Hace dos domingos comenzamos el Adviento, un tiempo lleno de alegría, dulzura y esperanza, pero sobre todo, lleno de fe. Un tiempo que nos lleva a prepararnos en la dulce espera del nacimiento de Jesús en nuestros corazones.
Y si aún no sabes como empezar el Adviento, te recomiendo primero leer el articulo de mi hermano Diego Quijano: ¡Adviento, la llegada del Señor!. Así, podrás entenderlo mejor.
Pero, ¿cómo debemos preparar nuestro corazón para Él? Contamos con el ejemplo de la Inmaculada y siempre Virgen María.
Uno de los dogmas más profundos y hermosos de la Iglesia es la belleza de la Inmaculada Concepción de nuestra Madre. Aunque quizá puede ser un poco difícil de comprender, no imposible.
La palabra dogma significa: “proposición que se asienta por firme y cierta, como principio innegable” (RAE). Con esta afirmación de fe, lo que queremos decir es que creemos fervientemente en que María, la Madre de Dios, nació sin la mancha del pecado original, y se mantuvo pura y llena de gracia hasta el momento de su muerte.
…declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles. Papa Pío IX – Ineffabilis Deus
Desde el saludo del Arcángel Gabriel, sabemos que María era completamente agradable a Dios en todo sentido, confirmando el favor de Dios hacia ella (Cfr. Lc 1, 28).
Por la gracia de Cristo, María es concebida libre de pecado y completamente redimida. Ella es la promesa esperada desde el principio, de donde vendría la salvación y la redención del hombre, una promesa hecha por Dios mismo a Adán y Eva.
Con la belleza de la Virgen María, Dios nos muestra la necesidad y lo esencial de tener un corazón limpio y puro para poder recibir a Su Hijo y encontrar la salvación. Siendo ella nueva criatura hecha por el Espíritu Divino de Dios, y siendo por Su gracia preservada de todo pecado.
¿De todo pecado? ¡Sí! ¡De todo pecado! Desde el pecado original que se nos trasmite por herencia de Adán y Eva, hasta de pecado personal; puesto que, desde el inicio de la descendencia de Eva, Dios escogió a la Virgen María para ser madre de Su Hijo. Por eso Dios la dotó de todo lo necesario para la misión tan importante que le encomendaría, la cual, con total uso de su libre albedrío, ella aceptó con fe y con amor.
Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre su linaje y el tuyo. Él te aplastará la cabeza y tu le acecharás el talón. Génesis 3,15
No es que fuese necesario o un requisito indispensable que fuese libre toda mancha de pecado, pero en su infinito amor y misericordia, Dios quiso hacer de la Virgen María y de su vientre una morada idónea para Su venida al mundo.
María, sin saberse que es kecharitomene, que en griego significa un estado sobrenatural en que el alma está unida con Dios mismo, nos enseña cómo vivir en obediencia y humildad. Sin necesidad de saberse escogida por Dios hasta el momento de la Anunciación, tuvo una vida de oración de cercanía con el Padre en total libertad.
Fue esto lo que le permitió a ella encontrar el favor de Dios y obtener el título “La Llena de Gracia”, pues su vida era completamente agradable a la vista del Padre.
Es ella quien nos enseña que no hay necesidad de sentirse en un estado sobrenatural para saber que nuestro propósito como hijos de Dios va más allá de nuestro simple entendimiento. Y es en la aceptación y en el “Sí” como el de la Virgen María, que encontramos la salvación en Su Hijo.
Hoy, en este tiempo de espera y preparación al inicio de un nuevo Año Litúrgico, la Iglesia nos enseña a través de la celebración de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, que es necesario limpiar nuestro corazón y escogerla a ella como modelo de pureza para recibir a Jesús.
Con la Virgen María, podemos realmente encontrarle el sentido a la omnipotencia de Dios, de que indudablemente Él es quien puede hacer nuevas todas las cosas. Aun habiendo perdido la gracia Adán y Eva en el Edén, es Dios mismo quien la restaura por medio de María, y es con su ejemplo de pureza que nos muestra que también nosotros, siendo hijos suyos, podemos alcanzar la belleza de la gracia de Dios por medio de Cristo Su Hijo, a quien podemos llegar a través de la Virgen, que es su Madre y también la nuestra.
A ti, Virgen inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, te renuevo hoy, de modo especial, la consagración de toda la Iglesia. Guía Tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios. San Juan Pablo II – Santa Misa con ocasión del 150º Aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, 2004
Si bien acabamos de celebrar este misterio tan grande y hermoso, no es tarde para recordar que la belleza de la pureza de la Virgen María nos puede alcanzar también a nosotros, pues con su vida y ejemplo, sabemos que no es imposible alcanzar la santidad. Celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción el día 8 de Diciembre.
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César Retana
Publica desde septiembre de 2019
Salesiano desde la cuna. Le canto a Dios por vocación y por amor. Soy Licenciado en Diseño Gráfico, tengo 28 años, y 20 de ellos en el caminar espiritual con la Iglesia. Me gusta el café bien cargado y los libros.
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