El mar de Galilea, en Israel, recoge dos de los pasajes más significativos que marcarán un antes y un después en la vida de los apóstoles.
Era otra jornada de duro trabajo donde Pedro, Andrés, Santiago y Juan se dedicaban al arduo trabajo de la pesca en este mismo mar. Aparentemente sería un día normal en sus vidas antes de que se les presentase el gran regalo.
Se acercó Jesús a ellos y les dijo:
Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron. Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Mt 4, 19-24
Este pasaje del evangelio se conoce como la vocación de los apóstoles, aquel día en el que Jesús se encontró con ellos y empezó a formar parte de sus vidas.
¿Habéis tenido algún encuentro con Jesús que os haya hecho cambiar vuestra mirada y vuestro corazón?
Cuando hablamos de “encuentros”, personalmente me da cierta frustración pensar que a lo largo de mi vida no he tenido ese Gran Encuentro, como muchas otras personas sí lo han experimentado (conversiones fuertes, milagros etc). Pero entonces miro en lo pequeño, en mi día a día particular, y me doy cuenta que Jesús se encuentra conmigo de una manera mucho más sencilla y discreta. Encontrarle en mi familia, en un amigo que sufre, en mis estudios, en la belleza de la naturaleza… y por supuesto, en la oración y en los Sacramentos. Todo estos pequeños encuentros, que todos somos privilegiados de tenerlos mirando nuestro alrededor con la mirada indicada, una mirada sobrenatural, transforma nuestro interior. Decirle “sí” en cada uno de estos encuentros es convertirnos diariamente y volver nuestra mirada siempre hacia Él y a nuestra Santísima Madre.
Jesús les llama “pescadores de hombres”, les revela su misión y a lo que están llamados; y más adelante le dirá a Pedro: “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 13-20).
Ha pasado ya un tiempo desde que Pedro era apóstol de Jesús. Desde ese momento en el que decidió seguirle dejó a un lado el antiguo Pedro y nació en él, gracias a la cercanía con Jesús, el nuevo Pedro, capaz de amar a su Señor y serle fiel.
Quizá Pedro ante la llamada estaría sorprendido, como lo podemos estar nosotros, era un pescador humilde, con un fuerte carácter, con sus debilidades, sus dudas, sus pecados, como nosotros… “¿A mí me llama?” Sí, a ti. Por tu nombre particular y en tus circunstancias, porque eres el centro de la vida de Cristo, estás continuamente en Su pensamiento.
Imaginemos la escena de este pasaje: nos trasladamos al mar de Galilea, Pedro estaría en su barca, agobiado porque la pesca no salía como él esperaba, y Jesús, viéndole desde lejos, se acercaba cada vez más a la orilla donde estaba la barca de Pedro. En ese trayecto Jesús no estaría pensando en los defectos de Pedro o si era muy tal o muy cual o si tendría mucho que mejorar… nada de eso. En su mente estaría pensando en el hombre que Pedro se convertiría si le respondiera con un “sí” a esa llamada.
Jesús, clavado en la cruz vio, y eso le llenó de alegría, cómo iba a ser amada y adorada la cruz, porque Él iba a morir en ella. Vio a los mártires, que, por su amor y por defender la verdad, iban a padecer un martirio semejante. Vio el amor de sus amigos, vio sus lágrimas ante la cruz. Vio el triunfo y la victoria que alcanzarían los cristianos con el arma de la cruz. Vio los grandes milagros que con la señal de la cruz se iban a hacer a lo largo del mundo. Vio tantos hombres que, con su vida, iban a ser santos, porque supieron morir como Él y vencieron al pecado. Contempló tantas veces cómo nosotros íbamos a besar un crucifijo; nuestro recomenzar en tantas ocasiones. Francisco Fernández- Carvajal
Este pensamiento no lo tuvo Jesús sólo cuando estuvo clavado en la cruz, sino que continuamente piensa en nosotros. Y al pensar en nosotros se le viene a la mente el deseo que tiene en nosotros de santidad, de felicidad, de nuestra vocación concreta.
El Papa San Juan Pablo II nos dice “no tengáis miedo”; no tengas miedo a la belleza del deseo que Cristo tiene en ti, no tengas miedo a decirle que “sí”, porque Sus caminos son caminos de Vida, de Verdad y de Belleza. No tengas miedo a dejarte mirar por Cristo. Está deseando contarte los sueños que tiene sobre ti.
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Beatriz Azañedo
Publica desde marzo de 2019
Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.
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