Según el diccionario de la Real Academia Española, la paradoja es definida como un “hecho o dicho aparentemente contrario a la lógica.” Cuando oímos palabras como sufrimiento, sacrificio o renuncia, generalmente pensamos en tristeza, dolor, malestar y cuestiones afines.
El término sacrificio es definido, según Oxford Languages, como “Esfuerzo, pena, acción o trabajo que una persona se impone a sí misma por conseguir o merecer algo o para beneficiar a alguien.” Y el sufrimiento señalado como “padecimiento, dolor, pena”, por la RAE.
Leemos en el Evangelio: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mt 5,3-12)
Ahora bien, ¿a dónde apuntamos con esto?
En nuestro mundo contemporáneo, la palabra dolor causa espanto, las renuncias son inconcebibles, y el sufrimiento debe ser evitado a toda costa. ¿Por qué Jesucristo tiene por bienaventurados a aquellos que, para nuestro mundo y para nosotros muchas veces, son los más desgraciados?
He aquí la gran paradoja. Actualmente el placer y el sentimiento se han vuelto el parámetro de nuestras decisiones, incluso de las más esenciales. “Si me hace sentir bien”, es de las frases que oímos una y otra vez.
El mundo huye del sufrimiento, del sacrificio y del dolor. Pero a pesar de esta huida, las personas cada vez nos encontramos con un vacío mayor, buscando la felicidad en aquello que no nos sacia. Corremos detrás de placeres momentáneos que nos absorben hasta volverse un estilo de vida.
Con este pensamiento, ¿qué sentido tendría que unos novios guardaran hasta el matrimonio el don de la virginidad, a costa de renuncias?, ¿por qué una madre pasaría noches en vela cuidando de sus pequeños niños, a costa de sueño y cansancio?, ¿qué motivaría a un atleta a dejar de consumir determinados alimentos, aunque le gusten?, ¿qué sentido tendría que un joven deje sus cosas personales para compartir un rato con ese amigo que está pasando un mal momento?, ¿para qué nos levantaríamos temprano a estudiar, cumpliríamos responsablemente nuestro horario de trabajo, o faltaríamos a una fiesta por algo más importante?
¿Es verdad que sólo la búsqueda del placer, de lo más fácil, de lo cómodo, nos plenifica?
Lo que tienen en común todos lo ejemplos que planteamos es que luego de la renuncia, la persona experimenta algo realmente único. Esos pequeños o grandes sacrificios guardan una belleza realmente excepcional y desafiante.
Hace unos días tuve la oportunidad de participar en una peregrinación de tres días, donde dormíamos en carpas en medio del campo, pasábamos frío, un poco de hambre, no usábamos los celulares y estábamos lejos de muchas comodidades habituales. Corría viento con arena, los pies dolían, las piernas comenzaron a sentir la fatiga de las subidas y bajadas del camino, y muchas veces la paciencia colgaba de un hilo.
A pesar de todo eso, íbamos rezando, confesándonos, charlando con nuestros compañeros de marcha y cantando himnos a Nuestra Madre y a la Patria, entre otras cosas. Todos estábamos cansados, tal vez incómodos, y aun así no se oían quejas ni comentarios negativos. No somos perfectos, seguramente en algo aflojamos, pero el clima en general fue de mucha alegría y compañerismo. Una locura, ¿verdad?
Acabada la peregrinación, luego de la Santa Misa, todos los rostros tenían algo en común (además de las quemaduras del sol): en todos los jóvenes se dibujaba una sonrisa. Tenían una alegría serena, profunda y revolucionaria. Durante esos días, Dios fue tocando los corazones de cada uno, moldeándolos cual alfarero y atrayéndolos hacia sí. Él da todas las gracias necesarias, pero espera que pidamos y actuemos, espera nuestra libertad.
¿Cómo podían estar alegres si habían dejado de lado tantas cosas, incluso buenas?
Fueron días para forjar y probarnos en las virtudes, la fortaleza entre las primeras. Dice la autora Estela Arroyo de Sáenz, en su libro “Caminos para la felicidad”: “Virtud muy necesaria la fortaleza, no sólo para los soldados que deben ir al combate, sino también para vencer en las pequeñas luchas de la vida cotidiana, a través de las cuales nos mantenemos fieles. Porque puede suceder que se esté convencido de que algo es correcto, pero cuando llega el momento de actuar falta el coraje para hacerlo, para afrontar el ambiente o aún para vencer el propio miedo.
(…) La fortaleza se ha definido como la que da firmeza y energía para no desistir en conseguir el bien arduo o difícil, aunque sea necesario poner en peligro la propia vida. Es importante destacar que el verdadero valor de esta virtud no depende de las dimensiones del riesgo que se corre, sino del valor del bien al que uno se adhiere y en el que permanece firme a pesar de todo. Es decir, que no se trata sólo de afrontar un peligro, sino del motivo por que se lo hace: si no fuera así, podría admirarse al que se arriesga para asaltar un banco.
Es obvio que el hombre fuerte es, no sólo el que se juega la vida en las grandes circunstancias, sino también el que vence el temor a las dificultades y al esfuerzo en la vida diaria, sin estridencias, pero con voluntad perseverante, pues sólo superando mil pequeñas cobardías se puede llegar a no claudicar cuando la exigencia es grande. Ser fuerte es todo lo contrario a ser light; es saber gobernar con decisión una voluntad que se dirige al bien, aunque cueste; en cambio esa mentalidad tan en boga hoy, prefiere lo fácil, lo agradable, lo que no implica ni sacrificio ni compromiso.”
La experiencia misma nos dice cuántas dificultades debe superar el hombre de bien, vivir es hermoso, pero no es fácil y las cosas más valiosas se consiguen después de haber tenido que sufrir. Todos podemos tener experiencia de esto, cuando nos sacamos una buena nota después de semanas de esfuerzo, cuando ganamos un premio o simplemente cuando acabamos una tarea con la certeza de que dimos lo mejor de nosotros en hacerla.
Sigue diciendo la autora: “Es oportuno rescatar hoy una virtud olvidada, que es una de las mejores hijas de la fortaleza y es la magnanimidad, que huye de todo lo mediocre e inclina a emprender obras grandes en lo que se refiere a cualquier virtud. Es propia de las almas nobles y elevadas, que saben jugarse cuando el motivo vale la pena. (…) Esa sed de grandeza es natural en el corazón humano, que fue hecho para lo infinito, por eso existen personas magnánimas en el orden natural que se juegan por un alto ideal que llega a entusiasmarlos.”
El que no sabe morir
mientras vive, es vano y loco;
morir cada día un poco
es el modo de vivir.
Vivir es apercibir
el alma para tener
la vida muerta al placer
y muerta al mundo, de suerte
que cuando venga la muerte
le quede poco que hacer.
José María Pemán, escritor español. “Cisneros”
Esta muerte al mundo traerá sin duda un enriquecimiento de vida interior, que la compensa ampliamente trayendo goces más profundos y duraderos. Se trata en el fondo, del difícil arte de encontrar el justo medio entre el goce legítimo y lo que llega a ser exceso, de prescindir de los caprichos, pero al mismo tiempo gozar de todos los momentos de felicidad que Dios nos da. La paradoja está en que el sacrificio, la renuncia y el sufrimiento, son parte del camino a la Felicidad.
La aventura es asumir una empresa riesgosa a fin de alcanzar una meta futura. La novela de aventuras está llena de “empresas riesgosas”. Pensamos por ejemplo en “Viaje al centro de la tierra”, de Verne, en el cual el protagonista inicia un viaje sumamente riesgoso con una meta clara. La llegada a esta meta es la que cambia el espíritu del personaje. El riesgo es el punto de inflexión para superarse y mejorar existencialmente. El riesgo permite cumplir una meta y convertirse en héroe.
Sergio Giménez, “La Paideia de la Contemplación y la Aventura”
No temamos renunciar por cosas grandes, por empresas nobles. No temamos sacrificarnos por Dios, la Patria y la familia. No temamos dar la vida por algo más grande que nosotros mismos, si el Señor nos concede esa gracia. No perdamos las esperanzas porque sabemos en Quién está depositada nuestra confianza. Pidamos ser magnánimos, e intentémoslo día a día. ¡Ave María y adelante!
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Guadalupe Araya
Publica desde octubre de 2020
"Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa", decía el gran Chesterton. A eso nos llama el Amor, y a prisa: conocer la Verdad, gastarnos haciendo el Bien, y manifestar la Belleza a nuestros hermanos, si primero nos hemos dejado encontrar por esta . ¡No hay tiempo que perder! ¡Ave María y adelante! Argentina, enamorada de la naturaleza (especialmente de las flores), el mate amargo y las guitarreadas. Psicóloga en potencia. La Fe, ser esclava de María, y mi familia, son mis mayores regalos.
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