Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Refranes aparte, todos de alguna manera hemos experimentado la belleza del paso del tiempo en nuestras vidas. Simplemente trayendo a la mente nuestro aspecto físico, no tenemos el mismo cuerpo que hace diez años.
Hay muchas ocasiones en que se describe algo, o lo ves escrito y no tiene nada que ver con cuando lo experimentas en primera persona. O cuando lo vive una persona cercana. Me viene a la memoria la belleza de momentos vividos como la Primera Comunión, la primera vez que le di la mano a mi novia… Una cosa es escucharlo, verlo escrito en medio de grandes metáforas o en una película con una música de fondo así muy ad hoc para el momento, otra bien distinta vivirlo. Percibimos por los sentidos, y parece que vivimos de fuera hacia adentro, cuando en realidad es al revés.
Es precisamente esto lo que nos diferencia de los animales, nuestro mundo interior. Conocemos por los sentidos, pero somos también racionales, y los sentidos actúan como sensores de una realidad etérea que se manifiesta en las profundidades de un corazón infinito. Que operemos según las leyes internas inscritas en él o al nivel más cutáneo depende ya del grado de conocimiento que tengamos de esta realidad y nuestra voluntad y disposición en seguirla.
En cualquier caso, no deja de ser llamativo a la condición humana los límites del tiempo, su volatilidad. Esta finitud nos lleva a pensar en lo opuesto, la infinitud. Su Creador es infinito, inmutable. Mientras, nosotros estamos expuestos al cambio, al tiempo. Dios no cambia de carácter, de voluntad, de forma de pensar, no tiene principio ni fin, es Señor del tiempo y de la historia, y todo lo que de Él digamos siempre se quedará corto.
Porque, ¿qué es la historia?
No es sino una sucesión, concatenación de momentos, en presente. Ahora. Un rayo de luz penetra nuestra alma y en ese mismo instante entramos en comunión con Dios en conversación de corazón a corazón.
¿Cómo explicar que la muerte siempre nos pille de sorpresa? ¿Acaso alguien sabe a qué hora y qué día va a morir? ¿Por qué vivimos como si no fuéramos a morir nunca?
El hombre tiene ese sentido de la inmortalidad inscrito en el corazón. La muerte no es natural, estamos llamados a permanecer en la eternidad. La enfermedad no estaba en los planes originales de Dios, ni el sufrimiento; son consecuencia de la herida del pecado.
Cuando engendramos una vida, Dios nos hace participes de su plan de creación. Ni los ángeles tienen este don. Cuando se engendra una vida es para siempre, para toda la eternidad.
Me ayuda a pensar en la eternidad, como concepto, imaginar una playa de arena fina. Ahora, imagina contar todos los granos de arena uno a uno. Bien. ¿Has terminado? La eternidad no ha hecho sino comenzar. Es tan complejo para nosotros… Pero en Dios se da.
Es curioso porque nosotros estamos siempre en permanente estado de cambio, en continua conversión, aspiramos al bien, lo anhelamos. Somos los que no somos, porque Dios es el que es. Si no existiéramos, Dios seguiría siendo el mismo.
¿Por qué somos creados nosotros y tantos miles de millones no? Dice C.S. Lewis que de muchos sólo sobrevivimos unos pocos, los mejores, y más aún si nos acordamos de los tiempos anteriores, con las enfermedades, la esperanza de vida más baja… Somos élite. Unos privilegiados. Es puro milagro que vivamos. Puro don de Dios.
Leía en una entrevista a un señor ya mayor, que tras la muerte de su esposa, después de más de cincuenta años de casado, decía que no quería caer en la nostalgia, que no lloraba la pérdida de su esposa, pese a echarla muchísimo de menos, porque ya se encontraba en un sitio mejor y que sólo le quedaba el agradecimiento. Sabía que su esposa estaba esperándole en el Cielo donde estarían juntos para siempre. Sólo guardaba gratitud por todos los años de matrimonio, tantos años juntos… Una vida en común.
Qué belleza poder llegar a la vejez con esta visión de la vida: Gracias, gracias, gracias. Amar y ser amado. En esa espera paciente tras haber dado lo mejor de nosotros mismos. En la entrega paciente del día a día. La vida es una carrera de fondo, aquí los sprints no valen, y es que la entrega no se improvisa. Somos corredores de fondo, y nuestra meta es el Cielo, no lo olvidemos.
Decía Sta. Teresita que ella quería pasar el Cielo haciendo el bien en la tierra, vivir para hacer más agradable la vida a los demás. Así cuando lleguemos, si Dios en su infinita misericordia nos acoge, podremos descansar allá arriba con todos nuestros seres queridos.
Esa estampa de Jesús esperando a los apóstoles a la orilla del lago con los pescados encima de las brasas para cenar al atardecer. Menudo planazo. Cómo les conocía, cómo les amaba, cómo les esperaba.
En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Jn 14, 2-3
Que sepamos guardarnos en las despedidas porque en ese tiempo de espera, el amor crece y el alma se abandona en Dios para buscar su consuelo. Es entonces, cuando desnudos ante la Verdad, reconocemos nuestra nada y nuestra miseria, y como el hijo pródigo volvemos al Padre para decirle: Aquí estoy porque me has llamado. ¿Qué quieres de mí?
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José Palomar
Publica desde marzo de 2019
Abogado, me apasionan las humanidades. Disfruto mucho leyendo a los clásicos y fumaba en pipa. Intento vivir en presencia de Dios en mi día a día y trasportar mis pensamientos y ocurrencias a los artículos que voy escribiendo.
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Hermoso escrito, quiero felicitarte por el y por los demás, que siempre leo.
Casualmente hoy estaba pensando en mi madre fallecida y lo volátil que somos hasta llegar a nuestro Dios, tus palabras me trajeron mayor alegría y sosiego.
Increíble. Una eternidad. He podido recordar mi vocación al amor y cómo es que esta vida es un paso, parte de mi camino hacia la eternidad a la cual Dios me llama y en la cual Jesús me espera. No he podido más que sentirme amada.