La parábola del Padre misericordioso, que se encuentra en el capitulo 15 del Evangelio según San Lucas, es un ícono que nos muestra el rostro de Dios: un rostro paterno que recibe a todos en su casa, que ama gratuitamente y nos ama como hijos suyos. Es quizá una de las parábolas más utilizadas y comentadas; de ella se han realizado volúmenes y libros, analizándola desde diversas perspectivas y dimensiones.
Leamos el texto:
“En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publícanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola:
-“Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos.
El muchacho le dijo: -‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: -‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: -‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó:
-‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden” tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: -‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.
En el presente artículo me propongo ofrecerte algunas líneas de lectura, sin la pretensión de agotar tales puntos. La intención es solo de darte algunas pinceladas de este hermoso cuadro del amor de Dios, que nos muestra su cercanía y búsqueda hacia cada uno de nosotros. De la misma manera, me permito añadir algunas preguntas que pueden ayudarnos a reflexionar sobre este pasaje del Evangelio.
1. Una parábola que nos invita a reflexionar la cualidad de nuestro amor
Este texto nos invita a reflexionar cómo amamos. ¿Cuál es el espesor de nuestro amor; cuál es su hondura; de qué forma amo a Dios? ¿Como un hijo que se siente asfixiado y prefiere alejarse? ¿Como un hijo que no obstante vive junto al padre, lo siente lejano y se ve como un esclavo en lugar de hijo amado?
¿O amo imitando al Padre, que no obstante sus dos hijos no viven como tal, busca tener una relación de amor con ambos? Esta parábola nos invita claramente a imitar el amor de Aquel que siempre espera. Una vez que hemos reconocido la belleza de ser amados como hijos, Él nos invita a amar de la misma forma que Él ama.
2. Los siervos
En este fragmento del Evangelio se pueden encontrar fácilmente los personajes, el Padre, el Hijo mayor y el Hijo menor; pero también juegan un papel importante los siervos. Ellos son quienes están al servicio del padre, pero también pueden compartir sus sentimientos o rechazarlos, incluso crear problemas al Padre.
Algunos siervos son llamados inmediatamente a festejar con el Padre, comparten su alegría y se unen a la fiesta; del mismo modo, alguno de ellos está interesado en avisar al Hijo mayor, pero (me permito hacer una interpretación personal), no lo hace por compartir la alegría del Padre, sino que, por la reacción del Hijo Mayor, vemos que lo hace creando un problema.
Genera que el hijo mayor se sienta indignado, en lugar de descubrir la belleza de la alegría del padre, del perdón.
Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Creo que compartir la alegría del Padre es la invitación fuerte de esta parábola. Entrar en la fiesta expresa entrar en la intimidad del regocijo del Padre, que muestra el rostro de la misericordia, no que se alegra de que el hijo lo había abandonado o que había despilfarrado sus posesiones, sino que es dichoso porque regresa a la casa y de nuevo comparte su vida con él. Lo hace feliz que, de nuevo, se descubra hijo.
3. El verdadero protagonista
Seguramente habías escuchado bajo otro nombre la parábola de la cual estoy hablando. Y por mucho tiempo se llamó “La parábola del Hijo Pródigo” dando así protagonismo a quien no lo tenía, ya que el centro de esta parábola lo encontramos no en el hijo menor, sino en el Padre misericordioso.
Es él quien ama con corazón de madre a los dos hijos, es él quien nos muestra un rostro de Dios como padre. Un padre que ama intensamente, que no excluye a ninguno de los dos, y que a ambos quiere mostrar la belleza de ser hijos suyos.
Es él quien muestra el rostro de la misericordia. Es él quien sale a buscar a los que se apartan.
Cada uno de nosotros somos hijos amados del Padre. También Él sale a nuestro encuentro y quiere abrazarnos. La respuesta toca a cada uno: descubrir la belleza de un don inmerecido y gratuito, y dejarnos transformar. O reclamar porque creemos que ese don se merece y se tiene que conquistar.
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Ernesto Camarena
Publica desde febrero de 2022
Soy un religioso Pavoniano, inflamado de amor de Dios. Mexicano viviendo en Italia. Actualmente soy un estudiante de Teología. La Sagrada Escritura y los Padres de la Iglesia me fascinan. Me encanta leer y escribir acompañado de un buen café. «Me has llamado Amigo»
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