Hace más de un año, tuve la gracia de poder compartir en una parroquia en Nicaragua, muy hermosa, y Después de celebrar la eucaristía, me pareció muy conmovedor y algo poco habitual en mi país, que una pareja de esposos llevaron a su hija frente al altar. Le entregaron la niña al sacerdote, y la presentaron ante el pueblo. A continuación, el sacerdote la elevó hacia la cruz, presentándola ante Dios. Fue muy conmovedor, e indescriptible la belleza de ese momento. Entonces me puse a meditar cuál era la importancia de este acto de presentación ante el Señor, y cómo yo podía también aún, y ya no siendo un niño, presentarme ante él. Y de esa pequeña reflexión les quiero contar.
Presentarnos ante Dios puede tener múltiples connotaciones, pero específicamente hablaremos de cómo presentar nuestro todo, todas esas cosas que nos hacen ser quiénes somos, nuestros malos humores, nuestras alegrías, en fin: todo, ante él, para que con la belleza de su mirada dulce y justa, el Señor nos acoja con su misericordia en sus brazos y acepte la pequeñez de ese nuestro “todo”.
Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Mateo 18, 3-4
Reconocernos
Pues es ese el primer paso para presentarnos ante Dios, reconocernos pequeños, como niños, reconocer que ante Dios somos pequeños, pero somos amados aún en nuestra pequeñez. Muchas veces podemos llegar a pensar que no somos importantes, que somos débiles, y que no podemos. Pero es que a Dios no le interesa si somos su “ovejita” más débil, Él nos ama y conoce la plenitud de nuestro valor y dignidad, porque al final todos somos sus hijos amados, y así de pequeños, con todas nuestras debilidades y problemas, Él nos quiere recibir. Para eso necesitamos tener una fuerza de voluntad grande que nos lleve también al segundo paso: la disposición.
Precisamente en la limitación y en la debilidad humana estamos llamados a vivir la conformación a Cristo. Benedicto XVI
Disposición
Disponer nuestro corazón ante Dios, y esto conlleva muchas cosas, empezando por el hecho de poner en análisis nuestra actitud: ¿Cómo me estoy comportando?; ¿Realmente quiero presentarme ante Dios?;¿Qué estoy haciendo por cambiar mi actitud?; también poder mirar nuestro interior, nuestras intenciones: ¿Qué es lo que realmente queremos?; ¿Tengo pureza de intención al querer presentarme ante Dios? Disponer nuestro corazón, es poder redireccionar nuestras pasiones y nuestros deseos, poder dirigirlos totalmente a la voluntad de Dios, porque Dios es bueno y el quiere solo el bien para nosotros. Si aceptamos su voluntad en nuestra vida, Él hará maravillas. Lo único que el Señor nos pide, es que con un corazón contrito y humillado, nos postremos ante su presencia, y podamos decir: Dios, lo que yo quiero y deseo, únicamente se halla en ti.
Oh Dios, tú que eres la misma verdad, haz que yo sea una sola cosa contigo, en un amor sin fin. Beato Tomas de Kempis
Oración
Esto nos llevaría al tercer paso: la oración. El camino a presentar nuestra vida ante Dios, tiene que ir de la mano con la oración. La belleza de la oración, es que podemos tener una conversación directa con Dios, poder escucharlo en el silencio, y poder decirle también desde lo más íntimo de nuestro corazón todo lo que deseamos, y todo lo que tenemos, y así ofrecerlo totalmente a Él, presentando nuestro todo y nuestra nada en la oración. Sin oración no tenemos esa conexión con Dios, perdemos su señal divina y caminamos en la nada pudiendo incluso caer… si queremos presentarnos ante Dios, tenemos que tener una vida de oración, motivarnos a rezar el Santo Rosario, y poder conversar con Él, amarle a Él y conocerle a Él. Al final es a Él a quién nos presentamos con toda nuestra vida.
Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, nos arriesgamos a ahogarnos en medio de las mil cosas de todos los días. La oración es la respiración del alma y de la vida. Benedicto XVI
Es imposible poder separar este tema de la Presentación del niño Jesús en el templo, y de hecho me hace recordar un bello extracto de una homilía de San Juan Pablo II sobre esta fiesta:
El niño de padres pobres. Entra, pues, desapercibido y —casi en contraste con las palabras del Profeta Malaquías, nadie lo espera. «Deus absconditus: Dios escondido» (cf. Is 45, 15). Oculto en su carne humana. nacido en un establo en las cercanías de la ciudad de Belén. Sometido a la ley del rescate, como su Madre a la de la purificación. San Juan Pablo II
Un Dios “escondido”. Él está con nosotros y en nosotros, está esperando a que podamos presentar nuestra vida, y consagrarla a su sacratísimo corazón. Él se nos presenta cada día a nosotros en la cotidianidad en medio de nuestras miles de cosas. Siempre está ahí presentándose, y deseando tener un encuentro personal e íntimo con nosotros.
Dispongamos nuestro corazón, dispongamos nuestra voluntad y acojamos la belleza de la voluntad y misericordia de Dios en nuestra vida , para poder estar frente a Él y sentirnos como sus hijos amados.
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Diego Esquivel
Publica desde octubre de 2020
Soy Licenciado en Fotografía, Misionero de Corazón Puro Internacional. Camino por todo el mundo, capturando la belleza de Dios.
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