El sol se ha puesto en Judea, un inquieto Nicodemo acude a Jesús, busca respuestas a lo que bulle en su interior. La llama de una lámpara esculpe sus rostros, el diálogo que sigue entre susurros está lleno de misterio. Las respuestas del Nazareno a sus preguntas le dejan perplejo. Jesús le advierte: «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu» (Juan 3, 8). La vocación es un misterio y su descubrimiento, un don del Espíritu.
Para descubrir la propia vocación, o para ayudar a alguien a hacerlo, no es posible ofrecer fórmulas prefabricadas, ni métodos o reglamentos rígidos. En una ocasión, preguntaron al cardenal Ratzinger: «¿Cuántos caminos hay para llegar a Dios?». Con desconcertante sencillez respondió: «Tantos como hombres».
Nicodemo percibe una inquietud en su corazón. Ha oído predicar a Jesús y se ha conmovido. Sin embargo, algunas de sus enseñanzas le escandalizan. Ha presenciado con asombro sus milagros, pero le inquieta la autoridad con que Jesús expulsa a los mercaderes del Templo, al que llama «la casa de mi Padre» (cfr. Juan 2, 16). ¿Quién se atreve a hablar así? Por otra parte, en su interior apenas puede reprimir una secreta esperanza: ¿Será este el Mesías? Pero aún está lleno de incertidumbres y dudas. No acaba de dar el paso de seguir abiertamente a Jesús, aunque busca respuestas. Y por eso acude a él de noche: «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, pues nadie puede hacer los prodigios que tú haces si Dios no está con él» (Juan 3, 2). Nicodemo está inquieto.
Con frecuencia, en el proceso de búsqueda de la propia vocación, todo empieza con esta inquietud de corazón. Dios se hace presente en nuestro corazón y busca el encuentro, la comunión. La llamada de Dios puede revelarse también en sucesos aparentemente fortuitos, que remueven interiormente y dejan un rastro de su paso. Otras veces, esa presencia amorosa se descubre a través de personas o modos de vivir el Evangelio, que han dejado la huella de Dios en nuestra alma.
En ocasiones son algunas palabras de la Sagrada Escritura las que hieren el alma, anidan en su interior y resuenan dulcemente con belleza, quizá incluso para acompañarle a uno a lo largo de la vida. Pero tal vez lo más característico de esa inquietud de corazón es que toma la forma de lo que podríamos llamar una simpatía antipática. Con palabras de San Pablo VI, la llamada de Dios se presenta como «una voz inquietante y tranquilizante a un tiempo, una voz dulce e imperiosa, una voz molesta y a la vez amorosa».
Nicodemo acude a Jesús empujado por su inquietud. La figura amable del Señor está presente en su corazón: ya ha empezado a amarle, pero necesita encontrarse con Él. En el diálogo que sigue, el Maestro le descubre nuevos horizontes: «En verdad te digo que si uno no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios» y le invita a una vida nueva, a un nuevo comienzo; a nacer «del agua y del Espíritu» (Juan 3, 5). Nicodemo no comprende cómo y pregunta con sencillez: ¿Y eso cómo puede ser? En ese encuentro cara a cara con Jesús, poco a poco, irá cobrando forma una respuesta acerca de quién es él para Jesús, y quién debería ser Jesús para él.
Para que la inquietud del corazón adquiera un significado relevante en el discernimiento de la propia vocación, debe ser leída, valorada e interpretada en la oración, en el diálogo con Dios. Es como si Dios a lo largo del camino, nos hubiera ido poniendo unos puntos que solo ahora al unirlos en la oración, van cobrando la forma de un dibujo reconocible lleno de belleza. Por eso, para quien se pregunte por su vocación, lo primero y fundamental es acercarse a Jesús en la oración, y aprender a mirar con sus ojos la propia vida.
Dos años más tarde de aquel encuentro nocturno con Jesús, tendrá lugar un acontecimiento que obligará a Nicodemo a tomar una posición definida, y a darse a conocer abiertamente como discípulo del Señor. Instigado por los príncipes de los sacerdotes y los fariseos, Pilato crucifica a Jesús de Nazaret. José de Arimatea consigue el permiso para retirar su cuerpo y sepultarlo. Y escribe San Juan: «Nicodemo, el que había ido antes a Jesús de noche, fue también» (Juan 19, 39). La Cruz del Señor, el abandono de sus discípulos, y quizá el ejemplo de fidelidad de José de Arimatea, interpelan personalmente a Nicodemo y le obliga a tomar una decisión: «Otros hacen esto; yo ¿Qué voy a hacer con Jesús?».
En el proceso de búsqueda de la propia vocación, es frecuente que exista un acontecimiento que, como un detonante, actúe sobre todas las inquietudes del corazón y les haga cobrar un sentido preciso, señalando un camino e impulsando a seguirlo. El detonante puede ser una moción divina en el alma, o el encuentro inesperado con lo sobrenatural. Otras veces el detonante será el ejemplo de entrega de un amigo cercano. Poco a poco, casi sin darse cuenta, con la belleza de la luz de Dios, se alcanza una certeza moral acerca de la vocación personal y se toma esa decisión, con el impulso de la gracia. En cualquier caso, al darse ese punto de inflexión, no solo se clarifica nuestra mirada: también nuestra voluntad se ve movida a abrazar ese camino.
No sabemos si Nicodemo consultó a otros discípulos antes, o después de ir a ver a Jesús. Quizá fuera el propio José de Arimatea quien le animara a seguir abiertamente a Jesús, sin miedo a los demás fariseos. De este modo, le habría llevado hacia su encuentro definitivo con Jesús. Precisamente en eso consiste el acompañamiento o dirección espiritual: en poder contar con el consejo de alguien que camina con nosotros; alguien que procura vivir en sintonía con Dios, que nos conoce y nos quiere bien.
Es verdad que la llamada es siempre algo entre Dios y yo. Nadie puede ver la vocación por mí. Nadie puede decidirse por mí. Dios se dirige a mí, me invita a mí, me da la libertad de responder y su gracia para hacerlo… a mí.
En todo caso, el discernimiento es en buena medida un camino personal, y así es también la decisión última. El mismo Dios nos deja libres, incluso tras el detonante. Por eso, pasado el instante inicial, es fácil que vuelvan a surgir las dudas. Dios no deja de acompañarnos, pero se queda a cierta distancia. Es cierto que lo ha hecho todo y lo seguirá haciendo, pero ahora quiere que demos el último paso con plena libertad, con la libertad del amor. No quiere esclavos, quiere hijos. Y por eso ocupa un lugar discreto, sin imponerse a la conciencia, casi podríamos decir que ocupa un lugar de «observador». Nos contempla, y espera paciente y humildemente nuestra decisión.
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Abner Xocop Chacach
Publica desde septiembre de 2019
Joven guatemalteco estudiante de Computer Science. Soy mariano de corazón. Me gusta ver la vida de una manera alegre y positiva. Sin duda, Dios ha llenado de bendiciones mi vida.
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