A través de los tiempos la virtud de la humildad ha sido tan tergiversada, que ahora ni siquiera es vista como un valor, o quizás una virtud de la que se hable en las clases de ética, o incluso en las de religión de las instituciones educativas de nuestros países. Sin embargo, hace más de dos mil años llegó a este mundo un Dios, un Rey, un Mensajero que vino a personificar en su ser la virtud de la humildad. Ése hombre fue Jesús, el Hijo de Dios.
La humildad es la verdad: El humilde ve las cosas como son, lo bueno como bueno, lo malo como malo. En la medida en que un hombre es más humilde crece una visión más correcta de la realidad. Santa Teresa de Ávila
La virtud de la humildad conlleva a quien la practica, a un compromiso, al compromiso de reconocernos necesitados de Dios, dependientes de Dios. Ya muy bien nos lo dice el apóstol san Juan en su evangelio cuando afirma que sin Dios nada podemos. Además, no hace falta citar las palabras del libro del Génesis que nos recuerdan que polvo somos y al polvo volveremos. Así las cosas, ser humildes nos debe hacer conscientes, como santa Teresa de Jesús, de que quien a Dios tiene nada le falta.
Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta. Santa Teresa de Jesús
¿Pero dónde queda Jesús en todo esto de la virtud de la humildad? Sencillo: Jesús es la humildad perfecta. Cuando Jesús llegó a este mundo, llegó a encarnar todas y cada una de las virtudes que todo cristiano debería imitar, pero imitó con más fervor y/o furor la virtud de la humildad, ¿pues qué dios siendo Dios se rebaja a nuestro grado de humanidad para la salvación de todo el universo? Además, en cada gesto, en cada palabra de sus tres años de vida pública, de predicación, nunca quiso sobresalir o llamar la atención, sino que siempre buscó ante todo hacer la voluntad de su Padre celestial y dar toda la gloria a Él y a nadie más que Él.
Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza. 2 Carta a los Corintios 8, 9
Queridos lectores: La invitación entonces, que nos hace la mismísima Humildad Encarnada es a seguirle, a imitarle. Jesús, como bien sabemos, ascendió a los cielos, pero no se fue así como así, sino que nos dejó una serie de reglas sencillas pero exactas que nos ayudarán a vivir la vida cotidiana con humildad, caridad y espíritu de servicio, tres elementos que caracterizaron la vida no pública de Cristo. Para terminar este artículo, me gustaría invitarlos a todos a decir juntos: Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al Tuyo.
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John Sergio Reyes León
Publica desde julio de 2020
Soy un joven de 18 años de edad nacido en Bogotá pero residente en Medellín, la ciudad más católica de Colombia. Trato de seguir el ejemplo de los evangelistas al relatar la buena nueva que Dios ha hecho en mi vida. Parafraseando a san Pablo: Ahora no hablo yo, es el Espíritu Santo el que habla en mí.
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