Lunes. Salto de la cama con la agilidad de una pantera a correr… las cortinas de la habitación. Volví ayer de la Javierada y el burdo movimiento que dibujan mis pies al deslizarse por el receptáculo que ocupo por cuarto, no es digno tan siquiera de denominarse andar. Un elefante en una cacharrería haría menos ruido y tendría más elegancia. Seguro.
Después de la doble sesión de clase de conducir, y tras sobrevivir a la misma a pesar de mi estado catatónico, tomo papel y bolígrafo y enfilo el pasillo de casa hasta llegar a la terraza. Escudriño a mí alrededor. Observo. Hago silencio. Cierro los ojos y respiro. Noto el aire fresco de la mañana que se adentra en mis pulmones, renovándolos. ¡Estoy respirando! Llevo toda la mañana haciéndolo y acabo de caer en la cuenta por primera vez. ¿Es un movimiento voluntario? Sí, pero automatizado.
Mi organismo ya sabe que tengo que hacerlo y no hace falta que se lo diga. Qué maravilla. Qué complejidad. Imagino lo que sería por un instante tener que ordenar constantemente a todos los órganos del cuerpo que fueran haciendo sus funciones… ¡Si ni yo mismo las sé! ¿Cómo funciona el estómago? ¿Cómo le digo al intestino que guíe el bolo alimenticio? ¡Qué lío! Menos mal que no depende todo de nosotros, pienso.
Qué curioso que necesite el aire, el agua, el calor, la luz… ¿Por qué tengo dependencia de unas cosas en concreto y no de otras? Y además, todos las necesitamos. Las mismas. Pero, ¿el azar no se caracteriza precisamente por la falta de orden, de estructura, de composición previa conocida? ¿Cómo puede tener resultados homogéneos algo que parte de una relación cuyo origen se desconoce? ¿Si el origen es azaroso, el fin no debería ser desigual? ¿Cómo es que comparte resultado?
Hagamos el ejercicio de traslación a un árbol. Se conoce el fin, el árbol. Y se conoce el principio, la semilla. El árbol no nace de la nada, sino de la semilla. Haciendo el mismo ejercicio con varias cosas, llegamos a la conclusión de que no hay algo que salga de la nada -porque la nada es precisamente la ausencia del algo- sino que todo algo es parte de algo previo, origen de ese fin. Así, en el caso del árbol, la semilla.
Alzando la vista vuelvo a dar ante mis ojos con un espectáculo de luz, color y sonido. Absorto en mis divagaciones me había abstraído, relegando el jardín a un segundo plano. La luz del sol de mediodía se desliza perezosa entre las hojas, dispuestos los rayos a nadar entre tonos de verde, rosa y marrón. El trinar de los pájaros y sus gorgojos va componiendo melodías guiadas al compás de una brisa suave. Qué bien se está aquí. Podría acostumbrarme a esto, pienso sumido en mis pensamientos.
Es una composición de olores, sensaciones, frescor, una llamada a la primavera. Un cuadro pintado a brochazos, derroche de acuarela, de belleza. Así es el jardín que tengo delante. Un cielo surcado de un azul intenso como lienzo sirve de guinda a la escena. Una maravilla que invita a la contemplación y que sirve de descanso para el alma.
¿Cómo puede ser que un pájaro necesite volar y tenga alas? ¿Cuándo hicimos nosotros algo al azar y tuvo como resultado, aunque fuera una simple receta de cocina, lo que esperábamos?, ¿Puede alguien acaso crear algo de la nada? La complejidad de una hormiga, su organismo, el instinto de su comportamiento, sus distintos tipos y funciones…nos sobrepasan. Es de una inteligencia infinitamente superior. Nosotros construimos a partir de lo que imaginamos, de lo que conocemos por la experiencia. No de la nada.
Si no nos es posible crear de la nada, sino que siempre partimos de algo previo, ¿cómo es posible que se dé por azar lo que tengo ante mis ojos? Que resulte bello, efímero en algunos aspectos y sostenido en el tiempo en otros, infinitamente complejo, especial y delicado.
No podemos sino asentir y reconocer en la naturaleza la mano superior de un pintor con una paleta de colores que nos supera y que da cuenta de nuestra pequeñez. Cuántas veces nos empeñamos en construir ciudades al borde de situaciones límite, que con un simple golpe de mar quedan reducidas a escombros. Si no podemos dominar la naturaleza, ni cambiar sus leyes, y no podemos crear de la nada, ¿no es más fácil, por tanto, reconocernos limitados y asumir que no depende todo de nosotros?
Vivo más tranquilo sabiendo que no soy el centro del mundo, siendo consciente de estar en manos de todo un Dios que ha creado las cosas maravillosas que tiene la creación, para que contemplando piense en todo lo que ha hecho por mí y lo disfrute, como el jardín que tengo ante mis ojos.
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José Palomar
Publica desde marzo de 2019
Abogado, me apasionan las humanidades. Disfruto mucho leyendo a los clásicos y fumaba en pipa. Intento vivir en presencia de Dios en mi día a día y trasportar mis pensamientos y ocurrencias a los artículos que voy escribiendo.
Nacemos para contemplar
Ante la necesidad de saber para qué hemos sido creados surgen muchas posibles…
Interesante reflexión, aunque discrepo en algún punto. Pienso que la complejidad que la naturaleza y la vida nos presentan es un regalo de Dios, pero su orden encuentra una explicación suficiente en la física y la biología: los estados de mínima energía, la mutagénesis y selección natural, etc. Otra cosa es que sea Él el que ha puesto las “normas del juego”; en el fondo, todas las ciencias también Le pertenecen. Gran parte de la belleza de la ciencia está en aprender a leer el complejo lenguaje que el Creador ha inscrito en lo que nos rodea y en nosotros mismos, y personalmente, esta belleza me enamora.
Completamente de acuerdo, se notan aquí las carreras de ciencias…
Esa explicación -sin completar en muchos aspectos dado que no nos abarca la patata- es un punto a favor de la paleta que maneja el Creador. Tiene la sartén por el mango.