“… Y en ese preciso instante, la última gota cayó; dos ojos secos mirando en mi dirección, una mente renuente deseando escuchar mi voz, y aunque a su oído susurre, al parecer nunca escuchó…”.
Quizá muchas veces es un poco complicado poder mantener viva la llama de la fe cuando la tormenta que nos rodea se empeña por apagarla. Y es que no sería entonces el camino correcto el que estamos siguiendo si no fuera de esa manera.
Y hoy, quisiera expresarte a ti que estás leyendo esto, que yo te comprendo.
La belleza de la fe también se encuentra en esos momentos en que la duda nos atormenta y cuando las razones para creer en que Dios nos escucha se vuelven invisibles a nuestros ojos. Pero realmente siguen palpables, así como Cristo está en la Eucaristía.
La fe es un puro don de Dios, que recibimos, si lo pedimos ardientemente. Youcat, 21
Y si aún, después de estas cortas y sencillas palabras, sientes que de verdad no hay razones para seguir creyendo, de seguir caminando tras las huellas de Cristo, yo quiero compartirte algo desde mi corazón para animarte a creer.
Jesús me llamó a seguirle desde pequeño, sin que yo realmente supiera para qué o por qué. Un pequeño de 8 años decidido y emocionado por las cosas de la Iglesia. Tuve el privilegio de ser acólito desde esa edad y poder servir dos veces al día en Misas, a diario. Pero Él me llamaba porque quería comenzar a preparar y moldear mi corazón sin que yo lo entendiera.
Al poco tiempo de haber comenzado ese hermoso camino, pasó lo que muchos niños consideran el fin de su mundo. Sí, la separación de mamá y papá. ¿Qué difícil, no? ¿Qué razón habría para creer dentro de aquella situación?
Si tuvieras fe como una grano de mostaza, le diríais a aquel monte: ‘Trasládate de ahí hasta aquí’, y se trasladaría. Nada os sería imposible. Mateo 17, 20
Pero qué fuerte era la fe de aquel niño que, creyendo firmemente que servía al Rey de Reyes, al ver ese pedazo de pan elevarse para convertirse en el Cuerpo del Dios que él estaba seguro de que podía hacer nuevas todas las cosas, le pedía que por favor que volviese a unir a su familia. Qué grande era la fe de aquel pequeño que durante 5 años mantuvo en silencio dentro de su corazón esa misma petición, pudiendo pedirle cualquier otra cosa a Jesús Sacramentado.
Aun así, el propósito de la voluntad sabia y amorosa de Dios era que mi corazón aceptara la belleza de sus designios y de su plan para mi vida, aun sin que yo realmente lo entendiera. Porque debía aprender que a Él no debía de entenderlo, sino aceptarlo.
Y dijo: ´Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos’. Mateo 18, 3
Aprendí a amar a mis padres a pesar que no tener la familia que quizá hubiese deseado tener, comencé a ver a Jesús en ellos y a ver Su amor a través de ellos. Pero sobre todo aprendí a encontrar en la Eucaristía el sustento para los momentos difíciles en donde mi fe no era más que una llama temblorosa en medio de la tempestad que buscaba derribarla.
Porque con el pasar de los años y cuando las pruebas llegaban, cuando la comida faltaba, o el desamor se presentaba, cuando las lágrimas y la tristeza brotaban, incluso allí, el cantarle a Dios se volvió una forma de reavivar el alma.
No es que todo se vuelva sencillo por decidir creer, sino que el decidir creer nos permite ver la belleza del amor de Dios a pesar de las circunstancias. Creer y tener fe nos permite poder escuchar la dulce voz de Dios en el corazón para poder seguirlo aunque no veamos nada al frente. Pero es esa certeza de que podemos caminar firmemente la que nos revela que podemos confiar en Él a ciegas.
Es importante aquello en lo que creemos, pero más importante aún es Aquel en quien creemos. Benedicto XVI, 28-05-2006
Y si, después de todo, sientes que faltan razones para creer en Aquel que te amó primero, solo piensa en la Virgen María y ese día en que el Arcángel Gabriel la visitó. Quizá no tenía razones para creer que todo saldría bien al dar ese sí sin medida a Dios y aceptar a Jesús en su vientre. No tenía la certeza de que no sufriría, de que no habría dolor.
Pero le bastó tener fe y creer en Dios, y en su futuro Hijo.
Una mujer sencilla y humilde, que nos sirve de ejemplo para creer y tener fe. Que nos muestra que siendo frágiles como humanos que somos, podemos ser fuertes en Aquel que nos ama cuando realmente creemos en que nos amó y nos ama hasta el extremo.
No creería si no reconociera que es razonable creer. Santo Tomás de Aquino
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César Retana
Publica desde septiembre de 2019
Salesiano desde la cuna. Le canto a Dios por vocación y por amor. Soy Licenciado en Diseño Gráfico, tengo 28 años, y 20 de ellos en el caminar espiritual con la Iglesia. Me gusta el café bien cargado y los libros.
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