Ayer se me juntó todo. Literalmente. Y es que llevaba una semana “movidita”: no todas las semanas tengo el práctico de conducir (probaremos mejor suerte la próxima vez) y me incorporo a un nuevo trabajo. Acompaño el artículo de este piano maravilloso.
Mudanza y una Primera Comunión por la mañana, comida, tres cumpleaños intercalados a las 19.30; 21.00 y 22.30 horas. Sin faltar además a la cita mundial del fútbol: Final de la Champions League. Es interesante destacar dos puntos. El primero, que vivo con mis padres es fácilmente superable, ya que a partir de cierta edad se nos presupone cierta libertad de movimiento y acción ¿no? Bien, este presupuesto se contrapone al segundo punto a mencionar. El carné de conducir.
El resultado fue una catarsis. Finalmente me quedé sin Champions. Una pena porque ver a los del Liverpool levantar la “Orejona” es un gustazo frente a un equipo levantado a golpe de talonario. También falté a dos de los cumpleaños y prevalecieron la Comunión y el cumpleaños de mi tío, eventos familiares a los que iban mis padres, quienes por ende tenían el control sobre el vehículo, del que estaba necesitado como medio de locomoción, dado que Madrid es muy grande y la periferia tiene una conexión “regulera” tirando a mesolítica. Un drama.
Me agobié bastante. Llegué a casa cinco minutos antes de que empezara la Comunión, es decir, llegué a la Comunión tarde. Tras la Misa, el banquete. Quince croquetas después, las horas iban pasando lentas mientras mi madre se ponía al día con sus tías. Los demás hacíamos intentos desesperados por no sucumbir al abrazo del sofá, mientras lanzábamos miradas de soslayo a mi padre, quien se mantenía demasiado despierto para las horas que eran. Finalmente tras apurar dos o tres postres y un par de tazas de café nos batimos en retirada a las 17.00 horas… para terminar llegando tarde al cumpleaños de mi tío. Una hora tarde. Esa concatenación rompía mi alienación astral para cumplir con todos los tiempos que había pactado en mi cabeza y me ponía fuera de combate en el primer round. Impedía mi carambola de cumpleaños de amigos, y al fallar la primera ficha, el dominó se vino abajo. Llamé a mi novia y cancelamos el primer cumple, era materialmente imposible estar en dos sitios a la vez, a la misma hora, teniendo en cuenta que siempre iba a llegar a uno para irme al siguiente. Llegar al cumple de mi tío a las 20.30h para irme al siguiente cumple a las 21.30, y al poco irme al siguiente. Absurdo. Qué desperdicio hubiera sido: tres cumples y sin quedarme a ninguno. Si hay que ir se va, pero ir “pa ná” es tontería, ¿no?
Recuerdo haber llegado a las cosas como de pasada, corriendo, deprisa y mal. Como en un torbellino. Sin disfrutar. Bastante enfurruñado, porque tenía un buen disgusto la verdad. Lo había intentado todo y no me había salido nada. Hice una pausa y me puse a pensar en la terraza, mientras veía pasar a un tipo con un polo negro y gafas de sol tipo Wayfarer que parecía recién salido de una discográfica.
¿Que había hecho mal? Había intentado ir a todo: uno de mis amigos cumplía treinta, la otra amiga hacia mucho que no la veía y había venido a mi cumpleaños, era el sesenta cumpleaños de mi tío… Muy complicado todo.
Había ido a lo que habían ido mis padres, no habíamos adaptado los tiempos porque es lo que implica vivir en familia, lo único seguro es que nada es seguro, en lo que a los tiempos se refiere. El tiempo se convierte en un concepto abstracto donde los relojes de Dalí tienen sentido. Y es una aventura, porque muchas veces no se llega. Como ayer no llegué yo. “La familia es lo primero“, me decía hoy en la cocina mi madre, y yo pensaba: “claro, Mamá, por eso fui a la Comunión, ¡pero no para quedarme hasta la hora de la merienda si luego hay más cosas!”. Es lo que llaman en economía el “coste de oportunidad”. Lo cierto es que mi madre disfrutó mucho en la Comunión, y por diferencia de intereses, ella sí que quería quedarse a hacer merienda-cena, y empalmar ese plan con el del primer cumple. Ahora lo veo y la escena me parece cómica, mis hermanas, mi padre y yo en una escena tipo La balsa de la medusa, después de hartarnos a croquetas y a Alhambra especial, yacíamos en un sofá, mientras mi madre despachaba con sus cuatro tías a la vez. Ni Dartagnan en sus días de juventud. Le faltó emular a San Pedro con aquello de “qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas“.
Bromas aparte, hay que aprender a decir que no. A quedar mal, como quedé yo ayer mal con mis amigos por no haber podido ir a sus cumples. Es imposible dar gusto a todo el mundo. Es imposible estar en dos sitios a la vez, salvo que tengas el don de la bilocación. Ayer era el “día D” y no lo supe ver. ¿El resultado? Evidentemente no fui a todo y a lo que fui, llegué tarde, sin ganas y disgustado por no haber ido a lo otro. Y me dio mucha pena, porque al final es tanto nadar para morir en la orilla. Quieres llegar y llegas mal. Y así no se puede.
Hay que llegar bien, con estilo. Se pueden hacer muchas cosas sí, pero se pueden hacer menos y mejor. Al final se trata de eso, de disfrutar, haciendo disfrutar a los demás. La vida es muy larga y hay muchas cosas bellas en el día a día y tiempo para todo. Quedaré con mi amigo “treintañero” un día más tranquilo en la piscina, con mi amiga y su novio a tomar unas tapas y nos pondremos al día, pude ir a la Comunión y celebrar el cumple de mi tío en familia y mañana saldrá el sol por Antequera. Hay tiempo para todo, es cuestión de organizarse y donde no se llega se ofrece, y Dios suple. Ahí está la belleza de las cosas, en disfrutar. Y si hay que decir no y quedar mal, se queda mal.
Es importante cuidar a los amigos, por eso cuando no se llega hay que tener la conciencia tranquila y proponer otro día. Por su bien, porque les hemos fallado, y por el nuestro porque no hemos dado más de lo que podíamos. Como dice la Escritura, “a cada día le basta su afán” (Mt 6, 24). Es una aventura muy divertida y me va a suponer un reto. Como todo lo que es importante en la vida. Vamos allá.
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José Palomar
Publica desde marzo de 2019
Abogado, me apasionan las humanidades. Disfruto mucho leyendo a los clásicos y fumaba en pipa. Intento vivir en presencia de Dios en mi día a día y trasportar mis pensamientos y ocurrencias a los artículos que voy escribiendo.
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