Poder ver con la mirada del Espíritu Santo, debería ser un anhelo indudable de todos nosotros como hijos de Dios.
Hoy en día, el exceso de ruido, no solo audible, sino también visual, muchas veces nos hace omitir las cosas que son realmente importantes de nuestro alrededor, y nos hace perder poco a poco nuestra sensibilidad como seres humanos.
¿Cuántas veces hemos dejado de ver a Jesús en quien nos rodea, por estar centrados en nosotros, o en cosas superficiales?
No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. 1ra de Juan 2, 15
Podremos pensar que el fijarnos en las cosas del mundo no tiene nada que ver con ver a Cristo en nuestros hermanos más necesitados, pero el dejarnos llevar por las pasiones y lo material, nos aleja de la gracia del Espíritu Divino, que nos hace reconocer el reflejo de Cristo en nuestro prójimo.
A menudo llegamos a creer que únicamente podemos encontrar a Jesús en aquellas personas de escasos recursos, o en aquellos que están enfermos y sufriendo. Tampoco es que no sea cierto, pero cuando la luz del Espíritu Santo está en nosotros, podemos aprender a discernir que también podemos verle en aquellos que están a nuestro lado, aunque aparentemente estén bien y no les pase nada.
Que el Dios de Cristo Jesús nuestro Señor, el Padre que está en la gloria, se les manifieste dándoles espíritu de sabiduría para que lo puedan conocer. Efesios 1, 17
La capacidad de reconocer a Jesús en el rostro y en la mirada de quien nos rodea, proviene de la gracia del Espíritu de Dios, algo que se nos da en cuanto lo pedimos con una fe verdadera.
Quizás podamos cuestionarnos: ¿realmente es necesario?; ¿no puedo simplemente creer ya con firmeza que Jesús está en mis hermanos, en mi familia, en mis amigos, en mi prójimo?
Está bien cuestionarnos de esa manera, porque lo esencial, es encontrar esa respuesta, porque realmente sí es necesario.
Cuando recibimos esta gracia del Espíritu Santo, y somos capaces de ver a Cristo en quienes nos rodean, no solo comenzamos a tener esa dicha, sino también somos capaces de comprender el dolor que les embarga, las tristezas que les acompañan, y la necesidad de amor y misericordia que tanto tienen.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme. Mateo 25, 25-36
Con estas palabras, Jesús nos daba la pauta de poder encontrarle realmente en nuestro prójimo que se encuentra necesitado.
Y quizás muchas veces, nuestro error es interpretar sus palabras de una manera literal, pensando en que únicamente quien refleje estar hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, es quien necesita de nosotros.
Pero cuando abrimos nuestro corazón a la docilidad del Paráclito, es cuando podemos comenzar a ver que quién está a nuestra derecha en nuestro trabajo, es quien también puede tener hambre. Podemos comenzar a ver que un compañero de estudio puede estar sediento sin ni siquiera manifestarlo.
Somos capaces de ver que no solo en bienes materiales es la manera en que podemos mostrar amor y misericordia, sino con aquel que necesita una palabra de aliento, de fe y esperanza en un momento difícil.
En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. Mateo 24,40
Jesús nos pide que seamos capaces de ser misericordiosos como él lo fue, pues en la medida en que amemos a nuestro prójimo, es también la medida en que realmente somos capaces de amar a Dios y cumplir su voluntad. Ya el mismo Cristo nos lo decía, que nadie puede decir que ama a Dios, y no amar a su prójimo.
Es tal vez lo más importante de todo, como mencionaba San Pablo, que sin amor, no somos nada. Por ello es que debemos pedir fervientemente al Espíritu Santo, la capacidad de amar sin medida.
A fin de cuentas, para eso hemos sido creados, para amar y ser amados.
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César Retana
Publica desde septiembre de 2019
Salesiano desde la cuna. Le canto a Dios por vocación y por amor. Soy Licenciado en Diseño Gráfico, tengo 28 años, y 20 de ellos en el caminar espiritual con la Iglesia. Me gusta el café bien cargado y los libros.
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