Cuentan las lenguas antiguas, esas en las que se narran los cuentos de hadas y las historias fantásticas, las grandes aventuras de poemas y de épica caballeresca, que cuando en un joven nace un deseo profundo, éste nace del interior de su corazón.
La cuestión de fondo es ese soñar con metas grandes. Porque, ¿sueñan los jóvenes hoy? ¿Sí? ¿Con qué sueñan? ¿Qué deseos albergan en su interior? ¿Cuáles podríamos decir que son los deseos más profundos que guardan y anhelan al abrigo de su corazón? La pregunta es esa: ¿Se puede ser joven hoy y soñar?
A lo largo de la historia ha habido un puñado de hombres que han destacado por encima de los demás, de distintas cualidades sí, pero hechos del mismo molde, nuestra naturaleza caída. La respuesta a la pregunta lanzada en el párrafo anterior valía entonces y vale ahora, porque el deseo que Dios pone en el corazón del hombre es el mismo que era entonces, no ha cambiado.
Nuestra naturaleza sigue siendo la misma. Por lo tanto a igual pregunta, igual respuesta. Sí se podía antes y sí se puede y se debe soñar a lo grande hoy en día. El deseo del hombre de vivir, el sentido de la vida y de la existencia humana es el mismo que entonces, el mismo que siempre: Ser felices.
Una vez, oí decir a un sacerdote en una conferencia que Dios no pone en el corazón deseos irrealizables, metas inalcanzables. Cuando en un corazón se formula un deseo profundo, Dios no lo quita, sino que le da forma y lo eleva de categoría, para hacerlo realidad en nuestras vidas de una manera más plena. Es lo que se conoce como vocación, la llamada a la misión, porque tan misión es ser padre de familia como ir a evangelizar el Iguazú. Es el camino que Dios ha elegido para nosotros, para nuestra felicidad.
San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, se convirtió leyendo vidas de santos. En una ocasión, estando convaleciente por una herida de bala de cañon, pidió que le trajeran lecturas y le llevaron lecturas pias y novelas de caballería. Dice que tras las primeras seguía un fuego en el corazón, una llama que le ardía, mientras que con las segundas, tras leerlas, lo que le quedaba era un poso de vacío.
El ideal mundano, las metas del mundo… no llenan, no sacian, no valen una vida. Estamos llamados a más. Estamos hechos para amar. ¿Y que es amar, sino entrega? Nuestra meta es la santidad. Estamos llamados a ser santos.
Atreverse a soñar a lo grande es volar más alto. Decía Chesterton que la aventura más grande es haber nacido. Es verdad. La realidad siempre supera la ficción. ¿Dónde se muestra que es verdaderamente una aventura? En la entrega, en cómo vivimos el momento presente. Que lo primero sea lo primero. Para vivir bien, y no sobrevivir, conviene leer y recordar las grandes hazañas que hicieron otrora los grandes hombres que nos precedieron.
Las vidas de santos y de tantos héroes que con su testimonio dieron un golpe de timón en sus vidas y cambiaron el mundo. Igual no nos toca cruzar el Rubicón, o llegar a las puertas de la China aún por evangelizar, pero, ¿cuanto más puede valer poner la misma pasión y entrega en vaciar las bolsas de la compra o en llevar a tus hermanos pequeños al colegio, tratar con caridad cristiana a un compañero de trabajo u obedecer a los padres? La respuesta siempre está en vivir lo ordinario de manera extraordinaria, eso es el heroísmo. Entregar la vida a un ideal, a la causa más noble.
Todos los hombres mueren, pero no todos viven realmente. Y se trata de vivir bien, en plenitud. Al final de nuestros días no nos preguntarán que hemos leído o a donde hemos viajado, sino cuanto hemos amado.
Acostumbrados a metas mundanas, nos resguardamos del frío de una vida insípida en mediocridades que no llenan nuestro corazón, y no nos sacia porque estamos hechos para la grandeza, para volar más alto, para las grandes gestas y los anhelos profundos, no para la comodidad.
No tengamos miedo de abrir el corazón y las puertas de par en par a Cristo, El Único que puede hacer realidad nuestros deseos más profundos, el que viene a dar plenitud a nuestras vidas, sentido a nuestra existencia, nuestra felicidad.
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José Palomar
Publica desde marzo de 2019
Abogado, me apasionan las humanidades. Disfruto mucho leyendo a los clásicos y fumaba en pipa. Intento vivir en presencia de Dios en mi día a día y trasportar mis pensamientos y ocurrencias a los artículos que voy escribiendo.
Solo ganas la vida en tanto que la das
¿Cómo vamos a influir en el mundo si lo único en lo que nos centramos es en…
Sublime.