Navegando por internet me encontraba conversando conmigo mismo acerca de una tarea que me faltaba por terminar sobre el estudio de otro idioma. Por ello, estaba en YouTube explorando videos sobre temas académicos y, para mi sorpresa, de pronto encontré uno llamado: “Dime cómo hablas y te diré quién eres”. Entonces, como cualquier persona inteligente y usuaria del internet de todos los días, hice lo que cualquiera haría, y me dije a mi mismo -Bueno, vamos a ver cómo soy, pues- Y miré el video con atención.
Al terminar de verlo -y al final sin decirme quién soy- encontré razonable cada uno de los 4 puntos que toca el presentador acerca de “cómo hablar en público”, pues ese era el tema de su charla. Me pareció curioso pensar que, efectivamente, como menciona el video, no hay una formación académica orientada a cómo hablar en público, o, si la hay, considero que ha de ser muy pobre. En cambio, en nuestra vida diaria hablamos constantemente con los demás. Y aunque nuestro público esté formado por una única persona, hoy en día andamos más preocupados por hablar otro idioma que de hablar con la belleza y la pureza del nuestro idioma natal.
Todo esto me llevó a considerar que la comunicación y los idiomas, antes de entenderlos como herramientas para conocer a personas de todo el mundo, para estudiar o trabajar, son un Don de Dios. ¡Y es maravilloso! Descubrí que esos cuatro puntos del vídeo son cuatro características notorias en la forma de hablar de Jesús. Y también, con esto, creo que he encontrado una de las grandes razones por la que, muy probablemente, no tenemos el éxito que deseamos cuando queremos compartir lo que Dios, la Virgen y la Iglesia nos han enseñado.
Probablemente, hasta este momento ya te haya dejado con la inquietud de querer mirar el video, pero descuida, porque ahora vamos a hablar un poco sobre “cómo hablar como los grandes”, y al final del artículo te dejaré el enlace del video.
El entusiasmo es el sentimiento intenso de exaltación del ánimo producido por la admiración apasionada de alguien o algo que se manifiesta en la manera de hablar o de actuar. Dicho de paso, seguramente en alguna ocasión hayas leído o escuchado la frase “el entusiasmo de los profetas”, y quizás se te haya venido a la mente una imagen más cercana a un optimismo sereno, suave o un tanto relajado, sin tanta emoción, sin tanta pasión. ¿Recordabas el significado de la palabra “entusiasmo”? Porque ésta es la primera característica que hay que tener en cuenta.
Podría parecernos más fácil entender el “entusiasmo de los profetas” cuando éstos recibieron al Espíritu Santo, y querían compartir lo vivido y aprendido con Cristo. Pero, ¿por qué no tratamos mejor de adentrarnos en el entusiasmo del mismo Hijo de Dios? ¿Cómo Él no iba a hablar con entusiasmo del lugar más bello que es el Reino de los Cielos? ¡Por Dios! Y en cada momento oportuno, Cristo buscó describir precisamente lo que era el Reino de los Cielos.
Vayamos al momento donde Jesús salió y se sentó a orillas del mar, cuando una enorme cantidad de personas se reunieron a su alrededor para escucharle y Él tuvo que subirse a una barca para poder hablar a todos ellos. (Cfr. Mateo 13,1-2). Creo que Él habría sentido esa emoción de tener a un público dispuesto a escucharle, un poco de nervios también, pero seguramente mucho entusiasmo de poder hablar a tantos, ¿no crees?
Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía: ”Una vez salió un sembrador a sembrar…” Mateo 13, 3.
La pasión es esa amiga cómplice que por sí misma es especial, pero, al mismo tiempo, puede sentirse que le falta algo, es decir, dudo fervientemente de que exista verdadero entusiasmo sin pasión y verdadera pasión sin entusiasmo. Y este es el segundo aspecto de cómo hablan los grandes. Suena coherente, ¿no?
Para hacer llegar el mensaje que queremos, como lo queremos, a quien queremos, la pasión es necesaria. La expresión que nuestro cuerpo puede dar a nuestras ideas y sentimientos es como esa inyección de adrenalina que nos hace demostrar con gestos cuánto nos emociona, duele, enoja o asusta algo. Y, después de todo, nadie puede vivir sin pasión, porque seríamos como máquinas, insensibles.
Imagina cómo fueron los gestos de Cristo al termino de esa plática en la barca, cuando en privado le dijo a sus discípulos cómo era el Reino de los Cielos después de que ellos le pidieran que les explicara la parábola de la cizaña (Cfr. Mateo 13, 36-43).
El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquél. También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra. Y también es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa al mar y recoge peces de todas clases. Mateo 13, 44-47.
¿Puedes imaginar los gestos que pudo haber hecho Jesús para describir todo esto? Su emoción, su exaltación, la dilatación de sus pupilas, el tono de su voz probablemente al fingir que esconde una roca como el “tesoro” en una de sus mangas o la forma de su mirada al mirar con alegría su mano como si Él portara un anillo con una perla muy fina…
Y no solamente en ese escenario. ¿Te imaginas cómo habría sido su mirada cuando miró al joven rico y con amor le dijo: “vende todo, dáselo a los pobres y sígueme”? ¿O cuando a Juan le permitió que se recostara en su pecho?
Cada una de las escenas que Jesús nos ha regalado de su vida nos muestran cómo su pasión y su entusiasmo por su Padre y por el Reino marcan su manera de ser, ya sea con muchas personas o con solo una.
El tercer punto se llama “compromiso”. Sería muy erróneo de nuestra parte considerar que el Hijo de Dios nunca tuvo compromiso al hablar delante de los demás sobre lo que Él tenía que decir acerca de su Padre y el Reino de los Cielos. El compromiso al hablar se basa en saber sobre qué estamos hablando, en conocer de arriba a abajo, de derecha a izquierda, al derecho y al revés qué es lo que queremos decir, porque, a final de cuentas, a nuestro público no siempre lo podremos convencer con nuestro entusiasmo y pasión. En algún momento alguien habrá de preguntar algo puntual y específico. En Cristo tenemos cada uno de los encuentros que sostuvo con los fariseos, ¿te das cuenta de la forma en cómo respondía a cada una de las preguntas que le hicieron? Siempre supo qué decir y siempre respondía calma, sin trastabillar de lo que había dicho. Por tanto, esa capacidad de hablar también la podemos tener tú y yo; solamente hay que querer saber más de Dios.
Para mi, el ejemplo más grande de compromiso no son los múltiples encuentros que Jesús tuvo con los fariseos, sino tres ocasiones particulares que Él tuvo. Tal vez ya te imaginarás a qué me refiero. En las tentaciones en el desierto, Jesús tuvo por público al mal en persona, y esto pudiera sonar un tanto lejano a nosotros, algo que sólo pudo suceder entre “Dios y el mal”. Pero no es así. Todos los días, cada uno de nosotros también tiene por público al mal, y depende de nosotros mismos saber hablar ante los demás para ser fuertes ante la tentación, pero también para saber qué decir ante ella, y así los que nos ven, nos oyen y escuchan tengan un buen argumento para llevarse consigo.
El cuarto y último elemento se llama “humildad”. Y debo decir que me sorprendió un poco saber cuál era esta, ya que en mi mente pensaba que esto iba a ser algo más relacionado a la técnica, como algo relacionado hacia el vocabulario o sobre cómo evitar muletillas y demás vicios del lenguaje. Pero no, no fue así. La humildad como el último punto revela que es el más importante de todos, y sobra decir que si ésta no está en nuestro discurso todo él puede derrumbarse por el simple hecho de que pueda resultar arrogante y hasta falso.
Si al decir una verdad, pierdes la caridad, tu verdad no tiene valor. San Agustín
Y es que, si ponemos un poco de atención, resulta obvio, como cuando tantas veces hemos visto en la televisión, en internet o escuchado en la radio a la persona del momento, una celebridad, un gobernante, una persona de la escuela o del trabajo. Si su forma de hablar resulta muy poco de nuestro agrado puede que sea porque le falte humildad al hablar. ¿Quién puede gustar de una persona con se escucha con arrogancia?
Ahora veamos esto en Jesús. ¿Te has dado cuenta de que de Él nunca nadie se quejó por su forma de ser? De hecho, a los fariseos les incomodaba su humildad y modestia, hasta el grado que a ellos los dejaba en evidencia.
Al ver el video, me di cuenta de que el secreto de Jesús para llegar a todos, más allá de su entusiasmo, pasión y compromiso, es que demuestra todo eso bajando hacia el nivel personal de cada uno para decirle las cosas, y, por el contrario, aunque seguramente en más de una ocasión se habría frustrado porque los demás no entendían lo que decía, nunca dejó de intentarlo. Y hasta el día de hoy, sigue siendo así.
El bajar hacia los demás sólo puede hacerte subir. La verdadera humildad abaja, y quizá haya quien no tenga tanto entusiasmo, compromiso y pasión al hablar, pero si tiene humildad nos gana por completo, nos hace admirarlo y cuestionarnos, nos hace querer ser él: libre, feliz, seguro.
Después de analizar todo esto en aquél video, no me quedan dudas de que hablar en público es necesario y, por el contrario, me sobran ganas de mejorar en cada aspecto para compartir mi felicidad por Cristo, por ti y por todos, para lograr que muchos más puedan conocer lo bueno que es la belleza de la comunicación, un regalo de Dios para nosotros, algo tan humano que sólo pudo haber sido creado por alguien Divino.
Video: Dime cómo hablas, y te diré quién eres – Jousin Palafox
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Diego Quijano
Publica desde abril de 2019
Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.
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