Habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios. En momentos de dificultades podemos meditar la similitud entre la escena de la samaritana junto al pozo de Sicar (Jn 4, 5-42) y la agonía en la Cruz; recordar aquellos momentos en los que Jesucristo tuvo sed para saber responder a su súplica.
¿Es posible vivir en paz en un mundo lleno de caos y dificultad? ¿Sabes ver a Dios en el horizonte? ¿Cómo no dudar de la fe estando solo, abandonado, inútil, aislado del mundo? ¿Qué belleza hay en la incomprensión de los planes de Dios?
La respuesta es que sí, sí es posible vivir en paz porque tenemos acceso a la Gracia. Hay una Gracia que se nos ha trasmitido, es la Gracia de la muerte y la Resurrección de Cristo que se nos muestra para darnos fortaleza en esta vida, en el camino de santidad.
El Señor no permite que carguemos con más peso del que somos capaces, por ello nos transmite la Gracia santificante que sobrenaturaliza nuestras fuerzas.
Nunca hay que olvidar que la meta es la santidad, el Cielo, pues las preocupaciones del mundo morirán con tu cuerpo. El trabajo, el éxito, incluso la salud deberían ser secundarios, pues lo primero es la salvación del alma. Cristo no es indiferente a tu vida particular; Él se hizo hombre, conoce el sufrimiento, las penurias del trabajo, la fragilidad de la salud, la preocupación del día a día…
De vez en cuando caemos en el error de ver a Dios como una máquina expendedora de gracias y consuelos con los que tapar nuestras desgracias, rezamos solo con la intención de increparle, de poner en tela de juicio sus obras, su Providencia, etc. Si fuera un genio mágico que paliara todas nuestras necesidades, ¿dónde quedaría nuestra libertad? ¿Cuánto se rebajaría nuestra naturaleza si prefiriéramos los bienes materiales a los espirituales?
El hombre es libre, con todo aquello que conlleva. Libre para escoger el bien, libre en nuestras acciones, en nuestro comportamiento, libre en el amor, incluso en la obediencia. Por eso, el Señor no quiere venir a cancelar nuestra libertad arreglándonos la vida sino que Él es un Dios providente que de todo mal, permitido para nuestra libertad, saca un bien mayor.
Cristo nos da la Gracia para que a pesar del mal y de las dificultades del camino al Cielo siempre podamos amar, amar libremente. Todo aquel que ama sabe que amar significa sufrir.
La vida de fe es un camino, suele decirse; la conversión es un encuentro, oímos también. Son frases ciertas y llenas de belleza pero no debemos olvidar que el verdadero camino es fatigoso y el encuentro no sucede por iniciativa del hombre sino por pura misericordia de Cristo que quiere asociarte a su santidad.
El camino de la Cuaresma se entiende como el camino a la Pascua y Resurrección, el camino de espera, preparación y amor. Es importante focalizar nuestra atención en el camino de la Cruz, en el momento de mayor sufrimiento del Hijo, la gran muestra de amor.
En este valle de lágrimas el que no sabe de dolor, no sabe de amor. San Juan de la Cruz
No es que Dios quiera que padezcamos enormes dolores, el Cielo no es sufrimiento, para liberarnos de la muerte murió por nosotros. El amor tan grande que Él nos tiene ha hecho necesaria la Redención, pues la Pasión de Cristo no es otra cosa sino la mayor muestra de amor de la historia, el pacto más desproporcionado, la alianza más libre, el sufrimiento más inmerecido, la libertad más plena.
Cristo es hombre, sufre amando, como nosotros sufrimos amando a nuestros amigos, amando nuestras empresas humanas… El Señor nos indica en la Cruz que la manera de vencer al pecado es con el amor, amando hasta que duela, amando la voluntad de Dios por encima de uno mismo.
El encuentro con la Samaritana en el Evangelio es un gran acercamiento al misterio de la Cruz. Jesús se sienta en el pozo de Jacob enseñando (postura del maestro), pero está agotado del camino porque es también un ser humano, cansado y débil. Lleva encima la fatiga de evangelizar, el cansancio de hacer el bien, de llevar a Dios a todas las almas y necesita recuperar fuerzas. La misma fatiga que en el pozo le hace pedir agua a la samaritana es la que le hace exhalar en la Cruz la dura frase de:
Tengo sed. Jn 19, 28
El sufrimiento de la mujer samaritana adquiere un nuevo sentido tras mirar al Señor. La sed de amor que ella tiene, que le ha llevado a tener tantos maridos y ahora vivir con uno que no lo es, es símbolo de la naturaleza sobrenatural que lo mundano no sacia. Ella sufre en soledad, seguramente despreciada por los del pueblo; sufre acarreando tinajas de agua sin que nadie le ayude, y aun así es amable con el sediento; sufre preguntándose dónde debe adorar a Dios.
Es el símbolo de todos nosotros, que sufrimos, amamos y buscamos. En cierto modo, es reflejo de la Magdalena a los pies de la cruz, quien también oiría las palabras de Jesús sediento y no supo colmarlo, hasta que Él se mostró como fuente inagotable de agua viva y Gracia.
El pozo de Sicar nos lleva a los pies de la Cruz y a la Resurrección. Esa es la Gracia en la cual nos encontramos, es la que descubrimos en los momentos de sufrimiento, soledad y miedo. Sintámonos como samaritanos de la Providencia de Dios, porque Cristo nos dice en estos momentos de crisis: “Yo soy quien te da el agua y la vida. Yo estoy en templo samaritano, en la sinagoga, en el pozo, el la roca de agua de Moisés… en la Cruz”.
Estar en Gracia es el camino para la comunión con el Señor, para ofrecerle el sufrimiento. Hacer el camino de las pruebas del amor junto a Él, de la mano de María, para vivir una Cuaresma auténtica. San Juan Pablo II y Santa Teresa de Calcuta reconocieron en el “Dame de beber” de Jesús a la samaritana el “Tengo sed” en la Cruz. Estamos delante del Cristo que nos lleva al Calvario con Él, para que no caigamos en la desesperación.
Con estas palabras, el Señor dialoga con nosotros, con una paciencia y ternura llenas de belleza, para que no perdamos de vista que en el horizonte se eleva siempre la Cruz.
La muerte y la soledad no son fruto del olvido de Dios por el mundo sino parte del Calvario para la Resurrección. Nuestra actitud debe ser como la del Cordero Pascual, que mansamente se entrega en sacrificio, tal y como era la voluntad del Padre.
La prueba de amor solo se resiste si permanecemos en diálogo con Él. El mundo puede entrar en pánico y perder la razón, pero si dialogas con Él, la Gracia te dará la paz que buscas.
El amor hacia los demás exige primero una conversión personal que exige fiarnos de Sus planes. Confía y ama, la Cruz se vive en diálogo con quien te creó y conoce. No tengas miedo, pasaremos por el Calvario a duras penas, pero Cristo ya ha vencido, la Resurrección es real.
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Guadalupe Belmonte
Publica desde marzo de 2019
De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.
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