Siempre he soñado con cosas grandes, y me he puesto grandes metas. Tanto en el campo profesional como en el personal y espiritual. Sueño con ser un gran arquitecto, construir y transformar los lugares en los que vivimos, haciéndolos más humanos, más bellos. Siempre he querido cambiar el mundo y ayudar a llevar la fe a cualquier rincón. Con grandes proyectos, de evangelización, apostolado, misiones…
La verdad es que el Señor me ha regalado participar en proyectos así de grandes. El último gran proyecto en el que participé fue Alpha, para los que no conozcáis qué es, os recomiendo que echéis un vistazo. Alpha es un método de evangelización, unas cenas en las que se proponen temas para debatir, preparado todo con mucha oración. Recuerdo perfectamente esa alegría de estar trabajando y dedicando mi tiempo y esfuerzo para algo tan grande. Sin duda fue un grandísimo regalo.
Cuando terminó, no me fue fácil volver a la normalidad, me costaba encontrar qué había de grande en mi día a día de estudiante. Y buscaba constantemente otro gran proyecto en el que implicarme. Pero empezando un Máster, me fui dando cuenta de que no disponía del tiempo necesario para comprometerme en algo así. Y no tardé en pensar: ¿y ahora qué? ¿Dónde están esos grandes sueños y grandes metas en esta rutina tan sencilla de estudio?
Me tocaba aprender a descubrir la belleza de lo pequeño, de lo cotidiano.
Parece obvio, pero renunciar, esforzarnos o trabajar por algo que se ve grande a simple vista, nos resulta mucho más sencillo porque vemos la importancia de ese proyecto, y nos sentimos importantes. Pero ¿cómo entregar algo tan pequeño y a veces tan desastroso como mi estudio? Mientras buscaba respuestas me encontré con esto:
No es cuanto hacemos, o lo ‘grande que es’ lo que hacemos, sino cuánto amor ponemos en lo que hacemos. Porque somos seres humanos y para nosotros se ve muy pequeño, pero una vez que le entregamos lo que hacemos a Dios, Dios es infinito y esa pequeña acción se transforma en una acción infinita, porque Dios es infinito, y para Él no hay medida. Santa Madre Teresa de Calcuta
Por tanto, la clave está en el Amor. Nuestro día a día, la rutina, se puede transformar en algo infinito, algo bello a los ojos de Dios en el momento en el que lo hacemos con amor y se lo entregamos. Pensar y contemplar esto me ha abierto los ojos en dos sentidos. Por un lado, cuando interiorizamos esta grandeza que hay en el amor que le podemos poner a las pequeñas cosas, empezamos a ver y valorar el amor que hay y que ponen los demás en cosas cotidianas. Pienso en la paciencia de nuestros padres y su cariño, el tiempo que nos han regalado, sus renuncias y entregas diarias. Y por otro lado en el amor de Dios, que, contando con nuestra pequeñez, ha querido aceptar y transformar todo lo que le regalemos mientras lo hagamos con amor. Y es que no nos pide que le entreguemos cosas perfectas, sino solo que las hagamos con amor, que confiemos en Él, porque solo Él las puede convertir en cosas infinitas.
El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas. Mt 13, 31-32
Y es que la entrega empieza en lo pequeño, en el grano de mostaza, en pequeñas entregas cada día. Esto, que humanamente tan pequeño nos parece, es lo que el Señor toma para convertirlo en algo grande y fuerte, lleno de vida, igual que pasa con el grano de mostaza que con el tiempo se convierte en la más grande de las plantas. La entrega de lo pequeño va moldeando nuestro corazón, va haciéndolo más humilde, más consciente de que solo con nuestras capacidades no podemos, y que necesitamos a Dios. Nos ayuda a actuar pensando en ser importantes a los ojos de Dios y no del mundo. Y ahí, en ese corazón pobre es dónde el Señor puede entrar y transformar lo pequeño en grande. Pero necesita de nuestro sí y de nuestra entrega.
La entrega no se improvisa, sino que es un camino en el que se va avanzando poco a poco.
Pienso en el caso de unos novios, el momento en el que deciden dar el gran paso, la entrega total en el matrimonio, un gran sí para siempre. Para que ese sí pueda ser total y verdadero tiene que haber estado precedido de pequeños síes, entregas y renuncias, a lo largo del noviazgo. Por supuesto, no hay que quitarle la importancia a ese gran sí, porque la tiene. Pero lo realmente bello, lo que realmente será el camino de santidad de ellos dos, no es ese momento, sino todas las pequeñas entregas y renuncias en su día a día. Por lo que será necesario ir aprendiendo a entregarnos en lo pequeño y encontrar el valor que tiene, para poder entregarnos en lo grande.
Te invito a poner esas pequeñas cosas de tu día a día en Sus manos, entregarle TODO por pequeño que parezca y hacerlo con amor. Dejar a Jesús reinar en nuestra pequeñez, para que Él pueda transformarlo todo en algo enormemente bello.
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María V.
Publica desde marzo de 2019
Estudiante de arquitectura. Me apasiona contemplar la Belleza que hay en las personas, los paisajes y por supuesto en la arquitectura. La fe es el pilar central de mi vida y trato de vivir conforme a ello.
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hermoso!!! me dio mucha paz alegría y tranquilidad leer esto
Me ha encantado el artículo Maria porque me ha invitado a reflexionar y sobre todo a abrir los ojos.Enhorabuena!
Nos hace ver las cosas cotidianas con los ojos de Dios