¿Qué es la conversión? ¿Nos podemos volver a convertir?
La palabra “convertir” viene del latín convertere, que significa “volver completamente”, “girar”, “cambiar”. Es un “volver” hacia algo o hacia alguien. Por lo tanto, la conversión cristiana supone volver hacia aquello de lo que nos habíamos alejado: de Dios; o en muchos casos, conocer y reconocer a Dios por primera vez.
Conversión es el paso de la ignorancia a la fe, de la ley de Moisés a la ley de Cristo, del pecado a la gracia. Claudio Basevi. Introducción a los escritos de San Pablo
En el siglo I d. C. Saulo, un judío perseguidor de cristianos, que también se manchó las manos de sangre en el martirio de San Esteban, fue tocado por Cristo.
Mientras se dirigía a Damasco, pues le habían ordenado perseguir a los cristianos de ahí, un resplandor del cielo le hizo caer del caballo dejándolo ciego, mientras que él y los que cabalgaban con él oían una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9, 1-20). Tras esta fuerte vivencia, Ananías, un sumo sacerdote judío, le impuso las manos en nombre de Cristo, lo que le devolvió la vista.
Saulo, quien será tras su conversión San Pablo, tuvo que quedarse ciego para ver. Aquel hombre violento, frío, pecador, fue transformado por la belleza de Cristo. Quedarse ciego le hizo renovarse por completo.
Para el apóstol Pablo bastó un encuentro con Jesús en su camino a Damasco para convertirse, para dejar su anterior vida y comenzar una nueva. Esto es un gran ejemplo de lo que sucede cuando Dios nos toca y no quedamos indiferentes ante su llamada. Nuestra vida, nosotros damos un giro total hacia la Belleza.
La expresión “camino de Damasco” ha pasado a ser sinónimo de “conversión”. ¿Cuál es nuestro camino actual donde Dios puede venir a sanarnos? Pero el paso anterior a este encuentro es dejarnos hacer por Dios, tener abierto nuestro corazón. Porque si no, viviremos continuamente en una ceguera espiritual.
Después de todos se me apareció a mí, que vengo a ser como un abortivo, siendo el menor de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. 1 Cor 15, 8-9
Dios nos llama a todos, teniendo el pasado que tengamos, siendo pecadores, no queriendo lo suficiente al prójimo… solo tenemos que bajarnos de nuestro orgullo, de nuestra soberbia, de nuestros pecados, y volver nuestra mirada a Dios. Él hará lo demás. Como lo hizo con San Pablo.
Benedicto XVI se sorprenderá ante esta conversión de San Pablo: “¿cómo no admirar a un hombre así?, ¿cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un Apóstol de esta talla?” (Audiencia General del 25 de octubre de 2006).
En la Iglesia antigua, el Bautismo se llamaba también “iluminación”, porque este sacramento hace que veamos realmente. En San Pablo pasó esto, fue transformado por la presencia del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar.
En la primera carta a los Corintios, escrita por San Pablo a la comunidad cristiana de aquel lugar, nos relata el episodio de la crucifixión de Jesús: “murió crucificado, fue sepultado y, tras su resurrección, se apareció primero a Cefas, es decir a Pedro, luego a los Doce, después a quinientos hermanos que en gran parte viven aún, luego a Santiago y a todos los Apóstoles. Y por último se me apareció también a mí” (1 Cor 15, 3-8).
Benedicto XVI nos habla de esta conversión en una de sus Audiencias Generales, y nos hace ver que San Pablo no interpreta nunca este momento como un hecho de conversión. Porque esta transformación de todo su ser no fue fruto de un proceso psicológico, de una maduración o evolución intelectual y moral, sino que llegó desde fuera: no fue fruto de su pensamiento, sino del encuentro con Jesucristo. En este sentido no fue solo una conversión, una maduración de su “yo”; fue muerte y resurrección para él mismo: murió a una existencia suya y nació a otra nueva con Cristo resucitado. No se puede explicar de otra forma esta renovación de San Pablo.
Cuando Dios nos toca el corazón y el alma, renace un nuevo hombre. Este nuevo hombre se parece más a la idea que Dios tenía de nosotros cuando nos creó, porque cuanto más cerca estamos de Él, más se cumple el fin para el que hemos sido creados y ahí será donde alcancemos la verdadera felicidad.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no guarda rencor; no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa , todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 1 Cor 13, 4-7
Esto lo escribió San Pablo tras sus viajes de apostolado, en los que sufrió humillaciones, desprecios, fue perseguido y vio muchas injusticias, odio, violencia… Por todo ello vio que la verdadera Fuente de amor y belleza y para que tengamos una verdadera paz interior es amar como nos amó Cristo, amándole a Él primero.
Ya podría tener el don de la predicción y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener una fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve. San Pablo
El mismo hombre que perseguía cristianos, se convirtió en un gran amante de Cristo, que escribía estas palabras donde reflejaba la importancia de amar. Porque él notó el gran cambio que supone tener a Dios en la vida. Si Dios realizó este gran milagro con San Pablo, no dudemos en que también lo puede realizar con nosotros, solo tenemos que pedírselo.
El 25 de enero recordamos la conversión de San Pablo, qué mejor momento para pedirle la Gracia necesaria para acercarnos a Dios.
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Beatriz Azañedo
Publica desde marzo de 2019
Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.
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Preciosa entrada. San Pablo, ruega por nosotros.