En el mundo antiguo la crucifixión representaba un método de ejecución cruel y humillante.
La muerte en Cruz de Jesús se convirtió el mediodía de un Viernes Santo en Jerusalén, en el Monte Gólgota, en el símbolo de la mayor muestra de amor de todos los tiempos. Y todos los seguidores de Cristo verían el signo de la cruz ya con otros ojos.
Pero no será hasta el siglo V d. C. cuando se convierta en el símbolo del cristianismo, porque mientras tanto era la figura de un pez la que representaba la búsqueda de la verdad profunda oculta a simple vista, como los peces se ocultan bajo las aguas. Ichtys significa pez en griego y es un acrónimo, una palabra formada por la unión de las iniciales de varias palabras. Las palabras que conforman ichtys son: Iησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ, que significa “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”.
El pez era una especie de “contraseña”, un signo de reconocimiento mutuo entre cristianos cuando practicaban su religión clandestinamente. Al encontrarse, uno de ellos dibujaba una línea curva y, si el otro la dibujaba a la inversa completando el símbolo de un pez, podían estar seguros de que ambos eran cristianos.
El pez sigue siendo un símbolo usado por los cristianos de Oriente y África. Su origen se encuentra en el Nuevo Testamento, en el que Jesús se refería a sus apóstoles como “pescadores de hombres”.
Tras la muerte de Jesús el cristianismo sufrió grandes persecuciones hasta que el emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán en el año 313, que garantizaba el fin de estas persecuciones y su libertad de culto.
La adopción de la cruz como símbolo cristiano puede atribuirse a las comunidades coptas de Egipto por una semejanza gráfica con el ankh, que significa “vida” o “la llave de la vida” y que fue heredado de la antigua religión egipcia. Los coptos tuvieron un papel fundamental en el ascenso del cristianismo: Constantino tuvo que luchar por el poder contra su rival Majencio y buscó apoyos en los territorios de Oriente, donde el cristianismo era más fuerte.
Eusebio de Cesarea, autor de una biografía sobre el emperador, narra que antes de la batalla del Puente Milvio (312 d.C.) Constantino tuvo la visión de una cruz en el cielo y más tarde, “en sus sueños, el Cristo de Dios se le apareció con el mismo signo que había visto en los cielos, y le ordenó que abrazara ese signo que había visto en los cielos, y que lo usara como un talismán en todos los combates con sus enemigos”.
El símbolo que usó Constantino no era la cruz que conocemos, sino un crismón, un anagrama formado por las letras griegas ji (representada como una X) y rho (representada como una P). La X y la P son las dos primeras letras de la palabra Χριστός, “Cristo” en griego.
Más adelante la letra ji fue sustituida por la tau (representada como una T), como abreviación de la palabra stauros “cruz” en griego, significando “Cristo en la cruz”. Gracias a su asociación con el ankh egipcio, la cruz, que había sido durante siglos un instrumento de tortura, se convertía en la promesa de la vida eterna.
La cruz para los cristianos, es el mayor signo de amor. Pero no un amor como el que nos venden ahora sentimental y superficial, sino el Amor verdadero.
¿Quién más impotente que un hombre crucificado? Manos y pies clavados y horrorosamente heridos. Un crucifijo parece inútil, pero eso ha cambiado la historia. Este hombre impotente ha realizado el acto más incisivo de toda la aventura humana. Esas manos clavadas nos han rescatado, esos pies destrozados han inaugurado el camino del cielo. Fabio Rosini, El arte de recomenzar
En la cruz vemos la grandeza y belleza de morir por amor. Y mirar el crucifijo nos puede hacer entender que cuanto más muramos de nosotros mismos, de nuestras miserias, de nuestro egoísmo, de nuestro mal carácter, más crecerá la Vida en nosotros.
Siempre tendremos preocupaciones, problemas, inquietudes que se convierten en cruces. Quien cree no tener una cruz es porque no está mirando su vida con sinceridad. Limitaciones, problemas, enfermedades, carencias nos atañen a todos…
¿Y si los “noes” que la vida nos trae fuesen algo de lo que no debemos escapar? Fabio Rosini, El arte de recomenzar
Resignación, frustración, tristeza… son algunos de los sentimientos que puede sembrar en nuestro interior una cruz. Pero ¿y si Jesús hubiera escapado de aceptar Su cruz?
Aceptar esos amargos “noes” que la vida nos dice, es aceptar lo que somos y hacer las paces con uno mismo. Pero este acto solo se puede hacer mirando un crucifijo.
Hasta Jesús, siendo Dios, aceptó Su condición de hombre en la Tierra y decidió acoger un plan doloroso, pero de una Belleza redentora.
Qué bueno sería mirar a partir de hoy todos esos límites que encuentro en mi historia y en mi vida desde la Cruz de Jesús. Y contemplar su aspecto y decirle: Amén! Este soy yo, estas son mis fragilidades. Tú sabes los porqués de estos “noes”. En esto me parezco a ti, mucho más que en mis cualidades. En mis pobrezas estoy cerca de ti. Fabio Rosini, El arte de recomenzar
Tener el suficiente abandono en Cristo para confiar en que hay un sentido, un plan y una belleza en cada cruz que se nos presenta. Con Él, las cruces se pueden convertir en Vida. Si Le confiamos nuestras miserias, nuestras preocupaciones, en definitiva: nuestra vida, transforma el dolor de una cruz en tierra donde será fecunda Su Gracia.
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Beatriz Azañedo
Publica desde marzo de 2019
Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.
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