Hemos sido llamados al amor, pero el amor como misión del cristiano va más allá del simple sentimentalismo, de aquella falsa idea romántica que nos ha vendido el mundo; por lo tanto, el amor para el cristiano debe ser asumido como compromiso, es una entrega que nos configura con la Cruz de Cristo, a semejanza del amor ágape, ese que se hace servicio por los demás.
De esta forma, la buena nueva del amor cristiano está en la capacidad de trascender lo exterior, lo agradable, de salir de la zona de confort personal. Es así como la belleza del amor para el pueblo de Dios es un ejercicio de fe, que se hace carne en nosotros cuando expresamos en actos concretos lo que profesamos con los labios.
En la Encíclica Deus caritas est, Benedicto XVI profundiza sobre el amor cristiano desde la Sagrada Tradición y la Palabra de Dios. El papa emérito enfatiza el sentido del amor como una praxis de vida y posiciona a la Iglesia como el espacio perfecto para ejercerlo. Sin embargo, dicha práctica no puede encerrarse dentro de la misma Iglesia.
La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Pero, al mismo tiempo, la caritas-agapé supera los confines de la Iglesia; la parábola del buen samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado “casualmente” (cf. Lc 10, 31), quienquiera que sea. Benedicto XVI, Deus caritas est
Una Iglesia encerrada, es una Iglesia condenada. A lo largo de los años, la Iglesia ha tomado posición con respecto a aquellas situaciones sociales que amenazan la vida del hombre, sus relaciones con el entorno y con sus semejantes, siendo desde siempre criticada, alegando que su misión exclusiva debería ser la evangelización y la salvación de las almas; pero, ¿cómo puede la Iglesia ser coherente con el mensaje evangelizador si permanece indiferente, pasiva, muda frente a aquellas realidades que vulneran la dignidad del hombre?
Desde el Antiguo Testamento aparecen los profetas como figuras que anuncian y denuncian aquellas realidades que no son agradables al Señor:
Escuchad esto, los que pisoteáis al pobre y elimináis a los humildes del país, diciendo: “¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el grano, y el sábado, para abrir los sacos de cereal -reduciendo el peso y aumentando el precio, y modificando las balanzas con engaño- para comprar al indigente por plata y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?” Amós 8, 4-6
El camino espiritual no se separa de la acción social; el hombre es criatura que se desarrolla en sociedad, nunca podrá prescindir de esta condición. Si bien es preciso establecer un orden interior en nuestras almas, producto de la relación con Dios, ello debe conducirnos a fecundar nuestros ambientes, a propiciar el cambio ya sea desde pequeñas o grandes acciones; somos pueblo de Dios porque hemos entendido el amor para con los hermanos. Por lo tanto, el corazón encendido de los creyentes, mediante la oración y los sacramentos, debe movilizarlos a construir caminos de paz, de diálogo, que conlleven a la dignificación del hombre, como criatura que ocupa un lugar central en la creación (cf. Génesis 1, 27), solo así resplandecerá la belleza de la Iglesia.
La Iglesia, como Madre de este pueblo, guarda un tesoro invaluable que ha sido inspirado por la Palabra de Dios, el Magisterio y la Tradición apostólica a través de los años, que busca servir como instrumento para el discernimiento del creyente frente a la acción social: la tan necesaria y desconocida Doctrina Social de la Iglesia.
La Doctrina Social de la Iglesia se constituye en una serie de documentos, denominados Encíclicas sociales, escritas por los Sumos Pontífices en épocas distintas, pero con una preocupación común. De manera adicional y como novedad, la Doctrina Social no está exclusivamente dirigida a los creyentes cristianos, sino también “a todos los hombres de buena voluntad”, expresión que se puede encontrar a lo largo de las Encíclicas.
El corpus de la Doctrina Social está conformado por aproximadamente 14 Encíclicas. La primera de ellas, Rerum Novarum (De las cosas nuevas), escrita en 1891 por el papa León XIII, denuncia las injusticias padecidas por los trabajadores obreros de la época y demás iniquidades producidas por la revolución industrial; por su parte, la última Encíclica social es Laudato Si’, escrita por el papa Francisco y publicada en 2015, cuyo objetivo es “entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común” (LS, n. 3).
La belleza de la Doctrina Social de la Iglesia está en que propone nuevos caminos frente a las problemáticas humanas no exclusivamente desde un enfoque teológico, sino que es capaz de conjugar la teología con aspectos de las ciencias sociales y naturales:
La ciencia y la religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas. Papa Francisco, Laudato Si’ n. 62
Tan importante es la Doctrina Social para la Iglesia de nuestro tiempo que el papa Francisco tiene un sueño con ella: “Deseo un millón de jóvenes cristianos, o mejor aún, toda una generación que sea para sus contemporáneos la Doctrina Social con pies”; para ello, en la última Jornada Mundial de la Juventud en Panamá, Francisco ha lanzado el DOCAT, texto que expone con un lenguaje joven los principales aportes de la Doctrina Social.
Desde lo personal, en la Doctrina Social he encontrado una Iglesia más humana y cercana, sin dejar de ser divina; una Iglesia con los pies en el suelo que no deja de mirar al cielo; cuyo centro es Cristo, un Cristo que decide salir a caminar con los demás. ¿Te unes?, el sueño está latente y espera por tu “Sí”.
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María Paola Bertel
Publica desde mayo de 2019
MSc en desarrollo social, pero lo más importante: soy un alma militante, aspirando a ser triunfante. Me apasiona escribir lo que Dios le dicta a mi corazón. Aprendí a amar en clave franciscana. Toda de José, como lo fue Jesús y María.
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Te felicito hija, un escrito bien fundamentado, profundo y con sensibilidad social