¿Te has sentido abatido alguna vez? ¿Has experimentado la sensación de un corazón abrumado? Hay momentos de la vida que se hacen cuesta arriba, se torna más dificultoso el camino, la marcha se enlentece, y el punto de llegada, o la meta como algunos lo llaman, perece lejano e inalcanzable.
Si, todos hemos vivido alguna vez, tal situación con características similares o incluso más arduas. No podemos negarlo, nos sucede. Nadie puede decir que jamás ha sufrido, aunque sea por algo sencillo.
El dolor, el sufrimiento, puede volverse algo incomprensible rápidamente, pero esconde un valor de purificación, maduración y salvación tan grande, que algunos al entender esto, llegaron incluso a amar los padecimientos.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) declara: “Por su pasión y muerte en la Cruz, Cristo ha dado un nuevo significado al sufrimiento: de ahora en adelante nos puede configurar a él y unirnos con su pasión redentora” (1505); y como dijo una vez San Juan Pablo II: “No desperdicies tu sufrimiento”
Las pruebas y tribulaciones nos ofrecen la oportunidad de reparar nuestras faltas y pecados pasados. En tales ocasiones, el Señor viene a nosotros como un médico para sanar las heridas dejadas por nuestros pecados. La tribulación es la medicina divina. San Agustín de Hipona
Estimado lector, ¿Qué hacemos con esos pequeños o grandes sufrimientos que el Señor no causa, pero permite en nuestras vidas? ¿Nos dejamos vencer por el desánimo? Es sumamente importante que nos detengamos a pensar tal cuestión, pues corremos el grave peligro de, poco a poco, ir perdiendo el don de la esperanza.
El demonio, justamente, es lo que busca. Que ambos, por descuido o distracción, pongamos la atención en la magnitud del dolor y tristeza presente, considerando como único culpable a Dios. Así, vamos sumergiéndonos, lenta y disimuladamente. en un rechazo a Sus planes, a su Voluntad, viendo malicia todo cuanto hace, y la esperanza en su Persona se va perdiendo, apagando.
El príncipe de la mentira y del engaño, nos quiere confundir y de hecho lo consigue en más de una ocasión. Agranda nuestros pesares, nos hace creer que serán largos periodos de sufrimiento, que estaremos solos, que nuestro Padre nos ha abandonado, que no le agradamos, que ese dolor carece de sentido, y tantas falacias a las que debemos estar atentos, y pedir la gracia de vencer tales tentaciones.
No estamos solos, y ese es nuestro gran consuelo; el Buen Pastor no abandona a ninguna de sus ovejas y conoce los engaños del lobo. No cesemos de suplicarle que purifique nuestra alma de semejantes pensamientos, y que acreciente en nosotros la confianza en Él.
Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa. Hebreos 10:23
La esperanza es fundamental en la vida de todo cristiano, y muy difícil se hace el camino si la perdemos o si no buscamos hacerla crecer, pidiéndola como don que es y poniendo los medios. La esperanza es intrínseca al hombre, ya en los mitos y poemas griegos aparecía (como en el mito de Pandora, de donde surge el dicho: “la esperanza es lo último que se pierde”, pero no vamos a profundizar en eso).
Incluso las esperanzas humanas, que inspiran nuestro vivir diario, corresponden a ese profundo anhelo de felicidad que Dios ha inscrito en el corazón de cada hombre.
Por tanto, la esperanza cristiana purifica y ordena todas nuestras acciones hacia Dios, fuente perfecta y plena de amor y felicidad que colma todos nuestros anhelos.
Cada uno de nosotros vive a la espera de algo, ejemplos sobran. Esperamos que nuestros amigos no nos fallen nunca, conseguir un buen trabajo, una persona con la cual compartir la vida, que las cosas mejoren, recobrar la salud, organizar mejor los tiempos, que nuestra vida sea plena, etc. Desde lo cotidiano hasta lo más trascendente.
Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Romanos 12:12
El papa Juan Pablo II decía sobre esta virtud teologal: “Por una parte, impulsa al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a toda su existencia y, por otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para su compromiso cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al plan de Dios”.
Cierto es que deben nuestros pies estar bien plantados en la tierra, aquí y ahora nos quiere el Señor, pero nuestra mirada debe estar puesta en la Eternidad. Vivir de cara a Dios, origen y fin de todo cuanto existe. Dicha espera confiada en su Providencia, trae paz y gozo a nuestros corazones. No se van los problemas o dolores por arte de magia, pero sí se viven de una manera muy distinta. La cruz personal se torna de un valor salvífico inconmensurable.
El sufrimiento adquiere un auténtico sentido sólo a la luz del misterio de Cristo y, así mismo, los padecimientos se pueden enfrentar con realismo y sin desesperación. Encontrar la belleza oculta en el sufrimiento es parte del desafío, la hermosura de parecernos a Cristo víctima, cada vez más.
La redención se nos ofrece en el sentido de que se nos ha dado una esperanza, una esperanza fiable, en virtud de la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, incluso un presente fatigoso, puede ser vivido y aceptado si conduce a una meta y si podemos estar seguros de esta meta, si esta meta es tan grande como para justificar la fatiga del viaje. Papa Benedicto XVI
Por ella, tenemos la certeza de que Dios sacará bienes mayores de tantos males que acontecen. Vemos escenas de violencia, delincuencia, gente que se encuentra sola y triste, hambre, hermanos incomprendidos, perseguidos, familias destruidas, adoctrinamiento a los jóvenes, burlas, ataque directo a la vida con el aborto y la eutanasia, etc. y ante tanto dolor podemos desalentarnos y creer que todo está perdido.
Al mismo tiempo, en el ámbito de la vida personal, uno puede estar pasando por situaciones económicas apremiantes, circunstancias familiares complicadas, crisis espirituales, estados físicos insoportables; todas estas, cosas que nos van robando la alegría y, claro, la esperanza.
El Señor nos anima, Él ya venció con su Muerte y Resurrección, de una vez para siempre. Ahora nos toca librar batallas, pero la victoria es de Cristo. ¡Seamos testigos, pues, de esta esperanza firme y segura! Él hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21:5). Ante tanta oscuridad y confusión, la esperanza es una luz que, por pequeña que sea, disipa las tinieblas.
¿Cómo podemos mantener viva esta esperanza cristiana? ¿Qué podemos hacer? La experiencia personal es de gran ayuda en este punto, recuerda que Dios habla a cada alma de manera distinta, aunque hay similitudes ciertamente.
En primer lugar, no dejemos jamás de pedirla al Padre, por medio de nuestra Santísima Madre. Nada le niega a María, vayamos pues confiados como niños por ese camino seguro.
Tenemos plena confianza de que Dios nos escucha si le pedimos algo conforme a su voluntad. Y sabiendo que él nos escucha en todo lo que le pedimos sabemos que ya poseemos lo que le hemos pedido. 1 Juan 5:14-15
En segundo lugar, procuremos vivir una vida seria de oración, pues allí irá obrando el Espíritu Santo en nuestras almas, nos mostrará lo que debemos hacer, en lo que debemos ocuparnos, lo que debemos cambiar para ser según el plan divino, y nos hará esperar en Aquel que es fiel a sus promesas.
El Espíritu Santo, autor de nuestra santificación, no nos dejará sin auxilio si le buscamos. Él más que nadie quiere vernos felices y alegres, Él más que nadie conoce nuestras luchas y dolores, y es Él realmente quien muere por consolarnos y abrazarnos en los momentos de sufrimiento. No olvidemos siempre acudir a Dios para pedir nos llene el corazón de esperanza en sus promesas y en su amor.
En tercer lugar, conozcamos a Dios en las Sagradas Escrituras, pues si crecemos en nuestro conocimiento y amor al Señor, Él nos enseñará a vivir de la gran consoladora virtud de la esperanza. Leer las diferentes historias que se narran, las cartas, parábolas, etc., y cómo Dios actuó en los momentos donde todo parecía perdido, acrecentará en nosotros la confianza, ya que dice en Hebreos 4:12 “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz”.
En cuarto lugar, no inquietarnos por el lo venidero, más bien confiarlo a la Providencia Divina. Vivamos el hoy con alegría, con amor y entrega ardiente. El pasado dejémoslo en las manos misericordiosas de Aquel que nos regala el presente para ser generosos, para amarle en nuestros hermanos, para alabarle y darle gloria con nuestras obras. Descubramos hoy la belleza de la esperanza puesta en Quien no falla ni engaña.
En quinto lugar, vivamos también de las otras virtudes teologales, la caridad y la fe, pues cuando una crece, necesariamente lo hacen las demás, ya que juntas son infundidas por Dios, en el alma de todo bautizado. Fe sincera, amor auténtico, y esperanza viva.
Nada hemos de temer a su lado, el Señor acrecienta nuestra esperanza, nos anima a seguir aún cuando creemos no poder dar un solo paso más. Me gusta pensar que el día que nos presentemos ante el juicio divino, luego de la muerte, nuestra Madre María mirará a cada hijito con un amor inigualable, y le dirá: “¿viste que podías? Yo siempre estuve ahí con mi Hijo dándote fuerzas, incluso cuando no lo notaste. Los que esperaron en Él no quedaron defraudados” ¡Cuán bello es esto! ¡Ave María y adelante!
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Guadalupe Araya
Publica desde octubre de 2020
"Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa", decía el gran Chesterton. A eso nos llama el Amor, y a prisa: conocer la Verdad, gastarnos haciendo el Bien, y manifestar la Belleza a nuestros hermanos, si primero nos hemos dejado encontrar por esta . ¡No hay tiempo que perder! ¡Ave María y adelante! Argentina, enamorada de la naturaleza (especialmente de las flores), el mate amargo y las guitarreadas. Psicóloga en potencia. La Fe, ser esclava de María, y mi familia, son mis mayores regalos.
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