Cuando era niño, un día 6 de enero, día de la Epifanía del Señor, mi padre me escribió una carta que colocó junto con un modesto regalo y unos dulces debajo de la cama donde dormía. En México es costumbre que a todos los niños se les deje un regalo ese día, el de Reyes (así es como lo llamamos).
De aquel regalo, lo único que conservo es el sobre que contenía la carta con una dedicatoria escrita para mi. De la carta no recuerdo mucho. No sé dónde está, seguramente la habré perdido y son solo algunos fragmentos los que recuerdo de lo que decía. Sin embargo, el valor sentimental de ese sobre es algo invaluable.
Me gusta pensar ahora que en ese sobre pueden caber todas las palabras y oraciones que sólo mi padre puede decirme, a su manera, a su estilo. Y esto confieso que me provoca una sonrisa y una linda paz cada vez que lo veo en mi pizarrón de notas, pues estoy seguro que todo lo que pueda caber ahí, será sincero, cariñoso y de buenos deseos para mí. Sé que lo que pueda decirme mi padre, provendrá desde su corazón.
Quizá hoy en día hemos perdido un poco el significado de orar. En pocas palabras, es un enunciado que conlleva a un diálogo. Es una conversación.
Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría. Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrit C, 25r: Manuscrists autohiographiques [Paris 1992] p. 389-390
Cuando oramos, precisamente hacemos eso. Conversamos con Dios, con nuestras palabras, a nuestra manera. La oración es la clave de nuestra relación con nuestro Creador y mucho dirá de nosotros la forma en la que nos comuniquemos con Él. Una oración entregada, unas palabras dedicadas con amor, por muy cortas que sean, siempre dejarán en calma y paz a un corazón como el nuestro.
La Santa Madre Teresa de Calcuta decía que la oración ensancha el corazón, hasta hacerlo capaz de contener el don de Dios. Orar en un principio puede costar y consideramos que siguiendo estrictamente un protocolo de oración llegará nuestro mensaje a Dios, como si fuera un correo electrónico. La realidad es que siguiendo una forma recomendada de orar o no, si esa oración no nace desde lo más profundo de nosotros, ese mensaje será algo así como el mensaje de spam que llega a nuestro correo electrónico.
Cuando oramos, ¿nuestra oración de dónde viene? ¿Desde lo alto de nuestro orgullo o desde lo más profundo de la humildad de nuestro corazón?
No podemos negar que cuando hemos sentido esa atracción por alguien nuestros mensajes tratan de expresar puntualmente todas esas cosas bellas que esa persona nos ha hecho sentir. Y en efecto, en una relación que se consolida se piensa naturalmente en quién se ama. O por otra parte, como los niños, que cuando oran lo hacen con un sincero pero intenso e inocente deseo de poder convertir sus palabras en objeto de amor para los demás.
En ambos casos, se conversa con una pasión tan vívida que deja nuestro corazón en paz por haberse entregado a decir todo lo que tenía que decir, porque dejamos todo lo que somos en esas palabras. Y como consecuencia de ello, nuestra paz se prolonga al sentirnos escuchados, y amados.
Así es como deberíamos poder orar todos los días.
La oración es un tema que da muchísimo para hablar, pues se trata de la comunicación directa que podemos tener con Dios mismo. La oración es un don de Dios para nosotros.
Mientras más oremos, como una gota de agua que cae constantemente sobre una roca, eventualmente, esa roca se romperá por la insistencia. Con la oración ocurre lo mismo; todo depende de cuánto lo intentemos. Cuando logremos romper la roca que cubre nuestro corazón, en la fragilidad de nuestra existencia, nos daremos cuenta que somos unos mendigos de Dios.
Un mendigo es la persona que siempre pide con humildad limosna para vivir, y lo que hace al mendigo una persona compasible es la humildad con la que pide un poco de ayuda. Así hemos de ser nosotros todo el tiempo en nuestra oración. Lo que nos diferencia a unos de otros es el lugar desde el cual se pide esa limosna, si es desde nuestro orgullo o desde nuestra humildad. La humildad es la clave para una oración y un corazón en paz.
¡Qué grande es el poder de la oración! Se diría que es una Reina que en todo momento tiene acceso directo al Rey y puede conseguir todo lo que le pide. Santa Teresita de Lisieux
En la vida de todos los santos siempre podrás encontrar una reflexión suya sobre la oración, evidentemente porque ellos reconocieron ese don de Dios mismo en ellos, en cada frase o en cada pasaje de alguna de sus obras. En su estilo propio notarás qué importante y trascendente fue la oración para ellos, hasta el punto que la oración misma fue lo que siempre los mantuvo firmes y en paz aun estando en los más difíciles momentos de sus vidas.
Cuando ores, busca siempre la comunicación del corazón. Nuestra oración a veces será con alegría, otras veces con miedo y muchas veces será con lágrimas. La oración cristiana no es una oración meramente meditativa, es vívida y nos hará sentirnos de muchas formas, porque es real. La comunicación con Dios es real. Santa Madre Teresa de Calcuta decía esto sobre la oración que puedes tomar como consejo: “La cosa más importante no es lo que decimos nosotros, sino lo que Dios nos dice a nosotros. Jesús está siempre allí, esperándonos. En el silencio nosotros escuchamos su voz”.
Habla con Dios y siéntete en paz de haberle dicho todo lo que tienes que decir.
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Diego Quijano
Publica desde abril de 2019
Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.
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