Quizá, al igual que yo, también te has preguntado cómo vivir la coherencia de fe en el mundo de lo políticamente correcto, donde la búsqueda de la verdad se ha convertido en una cuestión subjetiva, a conveniencia de cada persona, producto de la inventada construcción social de la realidad, que ha desechado hasta los esfuerzos científicos, aunque pretendan hacernos creer que va muy de la mano con la ciencia.
Ahondando un poco más en el tema, lo políticamente correcto se concibe como la aceptación desbordada de todo tipo de ideología o nuevo pensamiento, incluso cuando éstos atenten contra el orden natural y la dignidad del ser; todo esto en tributo a una falsa tolerancia, en la que el amor es reducido a una cuestión de uso y desuso.
Se encenderán fuegos para testificar que dos y dos son cuatro. Se blandirán espadas para afirmar que las hojas son verdes en verano. G. K. Chesterton, Herejes
La postmodernidad ha creado este marco social en el que la búsqueda de la verdad ha sido desplazada por la búsqueda de la felicidad, cambiando así los valores sobre los que se desarrollan las relaciones interpersonales, afectando directamente la forma en que es comprendida la familia, núcleo de la sociedad.
La belleza de la verdad ha sido tapada bajo la vaciedad de vidas que caminan en torno al sin sentido, que se entregan por completo a la intrascendencia, incapaces de palpar desde el hoy la eternidad prometida.
“La Policía del pensamiento” descrita por George Orwell en su libro 1984 parece tener lugar en nuestros días, cuando la libertad de expresión es sólo el derecho de unos cuantos, ya que el pensar contracorriente incomoda los intereses de las masas, llegando a ser tildado como fobia o discurso de odio.
¿Cómo vas a tener un slogan como el de «la libertad es la esclavitud» cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia. George Orwell, 1984
Frente a este escenario, la fe parece un aspecto del pasado que ha perdido su valor y vigor; no obstante, es la fe mediante la tradición, y como custodia de la Verdad, la que siempre nos hará recordar su brillo y belleza, que jamás dejará de iluminar el rumbo a seguir por la humanidad.
Citando a G.K. Chesterton “A cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales”, es este el papel del hombre de fe ante el despotismo de lo políticamente correcto.
El cristiano de estos días está llamado a dejar la tibieza, a abrazar con firmeza el Evangelio y a hacerlo vida, como única columna inalterable de la Verdad, recordando en todo momento que la Verdad no es impersonal, pues se ha hecho carne por amor a nosotros (cfr. Juan 14, 6).
El modernismo deshace toda religión existente, apropiándose empero de sus formas exteriores, a las cuales vacía de contenido para rellenarlas con la idolatría del hombre. P. Leonardo Castellani, Comentarios a la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino
Hay más amor en corregir que en falsamente tolerar. Como lo dice la Palabra de Dios: “Yo reprendo y corrijo a los que amo. Vamos, anímate y conviértete” (Apocalipsis 3, 19); de esta forma, como creyentes tenemos el deber de denunciar enfáticamente las estructuras injustas y las ideologías perjudiciales para la existencia humana; nuestros corazones tienen que arder de celo apostólico por la salvación de todas las almas, a pesar de que a ratos seamos tildados de fanáticos y de anticuados.
Somos colaboradores de la Verdad, aunque muchas veces la belleza del Evangelio sea censurada y acallada, estamos llamados a ser esa voz que grita en el desierto, anunciando a tiempo y destiempo el Reino de los Cielos, sin cansancio, pues la recompensa nos vendrá en la eternidad.
La única revolución que jamás pasará es la revolución del amor, manifestada en Cristo Jesús, la única revolución por la que vale la pena entregar la vida entera.
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María Paola Bertel
Publica desde mayo de 2019
MSc en desarrollo social, pero lo más importante: soy un alma militante, aspirando a ser triunfante. Me apasiona escribir lo que Dios le dicta a mi corazón. Aprendí a amar en clave franciscana. Toda de José, como lo fue Jesús y María.
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