decir, un necesitado de Dios. Lo bueno de ser un necesitado es que siempre alguien viene al encuentro. En este caso ese alguien es Dios. Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos.
La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre, de que nosotros, tengamos sed de Él.
Santa Teresita lo dice así:
La oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de agradecimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría. Manuscritos autobiográficos, C 25r.
Por ende, podemos decir que es el corazón el que ora. Necesitamos tener voluntad para ello, el corazón representa todo nuestro ser.
El Catecismo nos dice que la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. La vida de oración es estar habitualmente en comunicación con Dios. La oración nos hace partícipes del amor de Dios.
Jesús se hizo carne, Él también aprendió a rezar. La Virgen María le enseñó las fórmulas de oración.
Cabe destacar que Jesús reza antes de los momentos decisivos y cuando lo ven rezar, los discípulos le piden que les enseñe. Ante este pedido, Jesús nos da ejemplo de cómo orar.
Él pide, da las gracias constantemente incluso antes de hacer el pedido de súplica. El Padre Bueno insiste en la conversión del corazón, porque la oración es disponer el corazón a hacer la voluntad del Padre (cfr. Mt 7,21). Y tal es la fuerza de la oración que “todo es posible para quien cree” (Mc 9, 23).
Entonces quiero decirles que hay varios tipos de oración, distintas formas de rezar, paso a explicarlo muy sencillamente:
- Oración de bendición: es aquella oración que se eleva en súplica a Dios, para que nos otorgue su gracia. Toda bendición procede únicamente de Dios. Su bondad, su cercanía, su misericordia son bendición. La fórmula más breve de bendecir es decir “El Señor te bendiga”.
- Oración de adoración: La adoración cristiana no ve únicamente la grandeza, el poder y la Santidad de Dios. También se arrodilla ante el amor divino que se ha hecho hombre en Jesucristo.
Quien adora verdaderamente a Dios se pone de rodillas ante Él o se postra en el suelo. En esto se muestra la verdad de la relación entre Dios y el hombre: Él es grande y nosotros somos pequeños. Sin embargo, el hombre nunca es tan grande como cuando se arrodilla ante Dios en una entrega libre. El no creyente que busca a Dios y comienza a orar puede de este modo encontrar a Dios.
- Oración de petición: Es la forma más habitual, la más común, por ser la más espontánea de dirigirnos hacia Dios. En esta mostramos nuestra relación con Dios. Este tipo de oración se da en mucha gente y es la manera que tienen de acercarse a Jesús.
El Señor sabe lo que necesitas, pero quiere que se lo pidas.
Pedid y se os dará Mt 7, 7
Los apóstoles Santiago y Pablo nos dicen y nos piden que oremos sin cesar.
- Oración de intercesión: Los cristianos piden siempre por todos; por las personas que sin importantes para ellos, por las personas que no conocen e incluso por sus enemigos. En la intercesión, el que reza no reza por sus bienes, o por lo que le conviene sino por los bienes de los demás (Cfr. Flp 2, 4).
- Acción de gracias: Todo lo que somos y tenemos viene de Dios. San Pablo dice “¿Tienes algo que no hayas recibido?” (1 Cor 4,7). Dar gracias a Dios, el dador de todo bien, nos hace felices.
La mayor oración de acción de gracias es la “Eucaristía” (en griego “acción de gracias”). Toda acción de gracias de los cristianos es unión con la gran oración de acción de gracias de Jesús. Porque también nosotros somos transformados y redimidos en Jesús; así podemos estar agradecidos desde lo hondo del corazón y decírselo a Dios en muchas formas.
- Oración de alabanza: Dios no necesita de ningún aplauso. Pero nosotros necesitamos expresar espontáneamente nuestra alegría en Dios y nuestro gozo en el corazón. Lo alabamos porque existe y porque es bueno. Con ello nos unimos a la alabanza eterna de los ángeles y santos en el cielo.
Para rezar es necesario querer hacerlo, y aprender a hacerlo.
Les voy a contar una antigua leyenda, de la Edad Media:
«Un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el primer momento se procuró un “chivo expiatorio”, para encubrir al culpable.
El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas esperanzas de escapar al terrible veredicto: ¡La horca!
El juez, también comprado, cuidó, no obstante, de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado: “Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino: Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras ‘culpable’ e ‘inocente’. Tú escogerás, y será la mano de Dios la que decida tu destino”.
Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: ‘CULPABLE’.
La pobre víctima, se encomendó a Dios, y se dio cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria.
Pero Dios le inspiró la solución. Tomó uno de los papeles doblados y se lo tragó.
El juez, indignado, dijo: “Y ahora, ¿cómo vamos a saber el veredicto…?”
Es muy sencillo, respondió el hombre, es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué”.
Tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.
Por más difícil que se nos presente una situación, nunca dejemos de buscar la salida, pidiendo ayuda a Dios. “Lo que es imposible para el ser humano, es posible para Dios”».
Como dijimos antes, Jesús aprendió a rezar de su Madre que también es nuestra Mamá. Aprender a rezar con María es unirse a su oración “que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1, 38)- Si como María decimos “sí”, Dios tiene la oportunidad de vivir su vida en nuestra vida.
Ya terminando quiero decirles que en la Biblia, en Éxodo 33, 11 dice: “Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo”. Jesús es nuestro Amigo. Uno al amigo le habla, le cuenta cosas, le pide, le pregunta, nosotros debemos hacer lo mismo con Jesús, Él quiere escucharte.
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Gabriel M. Acuña
Publica desde marzo de 2020
Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!
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