No es que a la historia de la Iglesia y de la fe católica le falten milagros, o hechos enigmáticos que nos hagan detenernos y reflexionar dos veces acerca de lo que tenemos al frente. Pero es que la Inmaculada Concepción de María, es simplemente un canto divino de alabanza al poderío de Dios Creador. Ese hermoso milagro nos descubre el plan divino, nos descubre la Providencia que todo lo ve y todo lo sigue, y nos enseña cómo Dios actúa siempre de maneras misteriosas, y en tiempos que nosotros la mayor parte de las veces, no podemos comprender.
Creo que podemos reflexionar -a modo grueso- en dos grandes aspectos: acerca de María, y de Dios. Me refiero a que podemos ver a María y detenernos en Ella, en su persona y su belleza. Podemos también aventurarnos a pensar en Dios, a meditarlo, reflexionarlo, buscarlo en este misterio.
¡Con qué especialísima bendición Dios se ha dirigido a María desde el inicio de los tiempos! ¡Verdaderamente bendita, María, entre todas las mujeres! Lucas, 1, 42
Verdaderamente bendita, relata el apóstol. Es que en serio ha sido bendecida y elegida de entre todas las mujeres de la historia. No ha conocido el mundo mayor bienaventuranza, mayor regalo de Dios a una mujer “común”, humana. La belleza interior de María era tanta, tan profunda, tan cabal, y tan sinceramente radical; que Dios la miró y la eligió para este inefable regalo. Pero Dios, no conforme con la magnitud de la belleza propia de María, le regaló un don especialísimo para que no sea ya una bella mujer… un alma radiante y ardiente corazón. Ahora Dios la haría Madre, la elegiría para ser Madre de Cristo. Y como tal, debía ser su seno un seno purísimo, un seno limpio, un seno sin mal de ningún tipo; un seno sin pecado original. Es decir, Dios estaba negando la historia del mundo, Dios tomó el pasado y lo hizo añicos, expresando así la magnificencia de Su Amor y Su poder. Dios observó que María sería tierra fértil para que la semilla del Espíritu se posara en ella, pero aún era humana.
Pero alto, porque Cristo también sería humano. Sería Dios, y sería hombre. ¿Es que quizás podría haber venido a un seno natural, a un seno manchado? Pues no. Porque Jesucristo hizo Suyas todas las realidades humanas: el hambre, la sed, la alegría, la risa, la tristeza, el llanto, el perdón, el agradecimiento, y el amor. Todas, menos el pecado. Y es que desde Adán, el pecado ya es prácticamente constitutivo de nuestra realidad corpórea-espiritual; ya es “parte de nosotros” de algún modo. Pero no de Cristo, no de Dios. Porque en Dios no hay sitio para el pecado, no hay sitio para el mal, porque Dios es el Bien, la Verdad y la Belleza.
Entonces, aunque Dios vendría a ser hombre no vendría a pecar, o a ser “tocado” de algún modo por el pecado, porque eso no es propio de Dios. Por eso el Creador quiso ver, y en Su Divina Providencia escoger a este alma especial antes de ser concebida, antes de llegar al plano terrenal, y concederle una concepción inmaculada. Una concepción limpia de toda mancha y de todo pecado, y manifestando así que la belleza y el poder de Dios, están completamente por encima de toda historia, de toda mancha, de todo error, de toda muerte del alma. Dios está por encima de todo pecado, aún del pecado original.
Y por eso este hecho bello y misterioso, desconcertante y enigmático; no deja de ser en el fondo una alabanza a la persona de María y su pureza inmaculada; y un canto de amor a Dios y a Su Divina Providencia y Su poder infinito.
Ahora debo preguntarme algo: ¿es que el poder de Dios hace todo esto y yo no lo dejo entrar?; ¿Es que Dios en verdad ha podido escoger a María antes de que estuviera en los planes de sus padres, y concederle una concepción sin pecado original, negando y superando los pasos que siglos atrás dieran Adán y Eva?; ¿Es que Dios no puede hacer lo mismo conmigo?; ¿Es que no me espera Él en la Eucaristía para redimirme de mi pecado original, nuevo, viejo y repetido? ;¿Es que en serio por momentos me he dejado avasallar por la idea de que el poder de Dios no es suficiente para perdonar mi alma entristecida por el mal? Vaya… es que a veces no pensamos con claridad realmente.
María no se pierde en tantos razonamientos, no pone obstáculos al camino del Señor, sino que confía y deja espacio para la acción del Espíritu Santo. Pone inmediatamente a disposición de Dios todo su ser y su historia personal, para que la Palabra y la voluntad de Dios los modelen y los lleven a cabo. Así, en perfecta sintonía con el designio de Dios sobre ella, María se convierte en la “más bella”, en la “más santa”, pero sin la más mínima sombra de complacencia. Es humilde. Ella es una obra maestra, pero sigue siendo humilde, pequeña, pobre. En ella se refleja la belleza de Dios que es todo amor, gracia, un don de sí mismo. Papa Francisco, Ángelus 8 de diciembre de 2019.
No queda más que mirar, admirar, agradecer y alabar a Dios y a nuestra Madre la Virgen. Que ese agradecimiento y esa alabanza, se conviertan luego en palabras de vida realmente para nosotros, que salgamos del libro y del papel para ir luego a la vida misma, a los días, a las cosas y a los hechos que nos rodean, y mirarlos con estos ojos del Amor inmaculado de Dios. Renovemos nuestro amor, renovemos nuestra fe (que es regalo de Dios), renovemos nuestro fervor para amar a Dios sobre todas las cosas, y vivir realmente de ese modo nuestro peregrinaje por la vida terrena. ¡Alabado sea Dios, y bendita nuestra Madre inmaculada!
A ti, Virgen inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, te renuevo hoy, de modo especial, la consagración de toda la Iglesia. Guía tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios. Acompaña tú a todos los cristianos por el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la verdadera belleza, que es siempre huella y reflejo de la Belleza divina. Juan Pablo II, homilía del 8 de diciembre de 2004
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Agustín Osta
Publica desde noviembre de 2019
Católico y argentino! Miembro feliz de Fasta desde hace 12 años. Amante de los deportes, la montaña y los viajes. Amigo de los libros y los mates amargos. Mi gran Santo: Pier Giorgio Frassati. Hijo pródigo de un Padre misericordioso.
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