Hace unos meses fui padre. Hermosa experiencia indescriptible, inefable. Hermosa experiencia que como todos dicen te cambia la vida y la perspectiva. Te modifica la comprensión del mundo circundante, la cosmovisión. Es así que, casi como si se tratara de una actualización de una app, el estreno de la paternidad me trajo estas reflexiones sobre una película. Y digo que tiene que ver con la paternidad porque la reflexión sobre la película en cuestión es fruto de la preocupación, palabra que, según me dicen algunos padres más expertos, tiene mucho que ver con tener un hijo.
Vimos hace unos días con mi esposa la nueva película de Disney Pixar titulada Red. La primera palabra para describirla sería adicción. Es una película adictiva por el ritmo, por los elementos de animé y por la fuerza del guión. Después de esta primera impresión me quedé pensando en una idea que se ve al final de la película. Me pareció rara, me hizo ruido, como se dice. Cuando me detuve a pensar en ella la consideré criticable y cuando ahondé más me pareció peligrosa, destructiva. Uno podría decir que ya todos conocen la tendencia progresista de Disney y que no es novedad. Pero no me parece peligroso ni novedoso que la película no sea cristiana sino que muchos cristianos no lo crean así.
Mi crítica no es del cine y sus elementos, sino de la idea que alimenta la película que intenta instalarse como un imperativo social y como un mandato. Es en definitiva un llamado de atención.
Sinopsis (sin spoilers)
La película en cuestión es Red, la última película de Disney Pixar que es la sombra de lo que alguna vez fue Pixar, el de verdad, el de Toy Story. La película gira en torno a Mei Lee, una joven de trece años que se debate constantemente entre ser obediente y el caos de la adolescencia. Y, por si esta etapa no fuese complicada de por sí, cada vez que Mei se entusiasma demasiado se convierte en un panda rojo gigante. Para el que quiera conocer en profundidad la trama de la película, puede leerla aquí. No nos detendremos en la sinopsis, e iremos directamente a los puntos sobre las cuales me gustaría dejar algunas ideas.
El frío, Bruno y el Panda
Según lo que veo, la idea central de la película, que es puesta en boca de sus personajes principales es que hay una parte oscura y bestial en nuestro interior y que, contrariamente a lo que la “tradición” nos ha enseñado, no sólo no debemos reprimirla sino que debemos dejar que domine y defina nuestro carácter.
Es más, eso es lo que somos en realidad. Esa parte es lo que define nuestro ser. Esa oscuridad es en realidad nuestra luz. Esa animalidad bestial es nuestro origen. Debemos ser nuestro panda.
Aunque envuelta en un paquete novedoso y brillante, esta idea no es nueva. Ha surgido en distintos momentos de la historia de las ideas la convicción de que para vivir plenamente, para inyectarle vitalidad y sentido a nuestros días, hay que instalarse del lado de lo irracional, de lo instintivo. La vitalidad se identifica con lo irracional e instintivo. Y no pocas veces con lo contrarracional. Según estas posturas, la vida consiste en alejarse lo más posible de lo racional, de lo calculado, de lo apolíneo como dijera el filósofo alemán Friedrich Nietzsche. En el lenguaje cotidiano se puede escuchar en frases como “sigue tu corazón, sigue tu instinto. No lo pienses tanto”; “el corazón tiene razones que la razón no entiende”; “no racionalices, déjate llevar”; etc. Se opone la razón al instinto.
En cuanto a otras obras de Disney se puede decir que Red es la radicalización del planteo que va desde Frozen (2013) hasta Luca (2021), recientemente.
En Frozen se insiste en la idea de que el frío forma parte de nosotros y que para ser libres hay que dejarlo salir. La letra de la famosa canción Libre soy lo dice textualmente: “Voy a probar que puedo hacer sin limitar mi proceder/ Ni mal, ni bien, ni obedecer jamás”. El siguiente paso es matar la conciencia, asesinar las nociones de lo bueno y lo malo, es decir: “Silenzio Bruno!”. La escala sería entonces: aceptemos nuestro frío, hagamos callar a Bruno y dejemos que nuestro panda asuma lo que somos.
Caídos y redimidos
Para hacer un poco de justicia a esta forma de ver la vida, habría que decir que es una respuesta natural del espíritu a una forma racionalista de comprender lo que nos rodea. Una forma que anula la esfera de la percepción y de las pasiones del hombre. Una forma de ver la vida que crea personas sin corazón; una racionalidad sin contacto con la esfera psicológica; mentes sin sentimientos. Pero esta postura no es fruto de la ética católica, sino de la protestante.
¿Dónde radica para mí el mayor peligro? Radica en que se niega nuestra naturaleza caída y redimida. Se niega la naturaleza humana integral. Expliquemos un poco.
¿Existe en nosotros una cierta oscuridad? Claro que sí. Ya Platón lo había visto y plasmado en su famoso mito del carro alado. Hay una fuerza que nos arrastra hacia abajo y que necesita ser domada, refrenada. Esta idea, en el marco de la ética católica corresponde con la idea de nuestra naturaleza caída. El pecado original ha dejado huellas profundas en la integridad humana. La inteligencia se ha oscurecido y la voluntad debilitado. Nos cuesta entender qué son las cosas, nos cuesta dominar nuestra voluntad y nuestras pasiones. Justamente, la educación consiste en esto: en arrojar luz a nuestra inteligencia y en buscar que nuestra voluntad se fortalezca y se enseñoree sobre las pasiones. Cuando esto se logra, se dice de una persona que es educada, que es virtuosa.
Lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno.
Gaudium et Spes 13,1
Entonces, una cosa es decir que existe ese lado oscuro en nosotros y otra cosa es postular que ese lado oscuro es lo que somos. Es como decir que somos nuestra tendencia al pecado. La salida de este callejón es justamente la virtud y la redención. La virtud es el camino humano para recuperar nuestra armonía, para encontrar la estabilidad integral humana. Y la redención es la certeza de que Cristo hace posible en nosotros el renacer de esa armonía, de la belleza que poseemos reflejo de la Belleza.
Luego, lo oscuro en nosotros, lo frío, debe ser encauzado y sublimado. Esta es la tarea de la educación que consiste fundamentalmente en la generación de las virtudes, en la recuperación de la armonía perdida por el pecado original. Uno de los elementos innatos en nosotros que marca, de alguna manera, este camino, es esa voz interior que nos indica lo que está bien o mal. Contrariamente a la idea de Luca, no debemos callarla sino escucharla y educarla. Y finalmente, nuestro panda es nuestra tendencia al pecado, y nosotros no somos eso, no nos definimos por lo oscuro en nosotros. Y mucho menos podemos aceptar que esa tendencia se transforme en nuestra norma moral. Ser libre no es dejar que todo explote y dejarse llevar por esa corriente. Ser libre es definirnos en la praxis por lo bueno, lo bello y lo verdadero. Ser libre es limitarnos por lo que somos.
Así, al frío hay que encauzarlo, a Bruno hay que escucharlo y a la fuerza bestial del Panda hay que combatirla con la fuerza vital y virtuosa del León.
Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo.
Gaudium et Spes 37, 2
Conclusión
La idea con este artículo es poner luz sobre esa noción peligrosa que veo en la película Red, y mostrar que es contraria a la moral católica. Lo es, en pocas palabras, porque niega el pecado original. Lo niega como pecado, no como tendencia. De hecho, el mandato es que nos guiemos en la praxis por esta tendencia. Finalmente y cerrando, no digo que hay que prohibir las películas de Disney Pixar ni mucho menos. No soy hipócrita, cualquiera que me conozca sabe mi pasión por las películas animadas de Pixar. Lo que digo es que hay que ver hacia dónde van las ideas fundamentales y arquitectónicas de estas películas. Hay que juzgar. Hay que pensar.
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Juan Pablo Baez
Publica desde julio de 2022
Soy Juan Pablo Baez, 30 años, casado, padre y profesor de filosofía con especialización en lenguas clásicas cursada en Roma. Me desempeño como docente en el nivel medio desde el 2014. Enseño sociología, lógica, filosofía, latín, griego y cultura clásica.
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