La mayoría de los creyentes, hemos tenido un momento crucial en nuestras vidas que la han cambiado totalmente, así sea que hayas crecido en una familia religiosa o no. En algún momento de nuestras vidas hemos sentido ese fuerte llamado de Dios. Un llamado al que es casi imposible no darle respuesta, un llamado que nos hace ir, conocer, viajar y cambiar tantas cosas, solamente por encontrar la belleza del plan que Él tiene para nuestras vidas.
Hace poco asistí a una eucaristía donde el sacerdote, muy lúcido y alegre, comentó que este año celebraba tres aniversarios sumamente importantes para Él: los 70 años de su llamado, 60 años de sacerdocio y 90 años de edad. Pero lo que más me sorprendió fue cómo su semblante se iluminaba mientras recordaba y hacía énfasis en que el día 18 de febrero, cumplía los 70 años de su llamado. En mi corazón inmediatamente busqué aquel momento en que sentí ese llamado de Dios en mi vida, quizá no en cuanto a mi vocación, si no por el hecho de que me llamara para poder compartir la belleza de su misericordia y su amor. No se me podía olvidar jamás.
Cada historia es distinta, cada momento tiene su propia esencia. Para Samuel fue en el templo cuando después de muchos llamados respondió: Habla Señor que tu siervo escucha; para San Pablo, fue cuando Cristo le hizo desplomarse de su caballo y quedar ciego; para Andrés y Juan fue verle pasar caminando y preguntarle: “Maestro, ¿dónde vives?”; a otros solo bastó acercarse a la orilla, para dejarlo todo y seguirle. Para mi fue en una adoración eucarística, cuando mi corazón ardía en sed del Señor y quería consumirme en Él, y estoy seguro de que todos y cada uno de nosotros tenemos nuestra historia personal de ese primer encuentro con el Señor, nuestras propias: “4:00 p.m”.
En el evangelio de Juan, me parece de una belleza increíble la exactitud con la que el escritor sagrado dice: “Eran como las cuatro de la tarde”. Claro quizá, a algunos se nos haga difícil recordar la fecha o la hora, pero jamás podemos olvidar el momento en el que vimos a Dios pasar por nuestras vidas: ese primer llamado, ese primer acercamiento (que nos hizo dejarlo todo)… lo que el mundo en sus deleites y delicias nos ofrecía, no era ni la mínima parte en comparación con ese encuentro con el amado, Jesús.
Es importante que, como María, guardemos todo esto en nuestro corazón, que lo podamos estar siempre meditando en el silencio de nuestra oración, escribirlo y tenerlo presente, para que en lo momentos difíciles no nos desalentemos, si no que podamos recordar la belleza de ese primer llamado. La importancia de ese encuentro con Dios, que nos hace partícipes de la alegría eterna de su amor. Que cada vez que tengamos la oportunidad de mirar a Jesús caminar, no dudemos en ir tras Él y preguntarle: “Maestro, ¿dónde vives?” y tener así la oportunidad de vivir nuestras propias “cuatro de la tarde”. Él con su voz firme y apacible, solamente nos dirá: “Vengan y lo verán”.
Jesús les dijo: «Vengan y lo verán.» Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde. Juan 1, 39
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Diego Esquivel
Publica desde octubre de 2020
Soy Licenciado en Fotografía, Misionero de Corazón Puro Internacional. Camino por todo el mundo, capturando la belleza de Dios.
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