Quiero contarte algo. Es un secreto… o al menos así es como se trata.
En muchos sitios no puedes hablar de ello sin evitar que un gran número de personas se sientan ofendidas o asustadas.
Es un tema tabú para la gran mayoría de la población. Es, tristemente, sinónimo de miedo para una cantidad desbordante de almas.
Hubo épocas en las que esta verdad era mucho mejor aceptada.
Luego, poco a poco, decidimos darle la espalda a la realidad, a ese tipo de vida, o a esa creencia que exigía demasiado.
Nos volvimos blanditos e incapaces de soportar el dolor. La solución más inmediata era ignorarlo y punto.
En consecuencia, perdimos el rumbo de la de la vida, el sentido del fin último del hombre, y olvidamos por completo, la capacidad de encontrar belleza y alegría en ese hecho evidente e inevitable.
Come te iba diciendo, quiero contarte algo: moriremos.
¿Y qué pasa? No pasa nada.
Tú nos dijiste que la muerte
No es el final del camino
Que aunque morimos no somos
Carne de un ciego destino. La muerte no es el final
La vida es bonita precisamente porque se acaba, porque no estamos hechos para sufrir para siempre, porque tenemos un gran destino: ¡el cielo!
Hasta el cielo no paramos. @gordo.verde
No es poco común escuchar en funerales a gente compadeciéndose del fallecido. “Pobre”; “Con lo joven que era”; “Con lo mucho que ha sufrido”; “Con todo lo que le quedaba por vivir”; “Con lo bueno que ha sido”.
La muerte no es un castigo, si no una verdad ontológica.
La muerte ha dejado de concebirse como un dato ontológico, estructural y fundante de la condición humana. Aparece más bien como un accidente: casi como resultado de la falta de atención o de un descuido, que tal vez se podría haber evitado. Erótica y materna, Mariolina Cerotti Migliarese
A veces es difícil comprenderlo. “¿Por qué Dios permite esto?”. Como humanos, nuestra limitada visión, en ocasiones no nos permite ver con claridad.
Nos sentimos llamados a exigir justicia, a reclamar aquello que supuestamente se le ha robado al difunto, olvidando que en realidad, ha ganado en vez de perdido.
Tú nos hiciste, tuyos somos
Nuestro destino es vivir
Siendo felices contigo
Sin padecer ni morir. La muerte no es el final
En el cielo la muerte no se llora, se celebra. “¡Otra persona que ha elegido glorificar a Dios con su vida antes y después de la muerte!” Deben gritar los santos, llenos de euforia, cada vez que una nueva alma entra por la puerta grande.
Cuando la pena nos alcanza
Por un hermano perdido
Cuando el adiós dolorido
Busca en la fe su esperanzaEn Tu palabra confiamos
Con la certeza que Tú
Ya le has devuelto a la vida
Ya le has llevado a la luz. La muerte no es el final
Esta, (la muerte), suele llegar a través de una enfermedad y, supongo que por ende, nuestra sociedad antropocentrista, la convierte en “la enfermedad eterna”. “Cuidado, morir es peligroso”.
La muerte no es un accidente. Cuando llega, llega y punto.
Estoy hecho para morir. Carlo Acutis
“¿Y si hubiéramos sido más cuidadosos?”; “¿Y si le hubiera preguntado más veces como se encontraba?”; “¿Y si no hubiera ido a verle?”;”¿Y si hubiera estado allí para evitar que hiciera ese esfuerzo?”.
Por otro lado, la muerte en la tierra sí que entristece. La partida de alguien cercano, supone un antes y un después en nuestro mundo.
Jesús mismo lloró ante la tumba de su gran amigo Lázaro. Es lícito y muy humano hacerlo pero, un cristiano debe siempre recordar que la muerte no es sinónimo de final.
Cuando, Señor, resucitaste
Todos vencimos contigo
Nos regalaste la vida
Como en Betania al amigo. La muerte no es el final
Para un cristiano la muerte es esperanza, continuidad, belleza…
“Pobres nosotros”, deberíamos escuchar más a menudo. Vivimos para llegar al cielo y, somos los que nos quedamos los que seguimos batallando mientras ellos cantan victoria junto a Dios.
La presencia física, por ser criaturas también de carne, es una parte importante de nuestra naturaleza humana.
Una pérdida conlleva el fin de la posibilidad de volver a soñar un futuro junto a alguien; a escuchar su voz, sus consejos, su risa; notar sus caricias, sus abrazos; ver su sonrisa, los gestos que hacía al expresar las diversas reacciones ante las emociones de la vida misma…
He vivido 6 grandes muertes desde que tenía nueve años, y todas ellas me fueron enseñando.
Es duro perder el amor personificado en esos diversos compañeros de vida que se marchan. Es duro perder a un hijo, es duro perder a un padre, es duro perder a un marido, a una amiga, a un abuelo, a una hermana, a una tía…
Ellos se van ¿Y a nosotros qué nos queda? La opción de no morirnos de envidia, y la fe para alegrarnos infinitamente por ellos.
Si caminamos a tu lado
No va a faltarnos tu amor
Porque muriendo vivimos
Vida más clara y mejor. La muerte no es el final
En la vida eterna nos espera pura belleza. Maravillas a montones… Ni más ni menos que el mismísimo Dios, y sus sueños de amor.
Los miembros de la iglesia purgante y triunfante nos acompañan en nuestro camino a la santidad, actúan de intercesores, y nos dan empujoncitos ventajosos para que avancemos con éxito mayor.
Aprovecho para comentar, cómo ya hice en otro artículo y por si puede aportar algo de paz a alguno de mis lectores, que aunque sin duda debe de haber gente que decidió negar a Dios hasta el final, no somos quién para juzgar la relación personal de Él con cada alma. La misericordia del Rey del Universo es infinita y la oración muy poderosa.
Es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas. San Ambrosio a Santa Mónica
Una de mis canciones preferidas dice lo siguiente: “lo peor pasará solo con pensar que yo voy a estar siempre contigo; esto no es el final aunque aún no lo creas; te seguiré en el camino y será como hablar sin que nadie nos vea”.
Estamos hechos para no morir nunca. Chiara Corbella Petrillo
¡Los difuntos viven! solo que no como antes. Tras alcanzar la salvación, no nos dejan solos, aunque no podamos verlos. Ellos nos cuidan y nos quieren, igual que nosotros les seguimos queriendo.
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Mafalda Cirenei
Publica desde marzo de 2020
Suelo pensar que todo pasa por algo, que somos instrumentos preciosos y que estamos llamados a cosas grandes. Me enamoré del arte siendo niña gracias a mi madre, sus cuentos y las clases clandestinas que nos impartía en los lugares a los que viajábamos. Soy mitad italiana, la mayor de una familia muy numerosa y, aunque termino encontrando todo lo que pierdo debajo de algún asiento de mi coche, me dicen que soy bastante despistada. Confiar en Dios me soluciona la vida.
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