En septiembre la vida de muchos vuelve a ordenarse con nuevos horarios y clases. El colegio, la carrera, doctorados… todo aparece de golpe, como una carga tras las vacaciones. En nuestro tiempo, la educación se da por supuesto, es un “derecho”, una obligación. El Estado es quien se encarga de regir la educación, de subvencionarla, de dirigirla según sus propios intereses, etc. A nadie le sorprende ya que la infancia de los niños consista en pasar más horas memorizando el ciclo del agua o la fotosíntesis que jugando en su casa, o estando con sus padres.
Cada vez más, nos lamentamos de la siguiente generación, de lo poco que se estudia, lo ignorante que sale del colegio o incluso de la carrera, y no hay nada que hacer al respecto.
Tenemos cierta tendencia a ver el curso como un puro trámite, y a los profesores como funcionarios; este curso solo es para pasar al siguiente, para subir la nota, para entrar en la carrera, para hacer el máster, etc.
Me gustaría que intentaramos volver a mirar la educación verdaderamente como lo que es. No me refiero a cambiar el sistema, solo a cambiar la mirada del profesor sobre el alumno y del alumno sobre el profesor, recuperar la figura de maestro y discípulo. Incluso en estas clases que empezamos, abarrotadas de gente desinteresada, profesores ineptos y sobrecarga de producción académica, podemos renovar la mirada para encontrar al maestro que puede salvar nuestro curso, que puede desenterrar y alimentar nuestro deseo de saber el porqué de las cosas.
Hemos dejado de mirar a nuestros maestros, o a los de nuestros hijos, con la dignidad que merecen y hasta ellos mismos la han ido olvidando. La verdadera educación es aquella capaz de convertir un niño en un hombre libre, bueno y sabio; educando en conocimientos, habilidades, maneras…
La educación, se nos olvida siempre, es un milagro; es una relación entre dos personas en las que acontece un don. Este don es que el maestro pueda contrastar la intimidad del alumno con la verdad de las cosas. La belleza del trabajo de profesor, el premio, no es el éxito material, sino haber dejado en sus alumnos una vivencia de la verdad. ¿Eso cómo se puede evaluar?
Por eso el profesor, el maestro no es alguien que desempeña una función como un actor en una obra de teatro, sino aquel que reconoce el alma de la otra persona bajo su responsabilidad y pide la gracia para saber conducirla.
Siga el camino de otros hombres que le han prececido, el de los grandes. Es mejor para usted. El club de los emperadores. Michael Hoffman 2002
Pensando en la figura del maestro me sale irremediablemente pensar en el Maestro por excelencia, Rabbuni, Jesucristo. Él es nuestro Maestro del alma; camino, verdad y vida. Siempre se dice que para aprender hemos de fiarnos y obedecer al maestro en todo, pues en eso se basa la relación discípulo-maestro, en la confianza. En la película El hombre sin rostro (1993) hay una escena en la que el profesor le pide al niño que cave un agujero. Le da unas instrucciones específicas y hasta que las cumple no empieza a entender lo que él le quiere enseñar.
Construir una relación de confianza en el maestro es la base para todo lo demás. Dios nos da instrucciones (los Mandamientos), nos pide cosas que no entendemos, que no tienen ningún sentido aparente, para que nos fiemos de Él. Hemos de fiarnos de su criterio, acoger su providencia y dejarnos guiar por el camino que Él nos tiene preparado, para llenarnos poco a poco de su amor y gracia, que nos harán conocer el porqué de nuestra existencia.
El Maestro está allí y te llama. Marta a María. Jn 11, 28
María Magdalena es para mí un gran ejemplo de discípula para nuestro tiempo, pues ama mucho a su Maestro, ha conocido de Él la misericordia y el porqué de su existencia. Ella vuelca todos sus afectos en Él y deja que Él los ordene. Entregándose entera a Jesucristo experimenta el saberse querida por aquel que es Bien, Verdad y Belleza. Eso debería pasarnos al estudiar, sentir la presencia de Dios en lo que nos enseñan, pues todo conocimiento verdadero da gloria a Dios.
Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros. Lc 17, 13
Por eso os invito a todos a tener predisposición de discípulo confiado, porque a quien busca, Dios siempre le sale al encuentro. Él, que hace nuevas todas las cosas, da la gracia a los profesores para que hagan suyo el saber recibido y lo actualicen, transmitiéndoselo a aquellos que se forman en la Verdad.
Es tarea de toda una vida hacer personal lo recibido, dar vida al conocimiento de la verdad, hacer vibrar de entusiasmo a los alumnos, poner todos los medios necesarios para que la verdad y la belleza muevan a los alumnos a querer ser santos, a desentrañar las grandezas de la creación, del ser humano, del Dios vivo en el que creemos. Él nos quiere como discípulos humildes, puestos ante él como Santa Teresita del Niño Jesús (doctora de la Iglesia), para hacernos hijos suyos sabios en el amor y la misericordia de su corazón.
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Guadalupe Belmonte
Publica desde marzo de 2019
De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.
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