Después de pasar unos días de intensas reuniones familiares, regalos y reencuentros es conveniente dirigir nuestra mirada a aquella Santa Familia que nos sirve como modelo. No es de extrañar que se celebre la festividad de la Sagrada Familia en la Octava de Navidad, pues el sentido teológico de esta fiesta está vinculado estrechamente con el misterio del Nacimiento de Cristo.

Necesitamos volver a pasar por nuestro corazón muchas verdades que hemos olvidado o que damos por supuestas, dejarnos alumbrar por la Palabra para ver de forma nueva la belleza de todas las cosas. La Sagrada Familia no es simplemente un ejemplo para la familia que tiene como núcleo el matrimonio sino también para las comunidades religiosas, para los modelos de amistad y de vida católica, etc.

Cristo decide nacer en el seno de una familia, se encarna en el seno de la Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo; es la forma de entrar en el mundo, en la historia, sin pecado. Cristo decide crecer en una familia, como hijo de un matrimonio, que es una unión estable entre varón y mujer.

En nuestros días, la verdadera definición de matrimonio está llena de heridas que le han inflingido el divorcio, las uniones homosexuales, la ideología de género, etc. Con todas estas nuevas realidades el demonio desarraiga de nuestros corazones la idea de matrimonio verdadera, la que vemos en la Sagrada Familia, la que Dios ha pensado para hacernos felices.

La Sagrada Familia no empieza a existir en el portal de Belén sino tiempo atrás, ya desde el momento de la Anunciación a María y el “fiat” que da paso a la Encarnación. Esto nos puede servir también para meditar la importancia que tiene defender la vida desde la concepción.

No olvidemos que aunque sea el día 25 de diciembre cuando adoramos al Niño-Dios, es desde el 25 de marzo, día de la Encarnación, cuando Dios entra en la Historia de la Humanidad. Ya existe Sagrada Familia cuando San José tiene dudas, cuando María va a ver a su prima Santa Isabel, cuando Cristo es simplemente un pequeño embrión en el seno de María, oculto a los ojos del mundo formándose en nuestra humanidad.

El matrimonio es el ámbito en el que surgen nuevas vidas, el amor de dos personas genera la existencia de un nuevo ser. Afirmar esto en los tiempos que corren cada vez es más temerario. La humanidad se diferencia entre hombres y mujeres; y es la unión de estos dos seres humanos distintos la que crea una nueva vida.

Es la diferencia fecunda, la que estableció Dios; es abrirse a otro que es distinto a mí, que el hombre ame a la mujer como algo que le trasciende, que le lleva a Dios. Una familia es reflejo de la Santísima Trinidad. José y María dan testimonio de todo esto, del milagro y la belleza que supone una familia, del reflejo del amor que se expande, el bien que se comunica a la persona amada y crea vida.

La familia humana es una maravilla, pero más aún lo es la familia que sale de un matrimonio sacramental. Esta unión entre el hombre y la mujer que se da de forma natural se eleva con la Gracia en el sacramento. Lo extraordinario es que los esposos acompañados del Espíritu Santo son los que comunican la vida y hacen crecer a Cristo en medio de ellos.

María y José en el portal de Belén tenían los ojos puestos en Cristo; igualmente, los esposos que quieren que su amor sea fecundo no deben mirarse a ellos mismos sino a Dios, que es quien les une y tiene un plan para su amor.

La familia cristiana tiene la gracia y el deber de educar a los hijos para que sean otros Cristos, por eso el Belén es el reflejo de todas las familias cristianas que se fían del plan providente de Dios. El fruto de la unión esponsal, que está llena de belleza, es una nueva alma para el Cielo, una nueva existencia que educar en sabiduría y gracia para ir al Cielo. Por eso decimos que la familia es Iglesia doméstica. Es una gran vocación la de formar una familia, un privilegio enorme poder colaborar en el plan del Señor educando a los hijos a ser santos, a ser como Cristo.

José y María son un matrimonio santo porque se dejan unir por Dios, están atentos a Él, confían, se abandonan a sus planes. Por eso la Sagrada Familia está configurada en la escucha de Dios, en acoger su voluntad, en vivir por amor. Eso es lo que debemos imitar todas las familias cristianas.

¿Cuántos de vosotros bendecís las mesa? ¿Cuántos rezáis el rosario unidos? ¿Cuántos tenéis un lugar en casa frente al que rezar? ¿Vuestros hijos os ven alguna vez arrodillaros frente a la Virgen?

De forma espontánea e inteligente los padres trasmiten a sus hijos qué es lo más importante para ellos, no es necesario adoctrinar de forma aburrida o moralista. Los padres enseñan a los hijos a amar a Dios contando historias, dando razón de su fe, celebrando con alegría las fiestas litúrgicas, etc. No nos separemos de María, José y el Niño Jesús si queremos vivir plenamente el sentido de la familia cristiana.

Guadalupe Belmonte

Publica desde marzo de 2019

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De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.