Cristo, antes de llamar a los apóstoles (en Mt 10), se encuentra delante de una muchedumbre cansada y abatida (Mt 9) y se compadece de ellos. Eran como ovejas sin pastor, llevaban sobre ellos no solo el cansancio físico o el hambre sino un cansancio interior, como nos ocurre a menudo a nosotros. Sin saber en que dirección ir, sin nadie a quien mirar, sin dejarse guiar por nada… Es una muchedumbre bastante similar al hombre de hoy en día, en su rostro está el anhelo de darle sentido a la vida, de tener esperanza y de tener suficiente fuerza para amar verdaderamente.
Se acercan tiempos complicados, en los que las dificultades materiales van a engendrar mucho cansancio e incertidumbre, y necesitamos, por una parte, sentir la mano del Buen Pastor que nos guía, y también ser conscientes de que Él nos da fuerzas porque nos envía a llevar a la esperanza a los que carecen de ella. El mismo Cristo que nos envía nos da la fuerza, que es Él mismo; es el pastor y el pasto.
A través de la Eucaristía recibimos ambas cosas, el alimento espiritual es el mismo Dios, y con ese precioso don tenemos la Gracia que nos convierte en pastores a nosotros mismos para ir en búsqueda de más ovejas. No recibimos ese don y esa misión por mérito nuestro, pues si tuviera que ser proporcional a nuestras obras solo obtendríamos condenación.
Somos cristianos por la Gracia de Dios y hemos de comunicar el secreto de nuestro sosiego y alegría al mundo que está cansado y agobiado. En el mundo podemos ser razón de esperanza, no por nuestras obras, sino por la misericordia que en nosotros puede ver aquel que busca dónde descansar el corazón.
No hay proporción entre la muerte y la vida. San Pablo nos dice que hay muerte, pero que la Gracia y el don se han desbordado sobre todos nosotros. Fue Jesucristo quien en su muerte ha asumido todos los pecados de los hombres, todas nuestras muertes que nos merecemos han sido transformadas en vida eterna por la Resurrección. Es así como las muertes que tenemos que afrontar todos los días a causa de nuestra limitación tienen un sentido, todo lo que está unido a la muerte de Cristo, todo el dolor ofrecido es razón de nueva vida.
La muerte tiene que realizarse, igual que la Cuaresma precede a la Pascua, porque recuerda que eres polvo y que al polvo volverás. Morir al pecado y abrirnos a la Gracia y la renovación del don, eso debe ser nuestro día a día. Morir para vivir, perder la vida para ganar el Cielo, sabiendo que del Sagrado Corazón brotarán manantiales de misericordia. Podemos estar cansados de pecar, pero nunca de pedir misericordia.
El pueblo de Israel vagó con cansancio y muerte cuarenta años hasta llegar a la Tierra Prometida; es el camino de liberación en el que Dios acompaña a su pueblo escogido hasta que puedan recibir el don de la vida. Entrar en el desierto es necesario, ahí es donde el Señor nos puede seducir con su belleza, nos puede hablar al corazón, como dice el profeta Oseas (Os 2, 16-22).
Cada uno sabe cuál es ese desierto en el que Dios le ha seducido con su amor, donde su gloria y majestad no han sido una amenaza sino motivo de dicha. El don tiene el poder de dar respuesta, tiene la fuerza de las palabras “no temáis” que Jesús dice tres veces en el Evangelio.
Dios está enamorado de nosotros, conoce el corazón. Está al corriente de nuestras limitaciones, de nuestros desórdenes y pecados, y para liberarnos de ellos nos hace sentir amados. Dejarse seducir por Él es la respuesta a la angustia, pues donde abundó el pecado sobreabundó la Gracia. No debemos tener miedo. Esta frase actúa como respuesta a un pasaje de Jeremías en el que el profeta se encuentra en una situación de temor:
Mis amigos acechaban mi traspié: «A ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él». Pero el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes. Jeremías 20, 10-13
La situación de Jeremías es de gran adversidad, hasta sus amigos están contra él (como ocurre en Job). Sin embargo, él responde glorificando al Señor, porque sabe que le ama, que no le dejará solo, y reconoce su belleza y potestad. Si queremos seguir nuestra vocación, ser apóstoles del Corazón de Cristo, nos enfrentamos a muchos ataque que el maligno lanza contra nosotros.
Nuestra propia debilidad debe servirnos para entender que solo el Señor es nuestra fortaleza, solo Él es quien debe recibir vítores y alabanzas si logramos llevar esperanza al mundo.
Su Gracia no nos faltará nunca, y aunque en momentos difíciles nuestras fuerzas flaqueen, sabemos que Él está, y la Virgen junto a Él, siendo nuestro amparo. San Pablo dice en la carta a los Romanos que aunque hayamos pecado, “no hay proporción entre el delito y el don”, si por un delito (el de nuestro padre Adán) murieron todos, con mayor razón la Gracia de Dios se ha desbordado sobre todos, hasta los confines del mundo y el fin de los tiempos.
Y hay otra diferencia entre el pecado del uno y el don del otro, pues mientras el proceso a partir de un solo delito terminó en condenación, el don, a partir de muchos delitos, terminó en absolución. San Pablo Rom 5, 12-17.
Pero la cuestión es la siguiente, ¿yo realmente me encuentro como los apóstoles y Jeremías? Ellos, que siguen el plan de Dios, en medio del camino encuentran las dificultades y piden fuerza al Señor para soportar el sufrimiento que reciben a causa de llevar a cabo su misión de extender el amor del Corazón de Cristo. ¿Yo sigo el plan de Dios?
Quizás solo sigo mi camino, mis planes, y me acuerdo de pedir fuerzas solo cuando me he quedado sin ellas para seguir avanzando en mi vida. Quizás simplemente vivo mi vida haciendo cuanto quiero y cuando me fallan mis cálculos pido ayuda. ¿Estoy dispuesto a acoger su voluntad o solo rezo para ocurra lo que a mí me interesa sin tener en cuenta que mi alma está hecha para gozar con Dios eternamente?
El Señor siempre es fiel, y cuanto más dócil vuelves tu voluntad a la suya más te llenará de dones. No te resistas a la Gracia, deja que la belleza de Dios te seduzca. Que tu corazón inquieto descanse en el desierto con el Dios que busca amarte. Ojalá vivamos en sintonía con el plan que Él tiene trazado para nosotros y seamos portadores de paz y esperanza.
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Guadalupe Belmonte
Publica desde marzo de 2019
De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.
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