“A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos” (Mt 25, 15).
Como en todas las parábolas evangélicas, se nos presenta aquí una imagen análoga del Reino de los Cielos: un hombre que reparte talentos (bienes, dones, regalos) a sus siervos. Un Dios que beneficia con regalos a los suyos.
La primera distinción que valdría la pena hacer es tal vez la diferencia entre lo que da a cada uno de ellos. Lo primero que uno pensaría es, ¿por qué no ofrece a todos lo mismo? Es la inmediata exigencia interior que nos surge al pensar en un concepto quizá deformado de justicia. Justicia es dar a cada uno lo que le corresponde, ergo es exigir a cada uno lo que puede dar. No sería justo que exijamos al artista que sea bueno en matemáticas, tampoco exigir al soldado que fuera hábil en la pintura, o el deportista que escriba un libro. Justicia implica dar a cada uno lo que se ajusta a su ser, a lo que es y puede ser, lo que puede dar. Por ello primero encontramos una precisión muy oportuna en la parábola al decir: “a cada uno conforme su capacidad”.
Es maravilloso saber que Dios nos dará lo que necesitamos, porque aun cuando nosotros mimos no sabemos qué necesitamos o qué nos conviene, Él si lo sabe y puede ayudarnos. Sabernos hijos de un Padre justo es un alivio al corazón que tantas veces enloquece buscando respuestas difíciles de obtener. Este Dios nos ha dado los talentos que son acordes a lo que somos, podemos quitarnos toda duda respecto de esto. Podemos estar seguros de que ha sido generoso para regalarnos y justo para dárnoslos en la medida correcta.
En segundo lugar, podemos ver que a todos les dio. Nadie quedó con las manos vacías ante la partida de aquel señor. Todos quienes se presentaron recibieron algo, uno, dos o cinco; pero todos se fueron con algo en sus manos. Esto es también para nosotros una lección: todos tenemos dones que Dios nos ha regalado. Para algunos el desafío es descubrirlos: para aquellos que creen que nada tienen de bueno el desafío es verse en este reflejo evangélico y saberse ricos en dones y talentos porque así lo ha querido Dios, para todos. Amigo, tienes dones de gran belleza que Dios te ha concedido, ¡no te creas eso que tu mente te susurra de que no vales nada!
Para otros, aquellos que siempre creen tenerlo y saberlo todo; el desafío será saber cuáles son. Sabiendo qué talentos tengo puedo saber cuáles no tengo y necesito, y saber también cuáles tienen los demás. Aquellos que creen tenerlos todos corren el riesgo de mirar al otro y juzgarlo por la cantidad de talentos que tiene en su mano y olvidar que a cada uno se ha dado “conforme a su capacidad”; y que se le pedirá también en esa medida. Amigo, no pierdas el tiempo viendo cuánto tienes, ¡úsalo mejor para negociar con esos talentos al servicio del bien!
Hay algo muy interesante en el relato. En aquellos tiempos un talento era una medida monetaria: un talento equivalía aproximadamente al dinero que un hombre ganaba trabajando durante 20 años. Esto quiere decir que incluso al que menos dio, le dio el equivalente a lo que se ganaba tras veinte años de labor: ¡muchísimo! He aquí otro mensaje claro para nosotros: no importa si fue uno, dos o cinco; lo que Dios te ha dado es muchísimo. A todos dio muchísimo su señor antes de partir, a nosotros el Señor también nos ha dado muchísimo, cada quién debe descubrir qué y para qué.
La parábola sigue diciendo: “después de largo tiempo volvió su señor”. Después de largo tiempo… Nos hace pensar que la cantidad de tiempo que se nos da es, de nuevo, la medida justa. Es el tiempo justo y necesario para que podamos negociar con la cantidad de talentos que se nos han dado. No vuelve velozmente, no vuelve de prisa; vuelve tras un largo tiempo, esperando ansioso ver qué habían hecho aquellos siervos suyos con el regalo y el tiempo que se les había dado. Así lo señala Orígenes:
Observa en este pasaje que no son los siervos los que acuden al Señor para ser juzgados, sino que el Señor es quien viene a ellos a su debido tiempo. Por eso dice: “Después de mucho tiempo”, esto es, después que envió a los que consideró aptos para procurar la salvación de las almas. Orígenes, In Matthaeum, 33
Y es entonces cuando cada uno se va presentando, pues la generosidad del Señor está también acompañada de la exigencia. El Señor nos regala talentos justa y generosamente y nos pedirá luego que respondamos nosotros en la misma medida de generosidad y justicia. Así es el camino cristiano de cruz y de gloria, inspirado en la obra redentora de la cruz: el camino de dolor y sacrificio con cima en la gloriosa cumbre de la Redención. San Gregorio nos ayuda así:
Este pasaje del Evangelio reclama nuestra atención porque aquellos que en este mundo han recibido más que los otros, han de sufrir un juicio más severo ante el autor del mundo. Porque a proporción que se aumentan los dones, crece la obligación de la cuenta. Y por tanto debe ser más humilde, por razón de su cargo, aquel que más estrechado se ve a darla. San Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, 9, 1
La parábola sigue con el juicio. Luego de que el señor repartiera los dones y se marchara, volvió. Y ha vuelto esperando ver cosecha, esperando ver las manos de sus siervos llenas de tesoros conseguidos producto del esfuerzo y el trabajo que hicieran para multiplicar aquellos regalos iniciales. Se presentan uno a uno mostrando sus ganancias y es entonces cuando el señor, severo y justo, los escucha.
“Siervo bueno y fiel” les dijo a dos de ellos. Cuánta belleza hay en esta expresión, cuánta alegría ser llamado “bueno y fiel” por el Señor. Cuánto gozo recibirá un corazón que se encuentra con el rostro de Aquel que lo espera y que luego de presentar sus ofrendas, sus “frutos” en vida, recibe tal reconocimiento: bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor.
Siervo bueno, porque se refiere a la caridad con el prójimo; y fiel, porque no se apropió nada de lo que a su Señor pertenecía. San Juan Crisóstomo, Homiliae in Matthaeum, hom. 78, 2
Una vez que conozco mis talentos y oportunidades puedo comenzar a negociar con ellos, ¿o acaso ser llamados “siervo bueno y fiel” por el Señor no es el mayor anhelo de nuestro corazón inquieto? No le premia con más talentos, con un hogar, ni siquiera con una familia. ¡¡¡Lo premia con el gozo eterno!!! “Porque has sido fiel en lo poco, te pondré sobre lo mucho” le dice. Si hoy viniera tu Señor, ¿podría llamarte bueno y fiel? ¿Qué tendrías entre manos para ofrecerle, después de todo lo que Él te ha concedido?
Sin embargo hay un tercer siervo, que también puede figurarse en nosotros. Y el Señor no tiene piedad con él: “siervo malo y perezoso”. Y sigue: “y al siervo inútil echadle en las tinieblas exteriores: allí será el llorar y el crujir de dientes”. No hizo maldades este siervo, simplemente no hizo nada. No hizo algo. No quiso hacer. Por eso es llamado perezoso: porque no tuvo la valentía de salir al encuentro de los desafíos de la vida cristiana que tanta belleza esconden; tal lo dice San Juan Crisóstomo:
Advierte que no solamente es castigado con la última pena el que roba lo ajeno y obra mal, sino también el que no practicó el bien. San Juan Crisóstomo, Homiliae in Matthaeum, hom. 78, 3
Quizá en la actualidad el siervo perezoso es el que pasa sus horas jugando videojuegos, mirando Netflix o buscando placer y disfrute sin límites: “Esconder en tierra el talento, es emplear el ingenio en asuntos terrenales”, dice San Gregorio Magno.
No es malo mirar una película o divertirse, pero no es lo único que debemos hacer con aquellos dones que nos han sido concedidos pues estaríamos malgastando los tesoros que Dios nos ha regalado para expandir su Reino.
¡Ay de mí si no evangelizare! 1 Cor 9,16
Ya lo exclamaba el apóstol, ay de nosotros si enterramos esos talentos. Fueran uno, dos, o diez. Ay de aquellos que permanecieren en sus sillones observando cómo pasa la vida y cómo se desliza el tiempo como arena sin hacer nada bueno, nada honorable, nada noble por la causa más noble de todas: la divina. Ay de aquellos que aun habiendo recibido, no se atrevan a entregar.
Imaginemos ese día, en cambio, en que entramos a la casa del Señor con las manos repletas de dones y frutos para entregarle y humildemente podamos decir: “esto es lo que gané con los talentos que me diste, Padre”, y Él, misericordioso y amante nos diga con alegría: “siervo bueno y fiel, entra al gozo de tu Padre”.
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Agustín Osta
Publica desde noviembre de 2019
Católico y argentino! Miembro feliz de Fasta desde hace 12 años. Amante de los deportes, la montaña y los viajes. Amigo de los libros y los mates amargos. Mi gran Santo: Pier Giorgio Frassati. Hijo pródigo de un Padre misericordioso.
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