Desde muy pequeño me inculcaron siempre cuán importante es perseguir nuestros sueños. Mi abuela siempre me decía que si a un sueño se le pone una fecha límite, este ya no es un sueño sino más bien una meta.
Antes de conocer a Cristo practicaba mucho esto, me encantaba hacerlo. Cuando comenzaba el año agarraba un papel bien grande donde anotaba todas las metas, las decoraba y hasta incluso le ponía muchas imágenes para motivarme a cumplirlas. En inglés se lo conoce como Vision Board
Cuando cumplí quince años de algo estaba seguro, quería ser un chico que fuese contracorriente. Pero ¿en qué sentido lo decía? Ir contra la marea implicaba hacerme escuchar, hacerme visible antes los ojos del mundo, alzar mi voz para que la atención de todos estuviese puesta en mí. Dejando de lado valores, sin preocuparme por el mensaje que transmitía, quería ir en contra de todo lo que se me “imponía”.
Dos años después fue cuando tuve mi primer encuentro cercano a Cristo, un encuentro que me marcó para toda la vida. Fue tan fuerte ese encuentro con el Señor que poco a poco, después de un proceso que implicó tiempo y oración, fui dejándome amar más y más por Él, descubriendo Su belleza.
Realmente pude experimentar cómo el Señor me pedía que lo deje todo para seguirlo. Dejar de ser ese chico que quería ser el centro de atención, que quería ser escuchado, que buscaba el amor en cosas materiales y en personas un tanto tóxicas.
Pasado el tiempo comencé a identificar cómo Jesús había cambiado por completo mis maneras de hablar, mis maneras de contestar, mis maneras de relacionarme con el otro, con el prójimo. Comprendí entonces que ese chico que quería ir contracorriente ya había crecido y que ya no era necesario recurrir a ese pensamiento para sentirme importante.
Un día, después de mucho tiempo, mientras estaba en Hora Santa frente a Jesús Sacramentado, sentía que volvía ese pensamiento nuevamente. Una y otra vez, siempre que estaba en oración, se me venía a la cabeza eso mismo que plasmé en una hoja a los quince años: Ir contracorriente.
¿Por qué el Señor me mostraba nuevamente eso? ¿Cómo era posible que el Señor me estuviera llamando a ir contra la marea?
Evidentemente no lo entendía, hasta que un día profundizando la vida de jóvenes santos lo comprendí. Ser cristiano implica ir contracorriente. Pero no de la manera que antes lo vivía, sino más bien ir contra la marea de la mano del Señor, enlazando mi mirada con la de Él. Ir contracorriente es escuchar más a mis hermanos, dialogar siempre desde el amor, transmitir a Jesús en el día a día. Ir contracorriente es ser como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. Es embarcarse en un viaje de interioridad, dejándonos empapar por la belleza que derrama en nosotros
Es por eso que te quiero compartir tres claves para ir contracorriente de la mano de Jesús.
- Escucha: Dios nos hizo con dos oídos y una sola boca. Escuchar atentamente a nuestro prójimo, escuchar los planes que tiene Dios para nuestra vida nos ayuda a crecer.
- Dialoga: Después de escuchar dialoga siempre con caridad y con amor, desde el encuentro, desde la oración, que nos lleva al siguiente punto.
- Nútrete: Nutrirnos del agua viva que sacia toda nuestra sed, nutrirnos del pan blanco que se entrega, nos permite ser libres, porque cuando vamos de la mano de Jesús caminamos con la Verdad.
Querido joven, el tiempo es hoy. Mira a Jesús a los ojos y dile “Señor, quiero ir contracorriente, dejándome cautivar por tu belleza, tomado de tu mano”
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Agustín Rodríguez
Publica desde julio de 2022
De Argentina, 21 años. Seminarista. Dios me invita a vivir mi camino de santidad compartiendo las maravillas que Él hace en mi vida.
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