El mundo moderno es un mundo veloz, ágil, fugaz. Un mundo líquido, de prisas. Las relaciones son líquidas hoy, pocas permanecen; también lo son el trabajo, la carrera, las amistades… Las mismas decisiones parecen ser líquidas, pues cuesta mucho darles permanencia en el tiempo. El compromiso es débil porque requiere mucha estabilidad en el tiempo, y eso hoy es difícil. El mundo de hoy está primado por el consumo, y como consecuencia por la producción; y esto hace que tengamos una lectura utilitaria de casi todas las cosas. Esto es, que queremos captar el sentido útil y funcional de todo cuanto vemos y hacemos en la vida. Si no es útil, si no tiene un sentido práctico puntual, no sirve; nos dirá el mundo.
Pero no es lo que el cristianismo propone en realidad, no es a lo que nos invita la Iglesia y los Santos, al menos no es lo único. Cristo mismo es quien ya hace dos mil años había sabido tener una mirada punzante y detallista, una lectura profunda de la realidad y de los hechos de su tiempo, porque sabía detenerse. Más aún si analizamos la personalidad del Señor, observaremos que tenía una tranquilidad y un equilibrio entre aquello que le requería acción, y aquellos momentos de meditabunda contemplación. Cuánta belleza esconde este concepto bien entendido, detenerse, y contemplar. Veamos las palabras de Isaac de Nínive, Padre asceta de la Iglesia de los primeros tiempos:
La oración sin distracción es aquella que produce en el alma el pensamiento constante de Dios; su nueva encarnación: Dios habita en nosotros por nuestro recogimiento constante en él, acompañado por una aplicación laboriosa del corazón a la búsqueda de su voluntad. Isaac de Nínive, pág 114, La Filocalia
Este recogimiento, entendido como el espacio de silencio y soledad con nosotros mismos y con el Señor, donde apagamos los ruidos del mundo para concentrarnos en la quietud de nuestra alma, de nuestro corazón, y del diálogo con el Señor que nos aguarda atento. Sin embargo, hay un segundo elemento muy interesante aquí, además del propio espacio de recogimiento y contemplación. Y es que, a medida que vamos ejercitando nosotros mismos este hábito de oración, silencio y contemplación, se va haciendo más sencillo y gozoso hacerlo a diario, ya no sólo como espacios exclusivos de silencio y soledad, sino en cada momento del día y de la vida cotidiana. Quiero decir, vamos adquiriendo el hábito de mirar y ya no sólo de ver.
Pensemos que ver, significa simplemente percibir la existencia de algo material, a través del sentido visual. Sin embargo, mirar proviene del latín mirari, que significa admirarse. ¿Se ve? Comenzamos poco a poco a transitar la vida ya no sólo viendo, sino mirando y admirando lo que nos rodea, cada detalle, cada árbol, cada relación humana, cada regalo diario que Dios nos hace desde que abrimos nuestros ojos en la mañana hasta que se apagan con la medianoche. Comenzamos a saborear la vida de otro modo, al son de la música de Dios.
Contemplar es observar con atención, interés y detenimiento una realidad. ¿Somos nosotros capaces de contemplar?, ¿Disponemos del tiempo para poder hacerlo en algún momento, o sólo marchamos marcados por el paso de la arena del reloj?
Sin duda alguna, la contemplación ha sido relegada de numerosos ámbitos de la vida social y cultural por causa de su “inutilidad”, coincidiendo esta circunstancia con la mencionada inversión de valores estéticos, lo que no ha sucedido por casualidad. Julio Francisco Peláez Martín, Ocio y Contemplación en Santo Tomás de Aquino
Pero deberíamos preguntarnos: ¿Podemos encontrar oculta nuestra felicidad en la idealización de la praxis?, ¿Puede nuestra alma con un sentido tan profundamente transcendental, contentarse con el sentido humano del quehacer? Veamos lo que nos enseña Josep Pieper:
Cuando al trabajo se le quita el contrapeso de la verdadera festividad y del verdadero ocio, se vuelve inhumano; puede conllevarse indiferente o heroicamente, pero no deja por eso de ser esfuerzo árido, sin esperanza. Josep Pieper, El ocio y la vida intelectual
La actividad contemplativa es inherente al alma humana, pues esconde el sentido profundo de las cosas, y guarda la poesía de observar el mundo con los ojos de la fe y la esperanza. Santo Tomás de Aquino va a hablar del “ocio contemplativo” como aquel que nos permite cesar en nuestras actividades cotidianas para adentrarnos en el ámbito de la cultura, la fiesta, el culto y la contemplación de las realidades divinas. Ocupaciones todas ellas que nos enriquecen, nos revelan la dignidad de la persona humana, y nos ponen en vías de alcanzar la felicidad, fin último de la vida del hombre.
Entender que tenemos necesidad de detenernos a contemplar, es aproximarnos a entender la enorme belleza y riqueza del hombre como tal; es comprender de manera mas cabal cómo ha creado Dios a un ser que tiene en sus adentros una realidad espiritual que lo supera y rebalsa desde los abismos de su interior. ¿O no es el Evangelio también un maestro para nosotros en este tópico?
Aconteció que, como fuesen de camino, entró, pues, en una aldea, y una mujer, que se llamaba Marta, le recibió en su casa: y ésta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada también junto a los pies del Señor, oía su palabra. Pero Marta estaba afanada preparando lo necesario: la cual se presentó y dijo: “Señor, ¿no ves cómo mi hermana me ha dejado sola para servir? Dile, pues, que me ayude”. Y el Señor le respondió: “Marta, Marta, muy cuidadosa estás, y en muchas cosas te fatigas. En verdad una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada”. Lc 10, 38-42
Bien sabemos que la vida activa es necesaria para subsistir, pero lo urgente suele pisar a lo importante en los ritmos de un mundo apurado; y eso no debemos dejar que ocurra en nuestro interior, en nuestra vida de fe. Quizás te estás fatigando en muchas cosas y una sola es necesaria, deberías hacer como María.
Santo Tomás de Aquino llega a considerar la contemplación como la actividad más propia del hombre, precisamente porque es éste el único animal creado y dotado de razón, capaz de comprender, pensar, concluir, discernir, y sobre todo de amar. Es a través de la contemplación que descubrimos en nosotros la capacidad de donación total, de entrega, de sacrificio, y el sentido profundo de aquellas actitudes. Un hombre que no contempla es como un contenedor vacío, que está rebosado de mundanas decoraciones, pero que ha olvidado por completo la belleza que esconde su realidad interior, que ha dejado de lado aquel recogimiento y reposo que incluso podrían dar sentido a los cuestionamientos mas tremendos de su existencia.
¿Has escuchado a Dios?, ¿Has hecho silencio para oírlo?, ¿Te has detenido a mirarle?
Al volver a casa descansaré junto a ella. Sabiduría 8, 16
¿Ya has vuelto a casa hoy? Anda a descansar, a contemplar al Creador y su belleza. Luego, comenzarás de nuevo, una vez más.
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Agustín Osta
Publica desde noviembre de 2019
Católico y argentino! Miembro feliz de Fasta desde hace 12 años. Amante de los deportes, la montaña y los viajes. Amigo de los libros y los mates amargos. Mi gran Santo: Pier Giorgio Frassati. Hijo pródigo de un Padre misericordioso.
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