Si Pentecostés hubiera sido una película, muy seguramente la Visitación de María a Isabel, que celebramos cada 31 de mayo, sería un perfecto tráiler. Y no lo tomen como una comparación rara, sino que lo raro es que solemos minimizar el acontecimiento de la Visitación. Realmente es una cimiente de gracia, esa misma que luego se desbordaría en Pentecostés, pero solo reflejada, en ese momento, en Isabel y su hijo, Juan el bautista, que estaba en su seno.
Contemplemos la belleza del encuentro en las Escrituras:
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? San Lucas 1, 39-43
Benedicto XVI describía ya, el mero hecho del viaje de María hasta casa de Isabel, como la primera procesión Eucarística de la historia: “María, sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la alianza, en la que el Señor visitó y redimió a su pueblo.”
Esta visita pronta de María, tras el anuncio del ángel, es signo de la Misión de María. Ella se presta presurosa al servicio de los que le necesitan, llevando siempre a Jesucristo consigo, porque ella es la primera y más grande anunciadora del Hijo de Dios. San Ambrosio de Milán, describe este apuro de María, en su comentario al evangelio de San Lucas, que dice: “La gracia del Espíritu Santo no conoce esfuerzos retrasados”. Y Nuestra Señora, impulsada con la fuerza que la cubre de lo Alto, no escatima en la entrega por traernos a Jesús.
Es también, la primera salida de encuentro del Salvador con los que Él quiere salvar. María hace las veces de nueva Arca, impregnándola con la belleza de sus dones, para acercar la Nueva Alianza a al pueblo de la Antigua Alianza. Podemos decir, por tanto, que esta visitación hace un punto de inflexión en la historia de la salvación: el último profeta, Juan, “conoce” al que viene a anteceder.
Juan, en el Vientre de Isabel, no le reconoce, eso sí, directamente. Sino que lo hace a través de la voz de María Santísima, a quien “la presencia de Jesús la colma del Espíritu Santo” (Benedicto XVI).
Vemos el Signo del Espíritu de Dios, que ha anunciado al pueblo de la Antigua Alianza a través los profetas y la ley, la venida del Mesías, llenar de la belleza de su gozo a Juan, como realizando el anticipo del cumplimiento de todo lo profetizado: Ya no hay que esperar más, ¡ve, anuncia! Sal a ese desierto, prepara los caminos del Señor, yo te guiaré como guié a los que vinieron antes de ti.
“Exultan los hijos, exultan las madres” – diría, Benedicto XVI. Y es que el relato de Lucas, de la visitación (Lucas 1, 39-56), representa también la herencia de la Antigua Alianza en Isabel, ante la nueva Eva: ¿Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a visitarme? Pero, María, conociendo su lugar como mediadora y no como centro, exalta en alabanzas a Dios, porque es Él quien hace los portentos, a través de ella. Este encuentro, impregnado de la alegría del Espíritu, encuentra su expresión en el cántico del Magníficat: “Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”.
¿No es esta también la alegría de la Iglesia, que acoge sin cesar a Cristo en la santa Eucaristía y lo lleva al mundo con el testimonio de la caridad activa, llena de fe y de esperanza? Sí, acoger a Jesús y llevarlo a los demás es la verdadera alegría del cristiano.
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Edwin Vargas
Publica desde marzo de 2021
Ingeniero de Sistemas, nicaragüense, pero, sobre todo, Católico. Escritor católico y consagrado a Jesús por María. Haciendo camino al cielo de la Mano de María.
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