Que fácil se nos hace entregar el corazón en las manos del primer postor, tanto, que a veces parece que fuera un objeto sin mayor valor o carente de belleza. Preferimos la mala compañía que nos destroza, a una soledad sana que nos prepara y edifica, porque en el mundo de la inmediatez y de las apariencias, estar solo denota que hay algo malo en ti.
No hay tiempo para construir relaciones basadas en el conocimiento mutuo, la prisa nos consume y el deseo de tener se traduce en ansias de querer poseer al otro, ya no visto como don, sino como objeto que se puede utilizar para beneficio propio.
Un sinfín de veces hemos leído y escuchado el versículo 21 del capítulo 6 del Evangelio de San Mateo: “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”, pero ¿realmente vivimos esto como una realidad inherente a nuestro ser? ¿apreciamos el don precioso de tener un corazón? O ¿solo lo vemos como algo accesorio?
Cuando hablamos del corazón no solamente nos referimos a la idea romántica que lo relaciona exclusivamente con el sentir, o con el amor desde una perspectiva eros. La belleza del corazón también radica en que es aquel lugar que guarda todo lo que somos, esconde nuestra historia, y define nuestras relaciones interpersonales, lo que muchas veces pasa desapercibido, en cierta medida porque nunca nos educaron sobre la importancia de cuidarlo, ni nos dijeron que todo nuestro accionar tiene fundamento en lo que cargamos en él.
Un corazón sano se conoce por su capacidad de establecer relaciones sanas con los demás, por el contrario, un corazón lastimado reproducirá aquellas heridas que lo han marcado.
Por encima de todo, vigila tu corazón, porque de él brota la vida. Proverbios 4, 23
Amar, antes que un ejercicio del sentir, es un acto de la voluntad y de la conciencia, que debe ser producto del conocimiento personal y del conocimiento del amado, pues no puedo amar plenamente lo que desconozco. Por lo tanto, el proceso que me lleva a amar es un camino lento, de paciencia, de tiempo; que me conducirá a apreciar al otro como lo que es: don de Dios.
Cuando nos apresuramos por “amar” sin estar preparados, lo más probable es que resultemos lastimados o dañemos a la otra persona, he aquí la importancia del autoconocimiento, de saber dónde están nuestras heridas, de aprender a estar solos. Así, la espera nos prepara para el amor, nos capacita para discernir aquello que viene de Dios y lo que no, en pocas palabras, protege nuestro corazón.
Una mujer debería ocultar su corazón en Dios, y un hombre debería ir allí para encontrarlo. Jason Evert, Teología del Cuerpo para Ella
Estás solo por un propósito, y Dios lo sabe. No obstante, esa espera, no es una espera pasiva, en la que simplemente te acomodas a creer que todo te caerá mágicamente del cielo, por el contrario, es una espera activa en la que te ejercitas para crecer en el amor a Dios y en el amor propio; llenarte, para en un futuro dar plenamente a otra persona, de lo que tienes en el corazón.
La verdadera medida del amor es el hacer lo mejor para la persona que amas. Claro, esto no es fácil. Por eso el amor verdadero es escaso, y eso lo hace más hermoso y valioso.
Lo opuesto de amar es usar. Por ejemplo, los chicos frecuentemente usan a las chicas para satisfacción física y las chicas usan a los chicos para satisfacción social o emocional. Pero, nunca están satisfechos. Jason Evert, Amor puro
La espera puede resultar difícil, incluso nos desmotiva en ciertas ocasiones; pero de seguro es un sufrimiento más dulce que aquel que padeceríamos si entregamos nuestro corazón sin discernimiento. Tu corazón es hogar, no hotel de paso; recuérdalo siempre; hogar en el que toma vida tu vocación, los anhelos más excelsos del Creador, no amores que se roban su belleza.
Mantente cerca del Sagrado Corazón de Jesús, para en todo ser reflejo de su llama de amor. Que el humilde carpintero de Nazaret, sea también custodio de nuestro corazón, como lo fue de Jesús y María. San José, ruega por nosotros.
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María Paola Bertel
Publica desde mayo de 2019
MSc en desarrollo social, pero lo más importante: soy un alma militante, aspirando a ser triunfante. Me apasiona escribir lo que Dios le dicta a mi corazón. Aprendí a amar en clave franciscana. Toda de José, como lo fue Jesús y María.
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