¿No tenemos el corazón en vela a la llegada del esposo, del enamorado? La gran cantidad de amor que derrochemos hará que nuestra espera sea infinita, que no nos cansemos de esperar, con esa paciencia y prudencia de tenerlo todo dispuesto y preparado para cuando llegue el Amor, porque llegará sin avisar. Como nos explica Jesús en esta parábola:
Sucederá entonces con el Reino de los Cielos como lo que sucedió en una boda: Diez muchachas tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran despreocupadas y cinco previsoras. Las despreocupadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; en cambio, las previsoras llevaron sus botellas de aceite, además de sus lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les dio sueño a todas, y por fin se durmieron. Cerca de la medianoche, se oyó gritar: “¡Ya viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!” Todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas. Entonces las cinco despreocupadas dijeron a las cinco previsoras: “Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando.” Pero las muchachas previsoras contestaron: “No, porque así no alcanzará ni para nosotras ni para ustedes. Más vale que vayan a donde lo venden, y compren para ustedes mismas.” Pero mientras aquellas cinco muchachas fueron a comprar aceite, llegó el novio, y las que habían sido previsoras entraron con él en la boda, y se cerró la puerta. Después llegaron las otras muchachas, diciendo: “¡Señor, señor, ábrenos!” Pero él les contestó: “Les aseguro que no las conozco.” Manténganse ustedes despiertos —añadió Jesús—, porque no saben ni el día ni la hora. (Mt 25, 1-13).
Esta parábola nos invita a vivir en vigilancia porque nadie sabe cuándo llegará el momento fundamental de la vida, el momento de más belleza: el de pasar de este mundo a la vida eterna. Y tenemos que estar todos en vela para cuando llegue el Señor a llamarnos. Jesús nos invita a vivir con confianza en la providencia, en una actitud de sabiduría, a aprender a hacerlo con esa llama de luz encendida, que en el fondo es una llama de amor, de entrega, de compromiso fiel y sincero con Aquel que me espera. Sabiendo que está en los demás, que me llama a través del prójimo.
Teniendo la esperanza en la Resurrección a la vida eterna y de transmitirla con la verdad de saber que la vida eterna es estar con el Señor para siempre. Estar con Él, gozar de su presencia, de su plenitud, de su misericordia, de su ternura. Esta es la vida eterna que esperamos después de la muerte si hemos llenado nuestras lámparas con el aceite de las buenas obras, del encuentro con el prójimo y con el Señor, que se queda en la Eucaristía, que nos deja los sacramentos como Tesoros de amor y misericordia para llegar a Él, para saciar nuestra sed de plenitud y felicidad; procurando evitar todo aquello que nos aparta del Amor y de amar.
Demos gratis todo aquello que gratis, se nos ha dado. Mt 10,8
Llevemos al mundo, con generosidad, ese aceite que hace que no se apaguen las velas de la espera y del encuentro, porque el mundo tiene sed de Amor, de caridad verdadera con el prójimo, de compasión, de comprensión, sed de aguas limpias y puras, que reflejan la belleza del amor auténtico y sincero. Este es el aceite junto con la Adoración y la Eucaristía, con el que debemos llenar esas lámparas para que no deje nunca de alumbrar nuestra luz para el Señor y para los demás.
La belleza del amor, cuanto más se da, más crece y más lo queremos dar.
Tener el suficiente amor como para no cansarse de esperar. Padre Higueras
Así tenemos que vivir: preparados, con sabiduría y prudencia de no estar dormidos en vida. Esto es, dando amor, viviendo en Cristo y para los demás. No esperando al último momento de nuestra vida para encontrarnos con Jesús, para colaborar con la Gracia de Dios, sino hacerlo ya, ahora. De vez en cuando, parémonos a reflexionar: ¿Estoy preparado? ¿Alimento el aceite de mi lámpara para que no se apague su luz? Con ese alimento que es la caridad, el amor, los sacramentos.
Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora, en que El Hijo del Hombre ha de venir. Mt 25,13
Seamos capaces de vivir en vela como quien está herido de amor, deseando que venga el Esposo, que hace que la belleza del alma lo anhele y lo busque, con esa fuerza en el corazón que desea verlo y encontrarse con Él. Jesús no se cansa de esperarnos, correspondámosle teniendo nosotros esa luz encendida en todo momento para dejarnos encontrar por Él y por todos aquellos que nos necesiten.
Al atardecer de la vida te examinarán del amor. San Juan de la Cruz
Pidamos esta Gracia a María, que tanto nos ama. Ella supo esperarlo con esa bella virtud de la esperanza y con humildad de corazón.
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Beatriz Azañedo
Publica desde marzo de 2019
Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.
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Maravilloso como siempre Beatriz. Muchas gracias por ser, aceite con tus artículos, para tantos y tantos de nosotros.
Adelante!!! Con Jesús y Maria.
¡Precioso y esperanzador!
Muy bonita explicación de este Evangelio que ayuda a no olvidar lo importante.
Gracias Beatriz.