En 1563, el artista Pieter Brueghel el Viejo, perteneciente al renacimiento flamenco, pintó su obra La torre de Babel, cuya belleza podemos contemplar actualmente en el Museo de Historia del Arte en Viena.
La obra describe el episodio bíblico de la Torre de Babel. En él se narra cómo todos los hombres del mundo se unieron bajo el mando de Nimrod, nieto de Noé, y decidieron construir una torre cuya altura llegara hasta el mismo Dios, para alcanzarle.
Cuando contemplamos el cuadro nos abruma una sensación de desproporcionada magnitud, la monumentalidad de la torre aún sin terminar nos sorprende, pues a sus pies las casas de la ciudad parecen minúsculas.
Vamos, hagamos de nosotros una ciudad y una torre cuya cima llegue al cielo. Hagamos famoso nuestro nombre para que no estemos dispersos sobre la faz de toda la tierra. Génesis 11, 4
Es curioso cómo Brueghel fusiona su mundo contemporáneo, Holanda en el siglo XVI representada en la pequeña ciudad y en los barcos repletos de riquezas, con el mundo bíblico-clásico en que se envuelve el estilo arquitectónico de la torre. Este aspecto hace referencia al hecho de que la Torre de Babel no es simplemente algo construido en tiempos ancestrales sino que también se puede usar para representar la actitud de soberbia del hombre en cada época concreta, incluso en nuestros días.
Esa Torre busca construirse cada día en nuestras vidas. El demonio nos carga las espaldas de pecados pesados como las piedras para que la levantemos sin descanso. El Maligno nos distrae del fin último de nuestra vida y quiere que todos nuestros esfuerzos estén dirigidos a la construcción de nuestra vanidad. De esta forma, al poner todos nuestros talentos al servicio de una causa que es aparentemente grandiosa, nos alejaremos de ser perfectos como nuestro Padre es perfecto. La gran Torre de Babel es una causa vacía, innecesaria, desproporcionada, inútil, inabarcable; no acerca a Dios sino que es un altar a nuestra autosuficiencia y soberbia.
Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal. Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. Génesis 3, 4-5
La gran Torre, fruto únicamente del deseo del hombre de desafiar a Dios, no está acabada en el cuadro, ni lo estuvo en el episodio bíblico. Solo es un amontonamiento de esfuerzos humanos estériles que llevó al desorden. La Biblia narra que Dios, viendo esta obra de soberbia de los hombres, les infundió confusión de lenguas. En ese momento, todos empezaron a hablar en idiomas distintos y, al no poder comunicarse entre ellos, abandonaron la construcción y se dispersaron por toda la tierra.
Esta terrible confusión que hace imposible la convivencia demuestra lo que ocurre en el alma humana cuando uno mismo quiere anteponer su propia voluntad a la voluntad de Dios. No olvidemos que nuestra vida debe construirse como una casita sobre la roca fuerte que es Él, nuestro Creador y Redentor. Nuestras capacidades no nos deben llevar a la soberbia sino a la humildad y al agradecimiento frente a Aquel que nos las ha dado, como dice nuestro amigo Agustín Osta en su artículo sobre los talentos. Tiene más valor un pequeño gesto de amor, como ayudar a tu madre en casa, que una gran empresa que te llene de orgullo; pues solo ganas la vida en tanto que das.
En nuestros tiempos, el individualismo ha calado profundamente por culpa de nuestra vanidad y egocentrismo. Construimos grandes rascacielos que se elevan desafiantes en las ciudades y no somos capaces de conocer a nuestros vecinos ni acoger a los pobres que no tienen un techo bajo el que resguardarse. La Torre de Babel se asemeja al desastre del Titanic, donde grabaron la frase “No lo hunde ni Dios” en el mascarón de proa y es bien conocido por todos que ahora yace en el fondo del Atlántico, arrastrando consigo el orgullo de aquellos hombres que pusieron el corazón en grandezas terrenales.
El esfuerzo puesto solo en las obras de nuestras manos es estéril, nos dividirá y confundirá, aunque no lo queramos, como ocurre con el pueblo de Babel. No podríamos crear ni un ápice de belleza si no fuera por la Belleza primera que en su plan de amor incondicional decidió crearnos, nada menos que a su Imagen y Semejanza.
Con la mirada puesta en el Cielo, nuestra actitud debe ser siempre la de querer alcanzarlo. Pero no con empeño voluntarista, queriéndonos salvar por nuestros propios méritos, sino con confianza en la Gracia de Dios y abandonándonos en manos de nuestra Madre la Virgen María. Las majestuosas catedrales góticas erigidas sobre los cimientos de la fe de los hombres medievales fueron auténticos palacios para María, la mujer más hermosa de todos los tiempos. Ella, que es Torre de Marfil, sí nos va a elevar hasta las nubes para que gocemos eternamente de la compañía de Dios.
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Guadalupe Belmonte
Publica desde marzo de 2019
De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.
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