Cuando entramos en relación con alguien y su belleza nos sorprende es cuando más podemos amarla. La belleza es su secreto, su intimidad, lo que hace al otro único e irrepetible. Para ir por buen camino, una relación debe basarse en el reconocimiento y asombro por la belleza del otro. El Ave María es una fuente de misterio de la Virgen que revela toda su belleza, toda su verdad y nos hace posible conocerla y amarla.
La primera parte de la oración es el saludo del Arcángel Gabriel en la Anunciación y el de su prima Isabel en la visitación. Es la parte donde le decimos a la Virgen que la reconocemos, que sabemos su secreto, que nos hemos dado cuenta de su belleza. Luego, en la segunda, es donde le pedimos que rece por nosotros. Es muy simple, “yo que he visto tu belleza, te imploro que reces por mí”.
Ave Maria, es como San Jerónimo tradujo en la Vulgata el saludo del Arcángel Gabriel a María. Ave es un saludo que los romanos adoptaron del pueblo cartaginés que significaba “que tengas vida”. Por lo tanto Ave Maria significa “la llena de vida, la fuente de la vida, de donde nace el camino a la vida eterna”. Un segundo significado es el hecho de que Ave, al revés, es Eva, cuyo nombre significa “la madre de todos los que viven”. María es la nueva Eva, la Madre del Camino, la Verdad y la Vida.
Dios te salve, María. Del saludo latino, “salve”, hace referencia a la salud, es como Shalom, en el sentido bíblico, es un saludo que desea la paz, no solo la ausencia de guerra sino la alegría, la prosperidad, el amor, la vida… la salvación. María está llena del misterio de la Salvación.
El nombre de María, en hebreo Miriam, tiene gran cantidad de interpretaciones. Las más corrientes son “amada de Dios” (de la lengua arcaica egipcia), “la esposa del soberano” (de la lengua siríaca), “mar de mirra, mar de amargura” (del hebreo). Todo sirve para entender quién es María, la Mujer cuya belleza ha encandilado a nuestro Creador y ha hecho posible que el Eterno haya entrado en el tiempo; Ella es la esposa del Espíritu Santo; Ella es la que más amargura ha soportado, la que es capaz de amar el sufrimiento de toda la humanidad a los pies de la cruz y aceptar ser nuestra madre.
Llena eres de Gracia, el Señor es contigo. María toda ella es Gracia, solo la llena Dios, porque está vacía de sí misma, olvidada de ella, solo viviendo para Dios. Es una plenitud que solo se le regala a aquellos que no viven para sí, sino que su existencia entera está en presencia de la acción de Dios. Ella es un misterio, una transfiguración de la criatura creada, es belleza absoluta porque no hay pecado, solo Dios.
María lleva a su hijo Jesús en el vientre, y en ese momento es como si fuera el único sagrario de la Tierra, lleva a Cristo en ella. Es como el Arca de la Alianza del Antiguo Testamento, por ello San Juan salta en el vientre de Isabel, porque se alegra y baila frente al misterio de la nueva arca, como el Rey David había bailado frente al Arca. Isabel la saluda con el título que se les daba a las grandes mujeres de Israel que habían traído la liberación a su pueblo sacándoles de la opresión, es “bendita entre las mujeres” como Judit, Esther… “y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”: María, con el fruto de su vientre, salva a la humanidad del demonio, pues nos entrega a su Hijo para que sea nuestro Salvador. Tal y como aparece en el combate del Apocalipsis.
“Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de estrella sobre su cabeza” Apocalipsis, 12 1
“Santa María, Madre de Dios”. Los santos son aquellos que han sido purificados por la Gracia tras el pecado original. Pero María es Santa de una forma única, ya que Dios por misericordia la ha mantenido pura desde el principio. No tiene debilidades y por eso es la mayor amenaza del demonio, es la que aplasta la cabeza de la Serpiente, María nuestra Auxiliadora, contra ella el Mal nada puede.
Hermosa eres, querida mía, y llena de dulzura: bella como Jerusalén, terrible y majestuosa como un ejército en orden de batalla, Cantar de los Cantares 6, 4
Madre de Dios, es la Madre del Eterno Encarnado, Ella lo ha enseñado a hablar, andar, etc. En ella se ha encarnado el Logos, esa es su belleza máxima, es su mayor título Theotokos, la que da a luz a la Luz del mundo. También es símbolo de su maternidad sobre nosotros, es Madre Nuestra, por eso nos dirigimos a ella tras reconocer su belleza.
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre. Juan 19, 26-27
“Ruega por nosotros, pecadores”. Decimos esto porque María es Mediadora de todas las gracias, nos quiere infinitamente y tiene omnipotencia suplicante, pues Dios la escuchará como en las bodas de Caná y hará el milagro aunque no sea en la hora pensada. La intercesión de María puede adelantar la manifestación de Jesús en nuestra vida. María lleva el destino de cada hombre en su corazón, porque es Corredentora, y nos conoce, mira con dolor nuestros pecados y nos sale al encuentro con infinito amor de Madre, para que al final no nos perdamos ninguno de sus hijos.
“Ahora y en la hora de nuestra muerte”. El momento de nuestro encuentro con Dios es el AHORA, nuestra prueba siempre está en el presente, y María nos trae siempre de vuelta al ahora, al presente, que es el único punto que coincide con la eternidad. Nos hemos de abrir al ahora, solo en el presente somos libres, solo en el presente estamos en relación con el Espíritu Santo, que reparte gracias en este preciso momento en el que tú, querido lector, meditas esto. La hora de nuestra muerte será nuestro último ahora, nuestro último acto de libertad en el que o nos echamos en brazos del perdón o renunciamos a su Misericordia para siempre. ¿Te abandonas o no te abandonas? Deja que tu madre te lleve en sus brazos a Dios y se decida tu destino eterno, en la hora que ya nunca acaba.
Esta oración será la más importante cuando llegue el momento de nuestra muerte. María guarda todas las cosas en el corazón, guarda todas las veces que le hayamos dicho “Ruega por mí en el momento de mi muerte”. Así nos ayudará a morir confiados a Ella y se encargará de llevarnos a su lado.
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Guadalupe Belmonte
Publica desde marzo de 2019
De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.
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