Cuánta belleza hay en el actuar de Jesús… Los Evangelios están repletos de actos amorosos y misericordiosos de nuestro Señor. Sanaba enfermos, a los afligidos los consolaba, a los endemoniados los libraba de su yugo, a los muertos les devolvía la vida y a todos predicaba.
¿Recuerdas a María Magdalena? En Juan 8, 1-11 leemos lo siguiente: “Jesús se fue al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo. Toda la gente se le acercó, y él se sentó a enseñarles. Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo le dijeron a Jesús:
—Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?
Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. Y, como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo:
—Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía allí. Entonces él se incorporó y le preguntó:
—Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena?
—Nadie, Señor.
—Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar.”
Cristo “molestaba” a los fariseos y maestros de la ley, ellos no soportaban que él fuese tan distinto a ellos. Su corazón estaba endurecido y oscurecido por la soberbia, por eso no reconocieron al Mesías; en cambio, los sencillos de corazón se dejaron impregnar por las palabras que dan Vida Eterna, y creyeron.
Ser cristianos es un don enorme, el bautismo imprime, graba, un sello en el alma de quien lo recibe. Es decir, un cristiano, un bautizado, tiene algo que lo hace distinto.
Nosotros, si realmente somos seguidores de Cristo, debemos mostrar esa identidad. Según el diccionario de la RAE, identidad refiere tanto al conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás, como a la conciencia que una persona o colectividad tiene de ser ella misma y distinta a las demás.
Ser distintos como Jesús, como los santos, quienes para el mundo eran unos locos. Y claro que estaban locos, en el mejor de los sentidos, ¡locos de amor por el Señor, enamorados del Cielo! Pero cada uno con su toque personal, con sus peculiaridades, porque la belleza que poseemos nadie más puede poseerla, nos hace únicos e irrepetibles.
Es curioso cómo, muchas veces, tratamos de que no se note que somos cristianos. Puede ser por vergüenza, por respetos humanos, por vanagloria, pero el resultado termina siendo que actuamos de un modo que no se corresponde con nuestra identidad de bautizados, de hijos de Dios. Intentamos pasar desapercibidos, no nos la jugamos por nuestro Rey. Escondemos la belleza de conocer a Cristo, en lugar de anunciarlo y compartirlo.
Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos. Mateo 10, 33
Cabe preguntarnos ¿en qué debemos ser distintos? La respuesta es súper sencilla: EN TODO.
Ser cristianos no es algo accesorio en nuestra vida, o no debería serlo. Implica tener una mirada distinta de las personas, de las cosas; es un modo de pensar, de actuar, de amar, distinto. Es un distintivo que llevamos en el alma, el cual puede crecer e iluminar a cuantos crucemos por el camino de nuestra vida o, por el contrario, ser olvidado y dejado de lado, como algo sin importancia.
Si somos lo que debemos ser, prenderemos fuego al mundo entero. Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia
Se debe notar que un cristiano es un seguidor de Cristo, uno verdadero que ni los problemas, ni sus defectos, ni las circunstancias más adversas, ni las glorias que este mundo ofrece, lo separan del inmenso Amor de Cristo, de su Cruz.
No se trata de ir por todos lados haciéndonos los perfectos, fingiendo no tener dificultades, o hacernos los especiales, en el fondo buscándonos a nosotros mismos… ¡no!
Ser fieles a nuestra identidad implica olvidarnos de nosotros, y preguntarle a Jesús: Señor, ¿qué quieres para mí?, ¿en dónde quieres que te sirva?, ¿cómo puedo manifestarte a mis hermanos, para que te conozcan y te amen también?
Sabemos que no es fácil, y encarnar esto en el día a día nos cuesta, pero no estamos solos, y la recompensa no vale la pena, ¡vale la vida!
Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea.
Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo. Mateo 5, 13-16
Distintos en cómo pensamos, en cómo actuamos, en nuestras palabras, en nuestros gustos y preferencias (vestimenta, diversiones, amistades), haciendo todo por y para Dios, no por soberbia, sino con la sencillez de quien sólo quiere servir del mejor modo a su Señor. En nuestra vocación, en nuestra misión, en todo cuanto hagamos ¿queremos ir con la masa, o nos animamos a ser distintos?
Pero, sobre todo, dejemos huella en el corazón de nuestros hermanos por el AMOR con que pensemos y actuemos. Un amor que perdone, que acoja, que no juzgue si no le corresponde, que trasmita y anuncie al Maestro, que enseñe.
Esto no significa que “todo da igual”, que justificaremos todo “en nombre del amor”, no. Busquemos ser fieles a Jesucristo, respetando el orden perfecto que ha dejado grabado en la naturaleza, y a las enseñanzas de la Iglesia, con humildad y caridad.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros. Juan 13, 33-35
Y si nos cuesta salir al encuentro del hermano, o nos cuesta entender algunas enseñanzas de Jesús porque las vemos “duras”, o si tememos mostrarnos como cristianos ¡pidamos auxilio a Nuestra Madre!
“María es el camino más seguro, el más corto y el más perfecto para ir a Jesús”, decía San Luis María Grignion de Montfort.
Que Ella moldee nuestro corazón para que la Palabra pueda morar en él, y Cristo sea nuestro modelo. Que nos ayude a ser buenos cristianos, sin fingir, cada uno con sus talentos, virtudes y trabajando los defectos. Cada uno con lo suyo, en su ámbito, con sus amigos, en su familia, en su trabajo, pero teniendo como fin manifestar a Cristo, vivir para Él. En lo pequeño, en lo cotidiano, ahí se nos invita a ser apóstoles.
O sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir. San Josemaría Escrivá
Ser distinto: ir contracorriente de las propuestas del mundo, del pecado; vencer al egoísmo con la generosidad, al odio y al utilitarismo con la entrega en el verdadero amor, a la impaciencia y la vorágine con la paciencia y la paz, a la soberbia con la humildad, a la tristeza y la desesperanza con la alegría y la esperanza, a la incredulidad con la fe. Contra la infelicidad en la que nos sumerge el pecado, la felicidad de ser hijos de Dios, amados, buscados y perdonados, si nos acercamos a Él con sincero corazón. ¡Ave María y adelante!
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Guadalupe Araya
Publica desde octubre de 2020
"Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa", decía el gran Chesterton. A eso nos llama el Amor, y a prisa: conocer la Verdad, gastarnos haciendo el Bien, y manifestar la Belleza a nuestros hermanos, si primero nos hemos dejado encontrar por esta . ¡No hay tiempo que perder! ¡Ave María y adelante! Argentina, enamorada de la naturaleza (especialmente de las flores), el mate amargo y las guitarreadas. Psicóloga en potencia. La Fe, ser esclava de María, y mi familia, son mis mayores regalos.
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