¿Quién soy? ¿A dónde voy? Dos grandes preguntas a las cuales muchas veces no damos importancia, porque en el día a día “no hay tiempo” para esas cosas. Hasta que llega el momento en el que te das cuenta de que necesitas darles respuesta, porque si no acabas caminando sin rumbo, sin sentido, dejándote llevar por lo que te rodea.
Como cristiano del siglo XXI, me di cuenta de la importancia que tenía plantearme estas preguntas y responderlas, la respuesta me daría las claves para tomar decisiones y así actuar conforme a ello. Ser cristiano es un gran regalo, la fe, junto a la vida, es el mayor regalo que Dios nos ha dado. Pero también una responsabilidad, vivir la fe en nuestro día a día, implica aprender nadar a contracorriente. Vivir en el mundo sin dejarnos llevar por él.
¿Y eso cómo se hace?
Siempre había pensado que la clave estaba en saber, conocer y formarme para poder contarle a los demás quién es Jesús y por qué le sigo yo. Sin duda y durante un tiempo, me ayudó mucho tener unos argumentos que poder usar de forma clara y sencilla. Gracias a ello, tuve conversaciones muy bonitas con la gente que me rodeaba y que nunca había oído hablar de Jesús, al menos algo más allá de lo que todo el mundo puede saber y oír en la televisión o en la calle. Me encantaba poder tener estas conversaciones, pero siempre me quedaba un poco triste porque la conversación solía terminar con un: “Qué bonito lo que me cuentas, te respeto, esa es tu verdad, pero no la mía”. Claro, a mí me dejaba descolocada: ¿cómo que tu verdad? ¿Acaso no hay una sola verdad, una sola realidad?
Pues a pesar de que lo sepamos, y estemos convencidos de que hay una única Verdad, el mundo quiere creer lo contrario. Esta idea se ha metido de lleno en la mentalidad de todo el mundo, y como cristiano ¿qué puedo hacer?
Siempre nos quedará la Belleza, la que encontramos en el Amor, así, con mayúsculas, porque no me refiero a cualquier amor, sino al Amor de verdad, a Dios. Me di cuenta poco a poco de que realmente lo que llama la atención, lo que podemos llegar a admirar sin entender, es la Belleza de hacer las cosas con y por amor. Esta Belleza es incuestionable, por tanto, qué mejor forma de vivir nuestra fe que con actos. Y esto así escrito puede sonar muy sencillo, pero no lo es tanto, porque como decía al principio implica un aprender a ir a contracorriente. Vivir con coherencia la fe implica en primer lugar un ejercicio de nuestra voluntad. Ponernos manos a la obra para aprender a vivir en todo momento conforme a la fe que se nos ha regalado. Pero gracias a Dios, no estamos solos en esto, sino que Él nos ha dejado la ayuda necesaria para poder llevar a cabo la misión de ser sus apóstoles y testigos.
Después de darle algunas vueltas creo que existen unas claves que nos pueden ayudar:
- Saber a quién imitar. Este es el punto de partida. Para vivir como testigos de Cristo tenemos que conocer a Quién queremos imitar. Conocer a Jesús, cómo piensa, cómo ama, cómo perdona. La forma más sencilla es a través de la lectura de la Biblia, de los Evangelios, ahí le podemos ver y podemos contemplar cómo Jesús vive el día a día. Jesús es nuestro mayor ejemplo, lo que decía siempre se reflejaba en cómo vivía. Plantearnos preguntas como, ¿qué haría Jesús si estuviese en mi lugar? Y desear que cada día nuestra voluntad se acerque a la suya, y nuestro corazón se una al Suyo, nos ayudará en nuestro día a día.
- Reconocernos necesitados de Él. En el momento en que empezamos a tomarnos en serio esto de imitar a Cristo, enseguida nos damos cuenta de que no es fácil. Somos muchas veces débiles, torpes, vagos… Es lo que tiene el pecado. Pero todo cambia en cuanto nos damos cuenta de que le necesitamos, que solos no vamos a ningún lado, al menos no a donde nos gustaría. Reconocer esto a veces nos cuesta, pero en el momento en el que decidimos reconocernos débiles y nos ponemos en sus manos, las cosas empiezan a ser más sencillas. Pero Él necesita nuestro sí, necesita que le demos permiso para ser ayudados. ¡Cuánto amor hay en esto! Cuando pienso en que necesitamos de su ayuda siempre recuerdo la imagen del niño pequeño, que se acerca a su padre en busca de ayuda, él con amor le mira, y no duda en tomarlo de la mano y darle lo que necesita. Siempre he pensado que Dios nos mira así cuando buscamos su ayuda. Tenemos que aprender a ser como niños.
- Llenarnos de su Amor. Queremos hacer las cosas con y por amor, pero el día a día nos va desgastando, nos va quitando esas ganas de hacer las cosas bien. Jesús es la fuente de Amor, acudamos a Él para llenarnos de su Amor y poder llevarlo a los demás. La mejor forma, la Eucaristía y la oración. Estar cerca de Él, dejarnos inundar con su Amor. Cuando le recibimos en la Eucaristía, ese momento de intimidad con Él, en el que por Amor se ha hecho pan, de la forma más sencilla y humilde, en ese momento podemos ver y sentir su Amor. Y la oración, que al fin y al cabo es estar con Él, y qué mejor forma de conocer a alguien que pasar tiempo con él. Hablar, pero sobre todo escuchar, estar atentos a lo que nos quiere decir, hacia dónde nos quiere llevar y dejarnos amar.
- Lucha día a día. Esto de imitar a Cristo no es una decisión de un día, sino que implica un sí, todos los días. Esto así dicho a lo mejor suena como algo agotador, pero si lo ves como un camino en el que poco a poco comienzas a conocerle más, vas dejándote hacer y transformar por Él, todo suena mejor. Nuestro sí conlleva un crecimiento en confianza e intimidad con Él, cuanto más cerca de Él estemos menos nos costará imitarle. Por tanto, cada sí tiene valor, es un escalón más, un paso más hacia Él. En ocasiones, este sí nos costará y tardaremos en acogerlo, pero también forma parte del camino. Y mientras no perdamos de vista hacia dónde caminamos, no debemos temer.
“Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,20)
Jesús nos dice “Por sus frutos los conoceréis”, es decir, sabremos si realmente estamos viviendo como verdaderos discípulos de Cristo si nuestras obras lo demuestran. Quien realmente vive el Evangelio en su corazón actuará conforme a ello. Cuanto hagamos con y por amor, será reflejo del Amor de Dios, y los demás podrán ver esa Belleza, Su Belleza.
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María V.
Publica desde marzo de 2019
Estudiante de arquitectura. Me apasiona contemplar la Belleza que hay en las personas, los paisajes y por supuesto en la arquitectura. La fe es el pilar central de mi vida y trato de vivir conforme a ello.
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Gracias y bendiciones
A mi edad, es decir siendo ya una persona adulta me resulta más difícil ir a contracorriente por un lado porque debo ser ejemplo para nuestros hijos en mi familia, por otro ser testimonio de una auténtica cristiana en diversos lugares (trabajo, calle, iglesia). Esto me hace tomar conciencia de ese compromiso que tenemos de estar en el mundo, pero no ser como el mundo.
Genial, simplemente….