Es bien conocido por todos, que en la vida, el sufrimiento, el dolor y la tristeza existen. Los problemas, actuales y pasados, marcan con cicatrices los sentimientos y los corazones de las personas; sin embargo, aunque algunas heridas son sanadas, existen otras que siguen abiertas y pareciera que nunca dejarán de doler. Esto deja un gran vacío en el hombre, pues no encuentra explicaciones a sus pesares y hace que se encuentre solo y abandonado, sintiéndose condenado a vivir con dolor por el resto de su vida.
San Juan Pablo II, durante su pontificado, detalló con precisión problemas actuales del hombre en su grandioso legado que es: la Teología del Cuerpo. Dentro de ella, San Juan Pablo II nos habla sobre un punto muy importante: somos creados como hijos de Dios, que en palabras teológicas es: el significado filial del cuerpo.
A través de la integridad del cuerpo humano, reconoceremos las experiencias originales, entre ellas: la soledad original. Y posteriormente este significado filial.
Después dijo el Señor Dios: “No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”. Y el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. El hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada. Gn 2, 18-20
Como bien sabemos por el relato del Génesis, Dios creó a todas las creaturas de la tierra y el cielo, y con el soplo de vida, creó al hombre (Cfr. Gn 2, 7). A partir de este punto, es muy importante recalcar todo lo que a continuación describen las Sagradas Escrituras; remitiéndonos a los textos originales de éstas, se presenta la figura y el término del: Adam.
Esta palabra dista mucho del “Adán”, que es la figura masculina, y es un apartado previo al hombre y la mujer. El “Adam” se refiere a la humanidad. Dios antes de presentar al Adán y Eva que conocemos, crea a la persona, a la humanidad. Y por tanto todo lo que se describa en la figura del “Adam” son cosas que suceden tanto para hombres como para mujeres.
¿Qué sucede con esta figura del Adam? Dios, tomando la iniciativa para nosotros, dice que no es bueno que el hombre esté solo y por eso crea las creaturas del cielo y de la tierra; las cuales el hombre nombra, pero, a pesar de habérsele entregado toda la belleza de la creación al hombre, este sigue sintiéndose solo.
El hombre está solo: esto quiere decir que él, a través de la propia humanidad, a través de lo que él es, queda constituido al mismo tiempo en una relación única, exclusiva e irrepetible con Dios mismo. Audiencia general del Papa Juan Pablo II, 24 octubre 1979
Esto es lo que se conoce como el estado de la soledad originaria. Un estado en el cual hombres y mujeres se encuentran en algún momento de su vida.
En este punto, podríamos preguntarnos, ¿por qué el hombre no tenía una ayuda adecuada si ya se encontraba con Dios? La respuesta es, porque Dios no es literalmente semejante a nosotros, Dios es nuestro creador. Y es con nosotros, con quienes únicamente, de todas las criaturas que creó, establece un diálogo, una comunicación.
Dios entonces, al seguir notando la soledad del Adam, vuelve a decir: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a crearle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18), y entonces, sucede la creación de la mujer. Este suceso, verdaderamente ayuda al hombre, pero su conceptualización se analiza en otra experiencia original; sin embargo, la clave para entender este vacío y entrar en profundidad sobre el concepto de “soledad original”, es que la soledad en el interior del hombre nunca se fue.
El Adam, hasta la actualidad sigue presente, somos todos los hombres y mujeres, y aunque ambos nos complementamos, la soledad sigue presente en la humanidad, en nosotros. Es tan cierto de reconocer, que por eso hoy en día, aún existen esas heridas y pesares que se sienten como un abandono, y quien lo vive, sabe y afirma que ningún hombre o mujer puede llenar ese vacío que se tiene dentro.
Un ser humano, nunca podrá entrar en la parte más profunda y preciada de otra persona, nunca podrá conocer las entrañas de los sentimientos, del corazón y del alma. Solamente, si es deseo nuestro, en el silencio; podemos nosotros mismos entrar a nuestro espacio más profundo y una vez estando ahí, podremos darnos cuenta de que ahí esta ALGUIEN que nos está mirando y que únicamente, si nosotros se lo permitimos, busca estar en diálogo con nosotros. Dios, de la misma manera que al principio sigue buscando tener la iniciativa para que no nos sintamos solos, así como lo hizo con las creaturas, así como lo hizo con la misma carne de nuestra carne, es Él quién nos acompaña en nuestra soledad para llenar ese vacío interno.
Es a través de esto, que las palabras de San Juan Pablo II, citadas anteriormente cobran todo sentido y belleza: El hombre está solo: esto quiere decir que él, a través de la propia humanidad, a través de lo que él es, queda constituido al mismo tiempo en una relación única, exclusiva e irrepetible con Dios mismo.
La soledad originaria nos revela el secreto de la dignidad humana, porque no estamos llamados a ser solo creaturas; a lo que Él nos invita, es a ser hijos suyos, hijos amados por un padre que nos creó, que maravillosamente, ¡es Dios! Pues estamos hechos a imagen y semejanza suya.
En esta experiencia original, podemos redescubrir el gran regalo de la vida, la cual Dios nos ha dado. Un obsequio, que Él desinteresadamente nos da para que podamos disfrutar de la belleza de su amor, que es todo lo que nos rodea, y que Él nos llama a disfrutar como hijos suyos. Algo que sencillamente nos conduce a sentir estupor, ya que nosotros no hemos hecho nada para merecer esto, es Él quién ha decidido acercarse.
Ahora bien, ya sabemos que Dios nos llama a ser hijos suyos, pero no es un hecho que nosotros lo seamos desde el principio de nuestra existencia. Para poder ser plenamente hijos de Dios, tenemos que decidir abrirle la puerta y responder a su llamado. Dios es un caballero que esperará pacientemente, depende de nosotros si queremos llamarle y relacionarnos con Él como un Padre.
Así como podemos vivir en un lugar y no considerarlo nuestro hogar, del mismo modo es Dios con nosotros, Él es nuestro creador, pero la decisión de aceptarlo como Padre es solo nuestra.
A partir de este momento, si aceptamos y le damos cabida a Dios como nuestro Padre, y ahora podemos ser considerados como hijos suyos, hemos encontrado y entendido el significado filial del cuerpo. Que es esa relación de padre e hijo, tan vívida, tan íntima, cercana y profunda, como la de un padre que engendra a un hijo.
Todo esto Cristo, a su llegada, nos lo vino a mencionar. Él es Quien nos vino a decir múltiples veces que su Padre, el Padre que está en los Cielos, es también el Padre de todos nosotros, nos enseñó a hablar con Él y a rezar con Él con la oración del Padre Nuestro. Recordemos que, en los tiempos de Cristo, llamar a Dios por “Padre” resultaba algo tan escandaloso que provocaba el calificativo de “hereje”; sin embargo, fue el mismo Hijo de Dios, que al igual que nos vino a traer la salvación, también nos vino a traer una figura más cercana de Él. Un Padre que nos cuida y nos protege, y que siempre estará esperando al hijo pródigo.
Tal vez la salvación de nuestras almas podría parecernos algo muy difícil, un camino lleno de obstáculos que solo unos pocos logran terminar. Lo cierto es que la salvación solo la podemos obtener siendo hijos de Dios, y definitivamente ese caminar se hará más grato al tener la compañía del Padre en nosotros.
Con la belleza de la vida al alcance de nuestras manos, por regalo de Dios, aludiendo a las palabras de San José Luís Sánchez del Río, el joven mártir mexicano: “ahora más que nunca, había sido tan fácil ganarse el Cielo”; si aceptamos ahora ser hijos de Dios, ahora más que nunca, podemos sentir tan fácil el amor del Padre en nuestros corazones.
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Diego Quijano
Publica desde abril de 2019
Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.
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